Diplomacia es un término fundacional de las relaciones internacionales, pero no exclusivo de ellas; está asociada a la negociación internacional y a la política exterior de un Estado, asume distintas modalidades en las cuales participan variados tipos de personajes (funcionarios, representantes, mandatarios), y en la que hay tradiciones de lenguaje, pero también variados tonos de expresión escrita y verbal.

Entre algunas de las tradiciones de la diplomacia está el lenguaje y estilo protocolar. Pero no todo lo que brilla es oro, reza el dicho popular. Las llamadas fotos oficiales de un encuentro bilateral o multilateral van más allá de una sonrisa y apretón de manos, el saludo colectivo de cancilleres que asisten a una reunión ordinaria o una cumbre de mandatarios. Si bien podemos mostrar la “cara amable” y positiva de la diplomacia en las relaciones internacionales, también tenemos que considerar las otras caras de la “cochina realidad”. Hemos sido testigos mediáticos, por una parte, de momentos de euforia diplomática en la Cumbre de París con la firma de la Convención sobre Cambio Climático en noviembre de 2015; y más recientemente, de la tensión diplomática en las sesiones del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA).

El tratamiento diplomático de la crisis de Venezuela en el marco de la OEA es un proceso  que se cuece desde hace un año, cuando el Secretario General de la organización inició las primeras acciones procedimentales. Se podría hacer una cronología comprehensiva que incluyera las reuniones, declaraciones y visitas, entre otras. Esto nos mostraría los grupos de intereses que se han ido tejiendo con una fórmula mixta que acreditamos como Diplomacia Triple A: agresiva, amarga y agridulce.

Hay otros calificativos pertinentes: diplomacia altisonante, destemplada y grosera, pero consideramos que esta trilogía acredita el comportamiento de las personas que ejercen cargos gubernamentales, de lo que hay un registro público y notorio a través de los medios, portales informativos y cuentas en redes sociales de los propios funcionarios. En todo caso, no se trata de escoger o descartar un calificativo, porque seguramente podríamos decir “todas las anteriores”.

Con el caso de Venezuela, la miel de la diplomacia ha quedado expuesta a un control de calidad. Se presenta una coyuntura crítica para el multilateralismo en la OEA, en la que se juegan distintos tableros: la jerarquía de los instrumentos legales, el rol y competencias del Secretario General, los números para las votaciones en un próximo orden del día. Se suman, entre otros, el eterno debate sobre la injerencia y la no intervención frente a los asuntos internos de un país. Cualquiera de ellos luce como un tecnicismo jurídico-político que oculta lo sustantivo en el que está presente la Diplomacia Triple A.

Las gestiones diplomáticas continuarán a su ritmo y condicionadas por los cambios en el “juego de intereses”. Mientras, la crisis en Venezuela para los venezolanos también se expresa en Triple A: agresiva, amarga y agridulce.

@mirnayonis

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