Sun Tzu, a quien parafraseamos, decía, palabras más, palabras menos: “lo más importante es atacar la estrategia del enemigo”. También sostenía: “atacar, con todo, los puntos débiles del enemigo”; luego, “el enemigo no debe saber dónde atacaré, ya que así deberá estar preparado para la batalla en muchos puntos. Esto lo hará dividir sus efectivos y hará que sean poco numerosos en el lugar donde yo decida atacar”. Para Venezuela ha sido un dolor de cabeza su ambivalencia frente a Guyana. Desde finales del siglo XIX, el país se ha visto débil, primero frente a Inglaterra y luego ante ese minúsculo país. Inexplicablemente, es grande el grado de ausencia de amor, por Venezuela, de parte de los diversos gobiernos que ha tenido el país; salvo los 40 años de dominio civilista e institucional; los demás, mayoritariamente, son responsables de un catastrófico fracaso geopolítico.
Por lo que, ante tanto despropósito, surge la pregunta: ¿Cuál gobierno debe dirigir los destinos de un país y con qué tipo de política exterior? En todo caso, el dilema sobre la política exterior siempre se expresa de conformidad con un paradigma en específico, cuya esencia se resume en el idealismo o el realismo político. Uno expresa optimismo puro, el otro la visión trágica de la existencia humana. Para los primeros, la naturaleza del hombre siempre es buena; ella lo induce a actuar para ayudar a sus semejantes. Por lo que los valores morales como la libertad, igualdad, justicia, felicidad y la cooperación son importantes. Su tendencia dominante es la de acercarse a la idea de la permanencia del bien común. Lo encontramos en los estudios filosóficos de Kant y en la postura política de un hombre como Woodrow Wilson quien murió aferrado a esa concepción de la vida política. Él, trató de substituir el eterno principio del realismo político por uno que comenzó a dominar las relaciones internacionales desde finales de la Primera Guerra Mundial: el idealismo político. Este paradigma ha fundamentado nuestra política exterior, hoy, tras 18 años es más grave aún, por no tener claro el elemento teleológico. No sabemos qué es lo que queremos.
Wilson elaboró la tesis de una organización supranacional: La Sociedad de las Naciones, que hoy viste el traje de la Organización de las Naciones Unidas. Ésta tenía como objetivo mantener la paz y propagar los valores morales en las relaciones internacionales. No pudo estructurar su plan. El Congreso de su país le dio la espalda a su plan de confirmar el Tratado de Versalles. Todos sabemos que 20 años después el Mundo conoció de nuevo los elementos nefastos por no aprobar ese plan. Hitler provocó la nueva conflagración mundial y conocemos sus resultados. El mundo hoy, entre ellos nuestro país, todavía se aferra al paradigma idealista wilsoniano.
El realismo político coloca el acento en el interés por el poder. Éste, visto como medio y fin de la política. No puede ofrecer espacio, salvo en lo discursivo a la idea de justicia, libertad y valores morales, como pretendía Wilson. El realismo político, según Thomas Hobbes a quien parafraseamos, establece que los hombres son egoístas por naturaleza, mienten y su existencia es corta, exuda soledad, pobreza, es salvaje y única. En ese orden de importancia aparecen en la historia del pensamiento político hombres como Maquiavelo quien ha dominado durante siglos el pensamiento europeo y mundial, presente por demás, en las Relaciones Internacionales como elemento paradigmático.
En el realismo predomina el “interés nacional”. Es compuesto por una compleja multitud de alianzas en las relaciones diplomáticas para mantener lo que llaman “el equilibrio del poder”. Hombres como Richelieu o Bismarck han sido exponentes de ese paradigma. Lamentablemente en esta “tierra de gracia” hemos sido huérfanos de una visión que aborde el tema internacional con realismo. Ahora, estos últimos 18 años han sido el epitome de nuestra desgracia en diplomacia. Una orfandad total de criterios realistas; en su lugar hemos observado un descalabro de lo poco que teníamos de política exterior para ser sustituidos por las actuaciones de unos ignaros, propulsores de un proyecto alocadamente ideologizado y utópico, sin pies ni cabeza. No sabemos qué es lo que se busca. Hay un permanente zigzag en materia internacional; luego, observamos un creciente nivel de confrontación; cuando las cuentas no salen, de conformidad con las aspiraciones de los actores actuantes bolivarianos en materia internacional, entonces, aparece la “diplomacia de carrito chocón”. Todos son culpables, menos ellos.
