Para comenzar, estamos seguros encontraremos resistencias a estas líneas en el seno del Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI) y en otros lugares. Ojalá. El debate forma parte de nuestra esencia. E incluso en los niveles académicos reales la discusión aún no se ha cerrado el tema. Las elecciones en los EEUU confirman de alguna manera que algo está planteado. Trump, por ejemplo, es emblemáticamente visible como el exponente de una visión enraizada en la sangre de algunos sectores norteamericanos. Ello no es nuevo. Lo que marca la diferencia es el hecho que, por primera vez, este hombre de copete amarillo y endurecido por la laca, haya logrado convertirse en el candidato, en representación del siempre poderoso partido del elefante: el Partido Republicano,con posibilidades de ganar.
Voy más allá, en la Europa misma se cuece un tinglado de ofertas engañosas, vestidas con el traje del nacionalismo populista y el chovinismo. Pero, también en las zonas dominadas por la cultura islámica es patético el esquema populista que pretende agotar la visión occidental y sus valores liberales. Hay una extraña coincidencia entre factores como Trump, el chavismo- madurismo y los fundamentalistas islámicos. Todos son antidemocráticos
Podemos recordar el libro de Francis Fukuyama de “El fin de la historia y el último hombre”. Éste apareció en 1992. Ya había caído el Muro de Berlín y luego la propia URSS había dejado de existir. Ésta se disolvió sin que ningún imperio la obligase. Murió, pues su esquema centralista, confiscador, excluyente y violento impulsó su deterioro. Le pasó lo que a todo régimen que se apoya en la violencia, siempre se topa con la némesis de su propia extinción. El caso es que este libro apuntó a la valoración de la democracia, como hecho liberal y de su inevitable e inexorable triunfo.
Evidentemente la historia no encontró su fin, como él mismo lo remarcó años después, por el contrario ella siguió y sigue su curso. Basta leerlo para comprender las trampas del título. Los críticos, que no fueron pocos, algunos poco serios y otros muy serios; entre los cuales destaca el profesor y hombre visionario Samuel P. Huntington. Éste, autor de un también polémico libro: “El choque de civilizacionesy la reconfiguración del orden mundial”. En general, los críticos se resumen en cuatro principales “obstáculos” que ha enfrentado, la democracia liberal, después de la caída del comunismo.
En primer lugar, ante ese hecho, Fukuyama no da ninguna respuesta. Luego, el Islam no participa de ese festín axiológico, pues no cree en la democracia liberal y sus valores; por otra parte, si bien se habla de la democracia y su triunfo, el mismo no se extiende al escenario de las relaciones internacionales. La presencia hegemónica de determinados factores impide cristalizar el consabido triunfo de la democracia liberal en el escenario internacional; y, por último aunque no por ello es menos importante; se trata de independizar la gestión del Estado, en tanto que organización para toda la sociedad, de los elementos ideológicos. Ello no se percibe como viable en y durante el triunfo de las tesis de Fukuyama. Por lo tanto, la anhelada autonomía organizativa que, en algunos países, se observa como natural, en otros no, especialmente donde no hay instituciones capaces de cumplir con su papel. En unos países se observa la manipulación del poder por encima de los ciudadanos. El libro “El fin de la historia y el último hombre” es insuficiente al no ofrecer una teoría comprensiva de la democracia.
Después de 2006, Fukuyama coincide con Huntington acerca de la instauración de instituciones democráticas en determinados países; ellas automáticamente no producen democracias. Los países de la antigua Europa del Este confirman este aserto. En su mayoría se vive el drama de ser países faltos de esa cultura. Ello no es automático. Luego, las posibilidades de que, después de la implantación de tales instituciones, su desarrollo o su degeneración son prácticamente iguales. Más aun, hoy Fukuyama coincide con aquellos que sostienen que la democracia es posible solamente si se dispone de un desarrollo y crecimiento económico que genere bienestar a la sociedad en general. Habría que tomar en consideración el hecho que acosa a las economías del mundo, especialmente el desarrollado: la obsolescencia del paradigma del Estado bienestar y lo que ello implica. ¿De dónde sacar recursos para continuar con su esquema “distribuidor”? ¿Más impuestos?, ¿Menos recursos para la educación? Minimizar los programas sociales de la población que envejece? Como diría el príncipe de Dinamarca: ¡Thats is the question!
Repetimos, es un acto valiente superar el arranque inicial, excesivamente optimista, de Fukuyama, condensado en su polémico libro y luego reconocer que no todo estaba claro y por lo que él mismo destacó el papel de los EEUU para presentarse como “pionero en el cambio de esa tendencia al desmantelar en parte su Estado de bienestar surgido de la posguerra” (Fukuyama, Francis, “América en la encrucijada. Democracia, poder y herencia neoconservadora”, pág. 116). Las pensiones y la vejez, como la educación son parte de los grandes problemas a enfrentar, por lo tanto son problema reales para estas economías. Creemos, hay una actitud de honestidad intelectual, al superar ese optimismo panglosiano que encerró a su primer y polémico libro.
Fukuyama, al reconocer las limitaciones que emanaron de su optimismo logró, de alguna manera, reinterpretó la realidad al escribir la citada obra. En todo caso, él, al igual que Huntington con su libro “El choque de civilizaciones”, cree que con la caída del comunismo, la democracia liberal había “derrotado” a su rival histórico. Esto es, nos muestra que la historia fue entendida como un enfrentamiento entre sistemas políticos antagónicos; eran expresión de tensiones entre grandes filosofías de gobierno. Esa tensión ha concluido. Hoy hay un tipo diferente de la historia; sin confrontaciones ideológicas. Huntington, considera que la democracia liberal es un producto del cristianismo en Europa y que no ha podido ser implantada en otras culturas. En su opinión, refleja que la historia es un constante choque entre civilizaciones que profesan valores irreductibles. Hoy, por ejemplo, vemos al fundamentalismo islámico frente a Occidente y Venezuela es occidental; por su cultura y posicionamiento geográfico, pero que en su interior reproduce posturas antidemocráticas.
La democracia es un producto que se ha hecho parte de ella. Es la idea liberal la que nos guía. Lo que prueba, que ella, la democracia enfrenta a sectores que la amenazan, justamente por individuos que reaccionan de manera suicida y desesperada; es evidente que el pensamiento antidemocrática se haca más radical en la medida que se siente amenazada su existencia. El fundamentalismo islamismo y los sectores antidemocráticos tienen como denominador común el miedo a la democracia. Unos, en nombre del fanatismo religioso, otros por defender una idea envejecida por los tiempos, pero que les genera la posibilidad de enriquecerse.
La democracia asusta a los fundamentalistas islámicos y a los populistas occidentales. El avance en el Mundo de ella es irreversible. Huntington tiene razón cuando habla de choque de civilizaciones. El fundamentalismo islámico se nutre de sus valores para enfrentar al Occidente. En tanto que en Occidente la lucha contra la democracia se nutre del populismo, la corrupción y el militarismo.
En todo este mar de especulaciones que se estudian en los grandes centros de reflexión intelectual, no vemos a Donald Trump; es claro que él está bien alejado de éstos. Él no cabe, no por su voluminosa figura, sino por sus escasas propuestas que no se consiguen ni siquiera con la lupa de Sherlock Holmes. En Venezuela también sufrimos de ese síndrome. Desde el gobierno, sus actuaciones son tan elementalmente dictatoriales que se asemejan a las del fundamentalismo islámico, como a las de Trump con sus desplantes y falta de ideas.
@eloicito