Cuando un país se empeña en convertir las relaciones con otros Estados en una confrontación permanente podemos hablar de una diplomacia que deja pocos frutos y además desgasta las posibilidades de crear puentes sólidos que se conviertan en beneficios concretos tanto para el gobierno que la ejerce como para los propios pueblos.
Los insultos que escuchamos la semana pasada dirigidos a los presidentes de Perú y de Argentina y las amenazas al nuevo inquilino de la Casa Blanca son una muestra de la poca sindéresis diplomática que se ejerce desde las principales vocerías internacionales de República. Fue precisamente el mentor de la actual “nomenclatura” oficialista quien colocó en los escenarios internacionales ese tipo de expediente. Recordado el “olor a azufre” en la ONU , los insultos a Bush, a Uribe, Aznar y a Vicente Fox, entre otros.
La creencia de que la teoría del caos y la confrontación da réditos en la diplomacia es un error. Venezuela hoy se aísla del mundo democrático no sólo por el déficit en el respeto a los derechos humanos y por su empeño en sacar al país del concierto de las naciones modernas , sino especialmente por la altisonancia discursiva en materia de política exterior que con el cuento de que a “Venezuela se respeta” han logrado más que admiración, rechazo y desconfianza por la manera errónea de comportarse ante la comunidad internacional.
Por otra parte, nos estamos acostumbrando a las palabras altisonantes, los calificativos despectivos y los insultos que han sustituido al lenguaje formal y comedido que debe caracterizar el ejercicio de la diplomacia, sobre todo en América Latina, lo que debilita las buenas relaciones entres los países del continente.
@bernalette1