El panorama energético ha cambiado desde que Barack Obama llegó a la Casa Blanca en 2009. La lenta recuperación económica tras la recesión de 2008 y el auge de la producción de esquistos, han redundado en una reducción de las importaciones energéticas –en su nivel más bajo en 30 años-, en una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero –en su nivel más bajo en 27 años- y en una presión a la baja a los precios del petróleo –que ha beneficiado al consumidor estadounidense. En el caso concreto del petróleo, el porcentaje de las importaciones en el consumo total, pasó desde 50% en 2009 hasta 24,2% en 2015. Es decir, hoy por hoy, EEUU es más independiente energéticamente. No obstante, estos desarrollos están más asociados a las empresas petroleras estadounidenses, que a una política energética de Obama más orientada a fomentar las renovables y la eficiencia energética, la cual hasta ahora ha tenido un impacto mucho menor. El Presidente Obama sólo ayudó a los productores de esquistos levantando la prohibición a las exportaciones petroleras en 2015 -vigente durante 40 años- frente a la caída de precios provocada por la estrategia saudita destinada a defender su cuota de mercado. Sin embargo, los moderados precios actuales han impactando a estos productores, y por ello se estima que la producción de EEUU descenderá por primera vez en los últimos 8 años, desde 9,4 millones de barriles diarios (MMBD) en 2015 hasta 8,4 MMBD en 2016.

Por otra parte, cuando oteamos la situación actual de las primarias de EEUU, tenemos dos candidatos ya claramente ganadores: la experimentada Hillary Clinton, y el polémico Donald Trump. Clinton ha liderado las primarias demócratas desde el principio frente a la simbólica candidatura de Bernie Sanders. Por su parte, Trump apalancado en una retórica populista muy fuera de tono y en su manejo de los medios de comunicación, logró hacer lo impensable, batir a todos los candidatos y forzar a la élite del Partido Republicano a buscar un compromiso. En consecuencia, ya es hora de empezar a analizar sus propuestas energéticas.

Hillary Clinton tiene una dilatada trayectoria pública que le ha llevado a tratar ampliamente este tema. Clinton apoya el Plan de Energía Limpia delineado por el Presidente Obama en 2012 para reducir en 32% las emisiones de las centrales termoeléctricas para 2030 respecto a 2005 -mediante regulaciones de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) para evitar al Congreso-, el cual está asociado a un sistema de comercio de emisiones y a un plan para aumentar las energías renovables desde 13% en el mix de generación eléctrica en 2015 hasta el 28% en 2030. Esto le permitió a EEUU participar en las negociaciones multilaterales que hicieron posible el Acuerdo de Paris contra el cambio climático, que ha sido señalado por el Presidente Obama como “la mayor amenaza para nuestro futuro”. Empero, la Corte Suprema de Justicia a principios de este año, decidió suspender cautelarmente este plan, mientras se resuelven una serie de juicios interpuestos.

En consecuencia, Clinton seguiría la política de Obama, y ha manifestado que buscaría convertir a EEUU en una “superpotencia de energía limpia”. De hecho, ha propuesto que 33% del mix de generación eléctrica provenga de renovables en 2027, apostando por la instalación de 500 millones de paneles solares en 2020 y por hacer permanentes las exenciones fiscales para las renovables. Desea prohibir la perforación petrolera en áreas costa afuera y en el Ártico, implementar un impuesto a las ganancias súbitas a las petroleras, fortalecer las regulaciones para los oleoductos y gasoductos, invertir para hacer más eficientes las infraestructuras energéticas, y se ha opuesto al controversial proyecto de oleoducto Keystone XL que podría transportar 0,83 MMBD –monto superior a lo importado desde Venezuela- desde las arenas bituminosas de Canadá debido a la posible afectación de ecosistemas sensibles. Clinton ha propuesto un plan de 30 millardos de dólares para ayudar a la transición de las comunidades locales que dependan del carbón. Además, apoya la energía nuclear, afirmando que “un rápido cierre de las centrales nucleares de EEUU, antepone la ideología a la ciencia y los intereses nacionales”, en alusión a Sanders. Finalmente, considera que la fracturación hidráulica (fracking) ha sido un éxito, siendo más rentable que las renovables en el mediano plazo y menos contaminante que el carbón. No obstante, propone fortalecer las regulaciones ambientales para este sector.

Como en muchos otros temas, Donald Trump es el candidato cuyo programa energético resulta más desconocido. Ha causado revuelo por señalar que apoyaría el carbón y la energía nuclear, ya que generan empleo y fortalecen la seguridad energética. Está a favor de apoyar la producción petrolera doméstica –su principal asesor es Kevin Cramer, Representante por Dakota del Norte, estado líder en la producción de petróleo de esquistos. Se ha burlado de los que “creen” en el cambio climático y las energía renovables. Está a favor de la construcción del oleoducto Keystone XL. Considera que las regulaciones de la EPA son “una desgracia”, y ha señalado que eliminaría esta agencia creada por Nixon en 1971. A nivel internacional, ha señalado que revisaría la participación de EEUU en el Acuerdo de Paris, que dejaría de comprar petróleo a Arabia Saudita si no apoya más activamente la lucha contra el grupo terrorista Estado Islámico de Irak y Siria –por sus siglas en inglés, ISIS-, y que “tomaría” el petróleo de Irak y Libia si debe impulsar intervenciones para luchar contra el terrorismo y estabilizarlos. Su ignorancia sobre las consecuencias de sus propuestas en materia energética, como en muchos otros temas, resulta escandalosa. En definitiva, tenemos a Hillary Clinton con una aproximación más pragmática, cooperativa y cosmopolita; y un Trump más “fosilizado”, agresivo y nacionalista. ¿Y usted qué opina?

@kenopina

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