Son muchos años de un proyecto integracionista inconcluso en nuestra región, son muchos discursos cargados de historia y romanticismo ingenuo para ensalzar las diversas propuestas de integración latinoamericana, demasiadas citas de nuestros héroes históricos; empero, la acción práctica es pobre, contradictoria y, en algunos casos, destructiva. La región se presenta ante el Mundo desintegrada y fragmentada. Ni el objetivo de construir un mercado ampliado, que tiene que ver con la construcción de una zona de libre comercio ha sido posible desde 1960, cuando se conformó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Tampoco han resultado éxitos los procesos subregionales, fortalecidos mediante uniones aduaneras (Comunidad Andina y MERCOSUR); adicionalmente, tampoco los proyectos de cooperación regional avanzan y los casos de UNASUR y CELAC representan una clara evidencia.
La suscripción del Tratado de Roma en 1957, para conformar un mercado europeo, se convirtió en un reto y un paradigma y, en nuestra región los esfuerzos diplomáticos y políticos llevaron a la firma del Tratado de Montevideo de 1960 y a la conformación de la ALALC, con el objetivo de eliminar aranceles y otras barreras al comercio intrarregional. Para 1969 ya se apreciaba el fracaso del proyecto regional y por eso los países andinos suscribieron el Acuerdo de Cartagena, con el ánimo de seguir el ejemplo europeo y avanzar: de la zona de libre comercio, a la unión aduanera y al mercado común. La poderosa Venezuela del dólar a 4,30 y la democracia estable, no firmó el Acuerdo de Cartagena y se mantuvo ausente hasta 1973; luego, la dictadura chilena se retirará del Grupo Andino en 1976.
Con la creación de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), mediante la firma del Tratado de Montevideo de 1980, se confirmó que la región privilegiaba el proteccionismo y la concepción radical de la soberanía y, por lo tanto, no podía avanzar en la eliminación de aranceles y restricciones al comercio, lo que abrió paso a los acuerdos bilaterales y las zonas de preferencias. Paradójicamente ha sido por la vía del bilateralismo que se ha logrado avanzar en la integración económica, y países como Chile o México han llegado a firmar acuerdos de libre comercio con la mayoría de los países de la región; empero, se mantiene la quimera de construir un mercado ampliado regional.
La conformación de MERCOSUR, mediante la suscripción del Tratado de Asunción de 1991, consolidó aún más la fragmentación regional. Con este tratado sus cuatro países fundadores se comprometen, como era el caso de los andinos, ha avanzar de la zona de libre comercio, a la unión aduanera y al mercado común. La cruda y prosaica realidad evidencia que ambos procesos subregionales poco han avanzado en sus objetivos fundacionales y, para algunos, la integración andina va en camino de extinción.
Luego, el radicalismo político que ha dominado la región por varios años transformó la integración regional en otro show ideológico, lo que agravó aún más la fragmentación regional. En el caso del MERCOSUR, donde el radicalismo resultó boyante e incorporó intempestivamente al proceso bolivariano, si bien se ha avanzado en la conformación de la zona de libre comercio, también se ha cargado de diversas restricciones no arancelarias; en el caso de la unión aduanera el arancel externo está limitado por múltiples excepciones y no se han realizado mayores avances en el mercado común. Ante este negativo panorama los gobiernos esperan avanzar en sus objetivos fundacionales, pero todo el año 2016 se concentró en debatir con el díscolo proceso bolivariano, algunos dicen que están viviendo la crónica de una crisis que se esperaba.
El radicalismo también ha fragmentado la cooperación regional y por anacrónicos fines ideológicos se promovió la creación de la CELAC, duplicando las labores del SELA y la UNASUR existiendo la ALADI; adicionalmente la ALBA se desvanece en concordancia con la chequera petrolera bolivariana. Todo pareciera indicar que el radicalismo quería nuevas organizaciones regionales fácilmente controlables, pero la realidad está cambiando, el radicalismo pierde espacios y las nuevas organizaciones, con muy corta existencia, ya dan señales de estancamiento y fracaso.
Por otra parte, la recientemente la creación de la Alianza del Pacifico en el 2011, mediante la Declaración de Lima, si bien proyecta más solidez en la conformación del mercado ampliado, en estos momentos pareciera estancada por los serios problemas de sus países miembros y tampoco representa un camino seguro para la consolidación del mercado ampliado latinoamericano.