La geopolítica, según entendemos es el estudio de las implicaciones “espaciales” de los hechos políticos y de sus efectos. Lamentablemente, por el abusivo uso propagandístico que de ella hizo la Alemania Nazi, como disciplina científica, fue despreciada y poco difundida a nivel académico. Tras la derrota nazi y su rescate en EEUU, le fue devuelta a ésta su papel epistemológico. Por lo que ella, a partir de los años 60 del siglo XX ha recobrado aliento, por el creciente proceso de tensiones internacionales que, con el tiempo, se han desatado y de las cuales Venezuela no escapa. Guyana es el gran examen con el cual el país se enfrenta. Estamos a punto de perder ese territorio definitivamente. Geopolíticamente estamos perdidos y creemos que el peligro no termina con el Esequibo. Puede ser mucho más grave.
Ello, como hecho político, resulta de una cadena de errores cometidos en estos últimos años. ¿Venezuela perderá el Esequibo? Es la gran pregunta que nos hacemos los venezolanos ante los errores señalados. En 1895, Venezuela solicita ayuda a EEUU al invocar la Doctrina Monroe y el Presidente estadounidense Grover Cleveland decide intervenir en el conflicto entre Venezuela y Gran Bretaña, potencia extra-continental que había usurpado nuestro territorio. Esto se vio como una amenaza para los propios EEUU, la agresión de una potencia europea sobre cualquier país del continente americano que entendía era su esfera de influencia. De este modo, presionaron a Gran Bretaña a dirimir el conflicto en un Arbitraje, y en caso de negarse los estadounidenses estarían dispuestos a ir a la guerra, ante estos hechos los británicos aceptaron iniciar conversaciones con éstos para resolver la disputa territorial por medio de un Tratado Arbitral.
En 1897 se firmó el Tratado Arbitral en la capital estadounidense; el mismo se lleva con un tribunal compuesto por varios jueces nombrado por las partes en conflicto donde se trata el tema fronterizo. Hay que acotar que Gran Bretaña no aceptaba que venezolanos estuviesen representándose directamente. Para los ingleses éramos unos “indios” incultos y bárbaros. No podían negociar con nuestros representantes. Por lo que la defensa de nuestra postura fue conducida por el Ex-Presidente de EEUU, Benjamín Harrison y dos abogados también norteamericanos. El tribunal estuvo compuesto por dos británicos, dos estadounidenses y el presidente del tribunal, un jurista ruso llamado Friedrich de Martens, quien lejos de ser imparcial, tuvo un marcado sesgo favorable a Gran Bretaña. Era amigo personal de la Reina Victoria, ejercía la docencia en dos universidades británicas y en un libro de su autoría afirmaba que Rusia e Inglaterra “están predestinados por la Providencia Divina para dominar a los países bárbaros” (Friederich de Martens, Rusia e Inglaterra en Asia Central, pág. 87). Venezuela sin duda, fue considerada, por éste, como uno de esos países. Estos árbitros se reunieron en la capital francesa en 1899 y el 3 de octubre de ese año, emitieron su decisión que jurídica e historiográficamente se conoce como el Laudo Arbitral de París.
En el año 1899, se alzó Cipriano Castro quien llegó con una Revolución al hombro, la “Liberal Restauradora” y logró derrocar al Presidente Ignacio Andrade, por lo que fue un año caótico hasta el punto de que prácticamente no había gobierno en Venezuela al momento de dictarse sentencia en París sobre la disputa fronteriza con los británicos; situación aprovechada por éstos para reforzar sus criterios colonialistas y racistas con la idea de obtener mayor cantidad de territorio. Una Venezuela destrozada por la guerra civil no tenía la capacidad política, económica, social, ni militar para oponerse al Laudo, aunque protestó varias veces ésta decisión por considerarla injusta y arbitraria.
Durante 50 años, los venezolanos fuimos imposibilitados de poder hacer demostración alguna de la ilegalidad del Laudo. En 1949, fue publicado el Memorándum de Severo Mallet Prevost, un documento que reveló todo lo ocurrido sobre la componenda entre el Presidente del tribunal y los jueces de Gran Bretaña, a espaldas del Derecho Internacional. Mallet Prevost fue uno de los abogados estadounidenses que defendió a Venezuela, y ordenó publicarlo después de su muerte. Con la publicación del Memorándum se retoma con mayor ímpetu el estudio de lo ocurrido en 1899 y en general del litigio por la Guayana Esequiba, lo que llevó al Canciller Marcos Falcón Briceño, en 1962 hiciere una exposición en la Organización de Naciones Unidas (ONU), para anular el Laudo Arbitral de París. Él alegó sobre la existencia de vicios de forma y de fondo para justificar un robo. Por tanto, Venezuela considera nulo, írrito e ilegal dicho Laudo. Esto conllevó a iniciar conversaciones con el gobierno británico para buscar reparar el daño cometido a nuestro país, a raíz de la independencia de Guyana, cuestión que nos condujo a la firma en 1966 del Acuerdo de Ginebra (aún vigente) en el que se establecen una serie de pasos para solucionar el conflicto de forma negociada y pacífica. Hoy Venezuela debe asumir como un asunto prioritario del Estado el tema del Esequibo. No podemos dejar que esa burla se imponga. Es el país y no la presencia en el poder de unos individuos mesiánicos y proféticos.
