El proceso bolivariano que durante tantos años ha utilizado al imperio (los Estados Unidos) como el “chivo expiatorio”, acusándole de todos nuestros males, es decir de todos sus errores, difamando y descalificando de las formas más grotescas a sus gobernantes, como el “olor a azufre” contra George W. Bush en las Naciones Unidas o las ofensas sexistas contra la Secretaria de Estado Condoleezza Rice; ahora, mantiene un silencio sospechoso, por decir lo menos, frente al Presidente electo Donald Trump. Ante esta extraña situación vamos a evaluar varios escenarios como hipótesis exploratorias.
Un primer escenario tiene que ver con las significativas coincidencias entre el fenómeno Trump y el proceso bolivariano. Hasta el presente observamos que ambos son: mediáticos, demagógicos, manipuladores, autoritarios, soberbios, excluyentes. Ambos promueven el permanente show mediático para atraer ingenuos, distraer sus fanáticos y ocultar sus reales intenciones de control y poder. Para ambos destruir es parte de la estrategia del control. Ambos promueven la antipolítica como un camino para eliminar las instituciones y facilitar su dominación. Ambos desarrollan un falso discurso en favor de los más débiles y se presentan como sus supuestos salvadores; empero, su acción práctica agudizan la pobreza y menosprecia la grave dinámica social. Lo que percibimos como fracasos, son sus éxitos para destruir y controlar.
En este contexto, un aspecto que les puede diferenciar tiene que ver con la influencia de la dictadura cubana. El proceso bolivariano, siguiendo el manual castrista, entiende que la pobreza le resulta políticamente conveniente, los pobres pueden resultar fácilmente controlables con: dádivas, tarjetas de racionamiento o bolsas de alimentos. Expropiar, invadir, amedrentar son elementos constitutivos de la estrategia política. El caos y la destrucción consolidan la estrategia.
En el caso de Trump su discurso promete que el nacionalismo económico y proteccionismo comercial deberían fortalecer la economía, la producción, generar inversiones, empleos, bienestar. Esto dice el discurso, la realidad en el Mundo globalizado es más compleja. No resulta fácil gobernar la economía con decretos o con twitter, es posible que en el mediano plazo la situación se revierta, los inversionistas rechacen el nuevo autoritarismo y busquen otros espacios o alternativas de acción. También es posible que el propio Partido Republicano tenga que poner límites desde el Congreso al Presidente autoritario.
Dada la enorme influencia castrista en el proceso bolivariano, otro escenario tiene que ver con las perspectivas de Cuba frente al nuevo gobierno de Trump y el papel de Venezuela. Raúl Castro debe estar consciente que aun cuando se mantenga el proceso bolivariano en el poder, la chequera petrolera se agotó. Ni con reducción de cuotas de producción el precio de petróleo llegará a los niveles que sueñan los jerarcas bolivarianos, adicionalmente PDVSA enfrenta grave ineficiencia y obsolescencia. El único camino para Cuba es su apertura a la inversión y las relaciones con el imperio. En este contexto, es necesario calmar la verborrea anti-imperialista del satélite venezolano, que los fanáticos de los sesenta mantengan la prudencia, para ir aclarando el panorama con el nuevo gobierno en Washington. El objetivo es complejo para Cuba, un fuerte anticastrismo acompaña al Presidente Trump, quien además tiene una deuda con la Florida. Por otra parte, Raúl Castro pareciera que no se ha tomado en serio el compromiso de apertura ni económica y mucho menos política, lo que representa un serio déficit.
Otro escenario tiene que ver con Vladimir Putin, y en este caso de nuevo actuamos como satélites de la estrategia rusa en la región. Cuando la relación con China no está en su mejor momento, el proceso ostenta de su estrecha vinculación con Rusia. En este momento Putin aspira fortalecer sus relaciones con Trump, en consecuencia, los fanáticos del proceso bolivariano deben actuar con la prudencia que exige este complejo juego geopolítico, que en el fondo busca debilitar al viejo adversario.
Pero también pudiéramos pensar que en un escenario de autonomía nacional. El proceso bolivariano aspira un Trump de bajo perfil ante la grave crisis venezolana. Por lo pronto, resulta muy conveniente el menosprecio que ha presentado Trump frente a la región, nuestras instituciones como la OEA y, en particular, en lo que respecta al tema de los derechos humanos. Ahora bien, el proceso bolivariano encuentra varios obstáculos, entre otros, la presión crítica de la Florida, los anticastristas y el General John Kelly.
La camarilla bolivariana debería estar consciente que enfrenta un grave entorno internacional, no cuenta con la mayoría de los países de la región, se ha debilitado su hegemonía en la OEA y la UNASUR; ha sido excluida del MERCOSUR; tiene problemas con la mayoría de sus países vecinos, incluso ha perdido la confianza del Vaticano y pudiera entrar en default financiero. Todo indica que no es el mejor momento para continuar con el falso show contra el imperio, tan conveniente en los primeros años.