Con apenas días en la Casa Blanca ya corren ríos de tinta reflexionando sobre el efecto Trump, sus consecuencias sus perspectivas; pero es conveniente precisar que este personaje, como varios otros: Marine Le Pen en Francia, Geert Wilders en Holanda, Frauke Petry en Alemania, Mateo Salvini en Italia, Podemos en España, el Foro Social en nuestra región o el proceso bolivariano en Venezuela; son consecuencias de unas contradicciones más complejas que enfrentamos en el mundo globalizado. Lo dramático es que estos casos, y en particular Trump, exacerban la crisis y no representan aportes viables para la construcción de soluciones, que exigen el diálogo, la negociación y, finalmente, la construcción de lenguajes de cooperación.
La mayoría de los casos de anti-política y anti-sistema que observamos constituyen desasosiegos frente a la dinámica global. Tiene que ver con angustias y rechazo a la construcción de procesos productivos mundiales, las cadenas globales de valor; también tiene que ver con los procesos tecnológicos como la robótica, lo que se ha definido como cuarta revolución industrial. Todo esto tiende a generar consecuencias sociales negativas como: desempleo, marginalidad, pobreza. Ahora bien, esta problemática global debería conllevar la construcción de soluciones globales; lo que no es fácil en un Mundo de Estados soberanos, que no quieren perder soberanía y luchan por imponer sus propuestas nacionales radicales, en algunos casos equivocadas. Algunos, siguiendo la falacia del ludismo, esperan que construyendo muros, creando barreras, quemando empresas; pueden resolver los problemas; lamentable error, tales acciones, fuera de la emoción y adrenalina que generan, sólo agravan la situación.
Naturalmente el caso de Trump, dada la enorme importancia de EEUU para el Mundo global, resulta más impactante, pues torna más patéticas las paradojas del mundo global. Por muchos años EEUU ha sido el paladín de la construcción del mercado a escala mundial, ha estimulado diversos procesos globales como: las finanzas, el comercio, las telecomunicaciones, los procesos productivos, la tecnología, la educación y la ciencia; ahora Trump se presenta como un crítico radical.
La economía global de mercado encontró en las teorías económicas liberales un basamento y en EEUU muchos de sus centros de investigación y de sus intelectuales han sido grandes promotores. Ahora el discurso de Trump promueve un nacionalismo rígido en detrimento del espacio global. En la promoción de la investigación para fortalecer el mercado global, la innovación tecnológica ha jugado un papel fundamental, al punto que hoy hablamos de una cuarta revolución industrial, entre otros, con la presencia de la robótica en todos los procesos productivos. En esta titánica transformación instituciones como Silicon Valley han jugado un papel estratégico; ahora, Trump propicia retomar la economía intensiva en mano de obra. Trump aspira que sus órdenes ejecutivas obliguen a las industrias a permanecer en territorio estadounidense y que además generen muchos empleos; pareciera olvidar que las empresas son jugadores en un marco global y actúan en función de criterios de competitividad y rentabilidad. Trump, como otros autoritarios, aspira romper con sus órdenes la dinámica del mercado.
Como parte de las teorías liberales, el libre comercio han sido determinante para la conformación del mercado global y, en este objetivo, el Partido Republicano ha sido uno de los forjadores promoviendo acuerdos de libre comercio; ahora Trump promueve el proteccionismo. Una visión que puede resultar equivocada. Es cierto que el mercado global y el libre comercio pueden generan consecuencias sociales negativas como el desempleo, pero la solución no es el muro, es la construcción de mecanismos de equidad en los acuerdos comerciales.
Otra de las paradojas que emergen del efecto Trump, tiene que ver con la emoción que genera en sus seguidores, en el corto plazo, las decisiones impactantes y mediáticas, que estimulan pasiones y patriotismo; empero, luego vendrá la frustración. En el caso bolivariano, luego de la farsa del emocionante discurso que cautiva radicales e ingenuos y genera destrucción y pobreza, ha llegado el autoritarismo, esperemos que no sea una tendencia mundial.