Hace algún tiempo yo, discutía con mi fraternal y buen amigo rumano, el escritor Eugen Uricaru sobre la novela “Una tragedia americana” de Theodore Dreiser. En esa tertulia buscábamos atinar los niveles de culpabilidad de un individuo ante un determinado hecho, como también comprender sus motivaciones. Igualmente hurgamos comprender, cómo éstas, le podían acosar y… fundamentalmente, servir de estímulo para ser juzgado. En esa discusión flotaba la idea de explicar cómo la predestinación alcanza al individuo y para decirlo en términos fatalistas, el hombre, puede estar en una situación, donde no tiene escapatoria. Esa discusión la tradujimos para explicar el drama que experimentan las sociedades al sucumbir a la tentación de enamorarse de un individuo funesto. Ello, puede ser una tragedia. Es culpa de la sociedad y ella no puede ser eximida del juicio de la historia. Caer en los brazos de ciertos personajes nefastos y permitir ser arrastradas hacia una debacle existencial, es su Némesis ¿Quién debe cargar con la culpa, la sociedad convencida o el que la convence? Esta discusión está presente en la epidermis del ser humano. Hoy, el triunfo de Donald Trump nos muestra que la sociedad norteamericana ha sido arrastrada por el encanto de éste ¿De quién es la culpa?
Theodore Dreiser, con su novela, describe el drama de un joven ambicioso y atrapado por carencias materiales. Su ambición apuntaba a cambiar, como quien dice, de “status social”. El personaje principal, Clyde Griffiths envuelve al lector y en consecuencia, logra fotografiar el drama de todo individuo que pretende, inescrupulosamente, cambiar su realidad. No le importa, utilizar a la gente que convive con él e incluso cometer un crimen para alcanzar lo que busca.
No se parece en nada a Raskolnikov, el dostoievskiano, como atormentado personaje de la novela “Crimen y Castigo” y quien comete un crimen por sentirse un “superhombre” que procura la justicia. Por el contrario, Clyde es un superficial, en sus motivaciones iniciales y se muestra cual individuo reñido con la idea de justicia y el bien.
Clyde, cual buen ambicioso escudriña en la sociedad y procura la ganancia inmediata. No importa el costo. Pretende encontrarse con la buena suerte. Inicialmente es acosado por el amor de una joven a quien utiliza sexualmente, pero quien no le transmite la emoción del dinero. Al mismo tiempo la referida emoción, le alcanzara con la mirada fatal de otra joven, muy rica y con grandes recursos, los cuales está dispuesto a alcanzar para disfrutarlos. Era su oportunidad. Clyde, fácilmente encuentra la solución al “impasse” que experimenta; asesina a la joven enamorada de él a fin de estar libre para conectarse libremente con la joven rica. Las cosas no salieron como él había calculado y Clyde pierde la esperanza de ser rico. Ya en la cárcel, advierte su arrepentimiento y lo pretende encontrar con los restos de religiosidad que bebió, cuando niño, del seno de su conservadora familia de los años iniciales del siglo XX. Buscó el arrepentimiento. Muy tarde. Ya había muerto una joven por su culpa. La motivación: sus ambiciones desmedidas.
La sociedad norteamericana, la liberal y democrática, esa que describiera Alexis de Tocqueville como la nación del excepcionalismo, término acuñado por él, en su visión francesa de encontrar en el concepto sobre L’exceptionnalisme américain un aditivo fundamental en la perspectiva romántica de la unicidad en la especie de seres vivientes. América es única, por ello Tocqueville bautizó a los EEUU como excepcional.
Esa nación acaba de escoger a un hombre reñido con ese pathos que ha caracterizado a los EEUU a lo largo de su existencia. Releyendo a Herman Melville, encontramos una frase: “Nosotros, los americanos, somos un pueblo especial, escogido, el Israel de nuestros tiempos; sostenemos el arca de las libertades del Mundo… Ha llegado el Mesías político y está entre nosotros”. Dicho en otras palabras: Dios vino a América a construir una sociedad liberal, democrática, justa e incluyente.
Hoy, esa visión que ha acompañado al estadounidense toda su vida, se trastocó al escoger a Donald Trump, como Presidente. Hoy y mañana ese noble pueblo pagará por haberlo escogido como su líder. Las consecuencias se verán reflejadas en la historia. La primera víctima será el partido del elefante, el republicano. Éste, no será tomado en cuenta por Trump. Él ha dicho durante la compaña que no necesita de esa fuerza política. Veremos más adelante, mientras las consecuencias desde ya se observan. El sistema político estadounidense está herido gravemente. Los demócratas renovarán su liderazgo, pero deben adaptarse a las realidades. En tanto que los republicanos llevarán una cruz y no, por no escoger, como candidato a Ted Cruz que es bastante, sino por depositar sus esperanzas en un individuo mediático, contrario a la tradición liberal de los EEUU y por demás, escatológico. Para algunos, lamentablemente encuentran en éste, un paradigma renovador de la política en ese país. Gritan de alegría por ese triunfo e incluso asumen la postura de una Casandra: “¡yo lo dije, los demócratas y la Clinton perderán!”
El caso es mucho más grave que una circunstancial pegada lúdica de la política. Los EEUU, como pueblo, tarde o temprano comprenderán su error. Mientras, por ahora, llevarán su culpa y por ello se paga. Las motivaciones, como en la novela de Dreiser, reflejan que el triunfo de Trump te puede llevar al descalabro existencial. La ambición desmedida te conduce al cadalso. El triunfo de Trump es verdaderamente la gran tragedia americana del siglo XXI. Ojalá nos equivoquemos.
@eloicito