Las consecuencias de esta inacción serán catastróficas para el futuro del país. Un periodista amigo me dijo en una ocasión: “¿Ese territorio, de verdad, le interesa al venezolano medio? Él está interesado más en el azúcar, el café y el papel toilette”. Grave, pues así piensan en el gobierno. No terminamos de comprender que el Esequibo, es nuestro territorio por el que Venezuela mantiene, o mantenía esa disputa limítrofe con la República de Guyana, es rico en cuatro grandes recursos naturales estratégicos: hidrocarburos, agua, minerales y biodiversidad; luego, muy importante: es nuestra salida natural al Atlántico.
Si se observa en detalle el mapa se verá como Venezuela es rodeada por un arco semilunar estratégico, el cual nos puede colocar ante una situación muy peligrosa. Nos veremos encerrados en ese arco semilunar. Del lado izquierdo también, como quien dice, hay actores que buscan “arrimar la canoa a su orilla”. Viene a cuento una expresión que usare el Ex-Presidente Clinton durante su primera campaña electoral. El gustaba mostrar en la cara de sus adversarios la importancia del verdadero tema para los EEUU con una expresión: “¡es la economía, estúpido!”. Bueno, hoy debemos decirle a los que conducen bien mal la política exterior desde hace 18 años: “¡es la geopolítica, estúpido!”.
Para concluir, debemos hacer del conocimiento de los que dirigen hoy el Estado venezolano, que el tema del Esequibo es un asunto vital. Por lo que según nuestro análisis al describir la situación y su naturaleza hay que reiterar una vez más: el tema debe ser tratado como un hecho político y no jurídico. La controversia hay que resolverla políticamente, con todas sus implicaciones. Los que discuten el tema de parte del oficialismo deben aceptar que se trata de recalcar y evidenciar dos aspectos fundamentales: una cuestión procesal relativa al Laudo de Paris de 1899 y otra es la cuestión sustantiva de índole territorial, por demás de naturaleza política.
Con respecto a la primera cuestión, Venezuela afirma, como siempre lo ha hecho: el Laudo de Paris de 1899 es irrito y nulo. Guyana insiste en su validez. Por lo que, entonces, debemos enfocarnos en la segunda, es decir, una salida de compromiso que satisfaga a ambas partes. Pero, para ello debemos tener una política exterior acorde con el interés nacional y no una, enferma de enajenación a otros factores internacionales, como ha ocurrido en estos últimos 18 años con Cuba. Ambas cuestiones: la procesal y la sustantiva, a pesar de estar ligadas, hay que manejarlas con maña y astucia. Venezuela debe afincarse, política y geopolíticamente, en la salida al Atlántico. Ello es y debe ser manifestado como vital para nosotros. Hay que insistir en el arreglo práctico-político y no continuar por la vía jurídica diplomática sobre la validez del Laudo, pues podríamos llegar a la pérdida definitiva de ese territorio y en consecuencia geopolíticamente quedaríamos encerrados y eso no lo podemos aceptar. Otros actores no lo han aceptado y han resuelto el problema sin desdeñar ni prescindir de ningún instrumento político. Para nosotros, está claro: debemos actuar con audacia. Es vital retomar el camino de la negociación directa por una salida al Atlántico. No caer en la bizantina discusión jurídica de si la realidad histórica, nos asiste o no, cuando fuimos despojadas por los ingleses de ese territorio. Debemos insistir y plantearnos, como axioma, para impulsar una agresiva política exterior frente a Guyana para garantizar nuestra salida al Atlántico. Hay que apoyarse en lo sentenciado por el Embajador y Dr. Germán Carrera Damas: “Las fronteras no se ganan ni se pierden en el pasado, sino en el presente” (Una Nación llamada Venezuela, pág. 213. Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2006).
@eloicito