La llamada telefónica sostenida entre la Presidente de Taiwán, Tsai Ing-wen, y el entonces Presidente electo de EEUU, Donald Trump, el 2 de diciembre del 2016, se tradujo minutos después en el punto de mayor tensión en las relaciones bilaterales desde la normalización tras la visita de Nixon a China en 1972.
Las relaciones Washington-Beijing han entrado en un período de incertidumbre desde el triunfo del magnate inmobiliario, quien a lo largo de la campaña electoral señaló que “China viola –en inglés, utilizó literalmente la palabra rape– a EEUU” y que le impondría aranceles de 25% ya que declararía al gigante asiático “un manipulador de monedas”. No obstante, la elite política china veía en él reflejado sus ideales de líder fuerte y empresario exitoso.
Pero en Taiwán se toparon con un peligroso iceberg. La personalidad abrasiva y desafiante de Trump tocó la vena más sensible del dragón asiático, y desencadenó lo que en su momento pareció ser el inicio de una grave crisis diplomática entre las más grandes economías del mundo, antes incluso de su toma de posesión.
Las promesas de establecer lazos económicos, políticos y de seguridad entre Taiwán y EEUU generaron las reclamaciones inmediatas del Ministerio de Relaciones Exteriores chino en las que se le recomendó al Presidente Trump manejar con cautela esta situación, la reacción de este último no sólo activo las alarmas de expertos en política exterior en Washington sino en el Mundo, ya que pareció ir demasiado lejos al afirmar que EEUU no estaba en la obligación de continuar con la política de “Una sola China”, lo cual para Beijing simplemente no es negociable.
A días de llegar a la Casa Blanca, Xi Jinping se desplazó al Foro de Davos para señalar que “nadie sale vencedor de una guerra comercial” y que “debimos decir ‘No’ al proteccionismo” en clara alusión a los planteamientos electorales de Trump.
Ante lo que parecía ser un inicio conflictivo y peligroso, el Presidente Trump mantuvo el 9 de febrero de 2017, una llamada telefónica cordial con el Presidente de China, Xi Jinping; en la cual se desdijo y se comprometió a respaldar la política de “Una sola China”, ratificando de esta manera la estabilidad de las relaciones sino-estadounidense y corroborando el status de provincia separatista de Taiwán, con quien a pesar de ello mantiene su estrecha alianza. La llamada significó, por tanto, un cambio en el tono que venía manteniendo el Presidente Trump respecto a la República Popular de China.
Sin embargo, esto no se traduce en armonía o en la eliminación absoluta de las contradicciones entre ambas potencias. A principios de marzo, tras ensayos misilísticos y nuevas amenazas de Corea del Norte a Corea del Sur, la Administración Trump impulsó el despliegue del escudo anti-misiles THAAD. China manifestó su contundente rechazo hacia lo que identifica como una acción que amenaza su seguridad nacional. Además, se produjo la solicitud de cese de espionaje de EEUU hacia China tras la publicación por parte de Wikileaks de un supuesto programa encubierto de espionaje cibernético de los servicios de inteligencia estadounidense.
Dada la nueva crisis en la península coreana, el 19 de marzo, en el marco su primer viaje a Asia como Secretario de Estado, Rex Tillerson se reunió con el Ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, donde expresó que los intereses comunes entre ambos Estados van más allá de estas pequeñas confrontaciones y diferencias, afirmando que existe entre ambos actores la responsabilidad de mantener la estabilidad global y promover la prosperidad global. Asimismo, la declaración publicada por Tillerson describió la relación bilateral como una basada en “el no conflicto, la no confrontación, el respeto mutuo y la cooperación mutuamente beneficiosa” y la tipificó como “un nuevo tipo de relaciones entre grandes potencias”, el descriptor preferido por Xi Jinping para referirse a las mismas. Acto seguido, Tillerson se reunió con Xi, y los periódicos globales señalaron que Beijing había obtenido una “victoria diplomática”.
La estrategia del Secretario Tillerson en el viaje era ser agradable en público, pero duro en privado. Al parecer, emitió un severo mensaje sobre Corea del Norte, y es posible que Beijing ejerza presión sobre Pyongyang. Pero Tillerson definitivamente perdió la batalla de relaciones públicas al repetir importantes elementos discursivos de la diplomacia china.
Tillerson pareció asumir que pronunciar esta serie de principios era una mera formalidad que da cierto margen de maniobra interna a Xi Jinping, crea condiciones para que China se comprometa con los grandes asuntos y realmente cuesta poco a los EEUU. Probablemente, no llegó a esta conclusión consultando a expertos sobre China dentro del Departamento de Estado y otras agencias, porque le habrían explicado cómo este término es mucho más que mero simbolismo retórico. Es, de hecho, un mensaje codificado que dice esencialmente que los EEUU aceptan a China como un igual que no es enemigo ni rival. Además, implica que la carga incumbe principalmente a EUUU para asegurar que se mantenga la paz y la cooperación entre ambos, porque China ya está haciendo su parte. Incluso si EEUU no aceptan esta interpretación, los chinos utilizarán la “Declaración Tillerson” para esgrimir ante su pueblo y otros países del Mundo, que EEUU ha certificado a China como una superpotencia de pleno derecho.
La Administración Obama aprendió de la manera más dura. En 2013, el Vicepresidente Biden pareció respaldar el “nuevo tipo de relaciones entre grandes potencias” al visitar Beijing justo después de que China declarara una Zona de Identificación de Defensa Aérea (por sus siglas en inglés, ADIZ) para el Mar del Este de China, la cual se adentraba en una zona en disputa con Japón.
En la estela de lo ocurrido y haciendo juego de palabras, algunos internacionalistas estadounidenses señalaron que para lograr “un nuevo tipo de relaciones entre grandes potencias”, China requiere convertirse primero en “un nuevo tipo de gran potencia”. Esto significa abandonar el revisionismo y convertirse en un partidario más fuerte del orden internacional actual. Esto requeriría limitar los componentes agresivos de su estrategia de seguridad, liberalizar su economía, crear una base mucho más sólida para el Estado de derecho y la sociedad civil en el país, y desempeñar un papel más amplio y constructivo en la gobernanza mundial.
La Administración Trump parece requerir un marco propio para describir la relación y el papel de China en el Mundo. La Administración Bush, por ejemplo, señalaba que China debía convertirse en un “actor responsable”, lo cual recogía el presente ascenso chino, al tiempo que establecía un importante objetivo aspiracional para China y el Mundo. La Administración Obama, después de asumir la retórica china, se conformó con una fórmula modificada utilizada por todos los líderes estadounidenses desde la normalización de relaciones para describir a China, cuando el Presidente Obama dijo en noviembre de 2014: “EEUU acoge con satisfacción el ascenso continuo de una China pacífica, estable y que desempeña un papel responsable en el Mundo”.
El Presidente Trump ciertamente querrá desarrollar su propio marco, pero algunos internacionalistas estadounidenses subrayan que sería mejor hacerlo desde un lenguaje de partida que emerja de los principios estadounidenses, no de la ideología oficial china.
En todo caso, hemos evidenciado un cambio de tono de Trump hacia China. El momento no parece el más adecuado para enzarzarse en una escalada diplomática o comercial. Trump debe afrontar una complicada agenda doméstica y vencer la curva de aprendizaje en la Casa Blanca; y Xi Jinping prefiere concentrarse en consolidar el poder político antes del 19º Congreso del Partido Comunista Chino. En todo caso, debemos seguir lo que ocurre en la primer cumbre Trump-Xi que se efectuará el 6 y 7 de abril en la residencia privada del magnate Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida).
@greismaroly