Si las cosas se desarrollan como parece con la nueva Presidencia de Donald Trump, la suerte de Cuba no será tan positiva como lo hacía prever la política de apertura incondicional de EEUU hacia la isla comunista. El nuevo mandatario tiene entre ceja y ceja reposicionar a su país como una nación conservadora de las que no hace concesiones sin nada a cambio. Sus expresiones públicas como presidente electo en torno a hacer regresar a Washington a las épocas de un país grandioso, con una posición dominante en materia comercial, de seguridad y de derechos humanos están en el orden del día. Los mensajes que está mandando a diestra y siniestra desde su posición actual muestran a un líder dispuesto a mostrarle los dientes hasta a quien ejerce con fiereza a la cabeza la segunda economía mundial, la de la China.
Es aún temprano para imaginar lo que la vuelta al conservatismo tendrá para nuestro país de manera directa, pero sí hay que anticipar que en ciertas materias de su íntimo interés, el nuevo gobierno actuará más temprano que tarde. Lo que sabemos del personaje nos lo presenta como un empresario agresivo, de los que no pestañean para tomar riesgos. No siempre la suerte lo ha acompañado, pero es de los que han sabido hacer borrón y cuenta nueva. Esta vez lo acompaña no solo el vasto número de electores que le valió la victoria electoral. Una amplia base de poder en las dos cámaras donde cuenta con mayoría absoluta, le permitirá, además, elegir magistrados muy conservadores en la Corte Suprema de su país.
Así las cosas, hay que prever que el legado de Barack Obama en materia del acercamiento a Cuba, sesgado nítidamente a favor de los líderes comunistas, no contará en Trump con un seguidor entusiasta. El oxígeno con que viene contando la isla se podría ver sensiblemente restringido, lo que afianzará, en la misma medida, la perversa dependencia de la administración cubana de su benefactor, la revolución venezolana.
Pero las horas que corren en lo económico y en lo petrolero son diferentes de nuestro lado. No solo veremos a EEUU desarrollando aceleradamente la energía fósil a través de las novedosas tecnologías de fracking, sino que igualmente posiblemente los veamos incumplir sus compromisos en materia ambiental. Entrarán a jugar duro en ese terreno.
Y, además, en materia económica nos encontramos en un estado de retroceso y de fragilidad insostenible, las industrias paralizándose, nuestro pueblo hambreado y ninguna solución en el horizonte. Los 80.000 barriles de petróleo que son proporcionados graciosamente a la Cuba de los Castro serán, más que nunca, sangre en las venas de una languideciente isla sin viabilidad económica alguna y un pesado fardo para el sostén de Venezuela.
La presión de Cuba sobre el gobierno de Nicolás Maduro se incrementará, como el abrazo de un oso. Y seremos dos, no uno, los países que nos ubicaremos en la peligrosa orilla del foso, mientras la administración de Donald Trump mira hacia otro lado.
Solo la narcotización creciente de Venezuela tolerada y aupada por el gobierno, un hecho que ya está presente en el radar norteamericano, hará que nos presten la atención debida.
Y entonces, sí, otro será el cantar.