Con la presencia de los Ex-Presidentes y demás invitados extranjeros en las recientes elecciones del 6 de diciembre, se pudo comprobar algo que se sabía con antelación. No obstante, esos delegados pudieron comprobar lo que reiteradamente hemos argumentado acerca de la lamentable situación de orfandad que vive Venezuela. Ahora bien, uno de los espacios que acusa mayor deterioro en el país lo constituye la diplomacia.

Ella, es una realidad difícil que combina arte y ciencia y, fundamentalmente basa su ejercicio con el conocimiento y prudencia. El profesional de este oficio sabe que su complejidad es grande, pues lo determinan sus escenarios principales: la paz, el comercio, la política, la guerra, la cultura y los tratados, entre otros. Todos, factores que implican una elevada dosis de discernimiento, prudencia, ponderación y experiencia. Sus resultados se observan en los cahiers de la Historia de las Relaciones Internacionales.

La diplomacia, a veces, es mal interpretada. Unos, la definen como el instrumento de la política exterior de un Estado, para alcanzar sus objetivos. Otros como el arte de dirigir las relaciones para ganar sin participar en un conflicto. Vistas ambas, la diplomacia sería uno de los instrumentos para alcanzar los objetivos en materia de política exterior de un Estado. No obstante, la evolución de las circunstancias, el abusivo protagonismo de los Jefes de los mismos Estados, (conocida como diplomacia presidencial) aunado al creciente desarrollo del conocimiento humano por la explosión informacional y comunicacional (caso WikiLeaks) hace que, aparentemente, la diplomacia se perciba como decadente. Sin embargo, mientras existan unidades actuantes internacionalmente, el diplomático será necesario, pues, siempre estará obligado a satisfacer el interés nacional de su país mediante la obtención de resultados positivos, más allá del circunstancial factor político- ideológico.

El verdadero diplomático sabe que en esta disciplina no se producen cambios substanciales, no hay “revoluciones” de ningún tipo en ella, pues, las modificaciones que se llevan a cabo en su interior están determinadas por lo que se produzca en las Relaciones Internacionales; sin embargo, el conocimiento es importante en el dominio de las herramientas para satisfacer el interés nacional. Conocimientos de derecho, economía, política, de historia y de derecho de los tratados; vistos éstos en su evolución y perspectiva, son necesarios. El diplomático debe experimentar un permanente proceso de aggiornamiento en el conocimiento.

Lamentablemente eso no ha ocurrido con la diplomacia bolivariana. El resumen de su actividad la encontramos en una práctica: exportar propagandistas. Éstos, no son acordes con el oficio, pues por lo general son individuos alejados del dominio de materias que nutren la función que promueve la búsqueda de situaciones y creación de puentes que el Mundo necesita para su existencia en paz. Una verdadera política exterior desideologizada y no una mesiánica acción exterior, debe tener y tomar en cuentas estas y otras consideraciones. En otro orden de ideas, hay que destacar que este oficio, la diplomacia y el espionaje son oficios similares. No es fácil el tema, es verdad. Muchos colegas de oficio, se podrán sorprender. Sin embargo, hoy, a la vista de algunos acontecimientos hay que destacar los intríngulis presentes en ambas actividades. Ellas, siempre han ido de la mano. La diplomacia, la verdadera, siempre se ha caracterizado por disponer de individuos honorables, competentes, de prestigio, además, plurilingües y dueños de una vasta cultura. Por  lo que, a veces, resulta difícil asociar su actividad al espionaje. Pero, también hay que decirlo: El espía, el preparado, no el amateur, quien obtiene, ilegalmente, ciertas y determinadas informaciones, generalmente para su país, empresas o bien para alcanzar réditos directos, vendiéndolas al mejor postor. En tanto que el diplomático, es un individuo que también obtiene esas informaciones legalmente; luego, las procesa mediante un análisis y las remite a su país para ser tomadas en consideración. La diplomacia, así como el espionaje, deben estar asociados a la información, pero aún más al conocimiento.

El diplomático, desde los siglos XVI-XVII, por practicar la diplomacia secreta era considerado un espía honorable. Casanova sentenció: “Los únicos espías confesos son los Embajadores”. Ello es normal, pues un hombre culto, preparado, capaz, letrado que analiza  el destino donde ejerce sus funciones, evidentemente “juega el papel del espía”, pues procesa la información del día a día y la remite al Despacho Central de su Ministerio.    .

