El Parlamento Europeo ha aprobado el Acuerdo de Libre Comercio entre la Unión Europea y Canadá, conocido por sus siglas en ingles CETA (Comprehensive Economic and Trade Agrement), en español Acuerdo Integral de Economía y Comercio, por 408 votos a favor, 254 en contra y 33 abstenciones. El texto del acuerdo, con un volumen de 1598 páginas, había sido firmado por el Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau y las autoridades comunitarias: Donald Tusk Presidente del Consejo Europeo y Jean-Claude Juncker Presidente de la Comisión, el pasado 30 de octubre del 2016; empero, el calvario apenas inicia, pues debe ser ratificado por los parlamentos de cada uno de los países miembros (28, incluyendo al Reino Unido, que pronto inicia las negociaciones para su retiro del bloque). Adicionalmente, las críticas de la sociedad civil, en particular los grupos radicales fortalecidos con el fracaso del Acuerdo Trasatlántico, pueden complicar aún más el proceso.
El CETA forma parte de los llamados mega acuerdos de libre comercio, algunos de los cuales, como el Transpacífico y el Transatlántico, presentan un futuro muy incierto, por los duros cuestionamientos expuestos por Donald Trump en su campaña electoral. En el caso del Acuerdo Transpacífico, que se encuentra en el Congreso de los doce países firmantes para su ratificación, el Presidente Trump ya firmó una orden ejecutiva rechazándolo y no se aprecia mayor respaldo del resto de los países miembros.
En lo que respecta al Acuerdo Transatlántico, en pleno proceso de negociación entre EEUU y la Unión Europea, las críticas son fuertes y provienen, tanto del Sr. Trump, como de amplios sectores de la sociedad civil europea, en particular de grupos radicales, cuyas críticas son permanentes, poco reflexivas y en muchos casos, mecánicamente contrarias a EEUU; así, ayer cuestionaban al Presidente Obama por promover acuerdos imperialistas de libre comercio, hoy cuestionan al Presidente Trump por su actitud imperialista de rechazar el libre comercio. El objetivo de los radicales, como el proceso bolivariano, es cuestionar y destruir sin promover propuestas concretas.
La negociación del CETA fue avanzando lentamente en diez años y la atención de los radicales se concentró en la crítica al Acuerdo Transatlántico, toda vez que el imperio les resulta más amenazante que Canadá; ahora bien, las críticas a los dos acuerdos tienen aspectos comunes. Una crítica recurrente tiene que ver con la falta de transparencia y secretismo de los equipos negociadores. Es cierto que las negociaciones son técnicamente complejas y deben conservar un nivel de prudencia y confidencialidad, pero un secretismo rígido genera un mayor desasosiego.
También se cuestiona que el libre comercio tiende a beneficiar principalmente al capital y las grandes corporaciones, en detrimento de los trabajadores, en este contexto, se inscribe el temor por la flexibilización de los estándares sociales y ecológicos, para beneficiar la producción, sin considerar las implicaciones sociales. Igualmente se rechaza que el carácter supranacional de las normas y el mecanismo de solución de diferencias que pueden resultar en una forma de evasión de las normas nacionales y los mecanismos jurídicos, facilitando la acción del gran capital.
En estos tiempos de satanización del libre comercio, tanto por el efecto Trump, como por los grupos radicales, como el Foro de Sao Paulo o el proceso bolivariano, que tienden a coincidir en los problemas que puede generar el libre comercio en la generación de empleo o en la supervivencia económica de sectores o empresas más débiles, deberíamos asumir la crítica como un alerta para abordar en profundidad y con creatividad el tema de la equidad en el marco del libre comercio, tema que ha sido menospreciado por la ortodoxia liberal y los jugadores más competitivos.
Cuando el Sr. Trump resalta los problemas que enfrenta su país en el sector automotor en el comercio con México, pudiera estar planteando la necesidad de incluir en el NAFTA mecanismos de equidad y protección temporal, que EEUU ha rechazado tradicionalmente en sus negociaciones de libre comercio, pero también México, y Brasil en el MERCOSUR. La solución efectiva no es destruir los acuerdos, como lo ha hecho irracionalmente el proceso bolivariano, el camino tiene que ver con la revisión, reforma o reingeniería de los acuerdos y, en particular, con la incorporación efectiva de los mecanismos de equidad en el libre comercio.