El paradigma del diplomático espía fue el francés Talleyrand, bautizado como el príncipe de los diplomáticos. El espiaba a sus jefes, entre ellos a Napoleón, quien fue su víctima, pues ejercía el doble papel de servirle y lucrarse con los rusos y austriacos. Hay muchos ejemplos de cómo la diplomacia y el espionaje han marchado de la mano. El siglo XX, el corto, según Eric Hobsbawm, es un gran reservorio de ellos. La ideologización extrema de las Relaciones Internacionales con el esquema “amigo-enemigo” lo permitió. La diplomacia era asociada al espionaje. Sin embargo, los funcionarios actuantes, diplomáticos o espías, poseían una extraordinaria preparación que los hacía ver como seres impecables. Había, incluso, entre ellos códigos éticos de comportamiento.

Nada que ver con los diplomáticos bolivarianos (para nada profesionales) y/o espías, prototipos del “agente Salazar” que muestran, desde el inicio de su gestión como “diplomáticos”, las intenciones de “espiar al Imperio”. Ellos han hecho el ridículo ante el Mundo, pues se han mostrado las costuras de su bola antes de lanzar la primera. Su misión de combatir al “Imperio”, siempre encontró dificultades que emanaban de su propia actuación por no comprender la complejidad de construir un “Mundo multipolar”, que no verbal, propagandístico y “molar”.

Vale la pena destacar que el Dr. Simón Alberto Consalvi en su libro La Paz Nuclear; Ensayos de historia contemporánea, refiere  “En la política internacional de esta era bipolar de la segunda mitad del siglo XX, hay una interrogante que es preciso analizar: ¿En qué grado se modificado la estructura de las relaciones entre los EEUU y la Unión Soviética, o hasta qué punto se han alterado sus intereses comunes?

Traemos a colación esta interesantísima cita, extrapolándola, pues mutatis mutandis, encierra, en sí misma, un cuestionamiento similar: ¿En qué grado se han alterado los intereses de Venezuela en este Mundo? Desde 1999 nuestro país se ha ido transformando en una especie de satélite de diversos intereses extraños a nosotros. Nuestra política exterior se resume a una zigzagueante acción personal y la misma responde a las variaciones temperamentales de los individuos que la dirigen o, a los “consejos” que reiteradamente recibe desde el exterior. Se ha ideologizado nuestra  conducta exterior, en favor de otros.

Ahora bien el ejercicio instrumental de la política exterior venezolana también ha sido degradado. La diplomacia, hoy se observa como un oficio ultrajado y no hay atisbo alguno por rectificar. El proceso de putrefacción en que se encuentra este oficio se resume a la presencia de individuos groseros, vulgares, ignorantes y por demás escatológicos y quienes, en nombre del “proceso revolucionario”, han invadido el Ministerio de Relaciones Exteriores. Exhiben una visión alejada del respeto por las formas. Es un desorden y una anarquía para la cual aparentemente no hay solución, por lo menos bajo las actuales circunstancias políticas. El oficio del diplomático debe ser reconstruido. He aquí el papel a jugar por la nueva Asamblea Nacional en manos de la oposición y su mayoría calificada. Hay que reinstitucionalizar este oficio con elementos formados en las universidades, alimentados con una visión académica, pero también política y con un alto grado de interés por una moderna profesionalización.

El siglo XXI ofrece la oportunidad de reencontrar las valencias en nosotros mismos y restaurar una política exterior que responda al interés nacional; la que hoy exhibe el Estado venezolano no responde a ese interés. Ahora bien, los encargados de instrumentar la diplomacia, no pueden ser unos ignaros e improvisados individuos, como tampoco unos groseros cuyo comportamiento muestre orfandad de una  buena educación. No cualquiera reúne los requisitos para el oficio de diplomático. Se requiere: inteligencia, conocimiento, habilidades y sobre todo comportarse acorde con el país. No importa si son afectas a una determinada visión política; ese no es el caso; lo que se requiere es representar al país  con decoro, dignidad y apego al interés nacional.

La diplomacia es una práctica, técnica y arte, para lo cual no hace falta, la guapería de barrio ni el resentimiento. Esa conducta, administrativamente hablando, debe emanar desde la más alta dirección del Ministerio hasta sus niveles inferiores. Esas prácticas “guapetonas” no expresan al siglo XXI; por el contrario, la “diplomacia bolivariana”, si es que se puede llamar de esta manera, es el epítome, de la  incultura, como de los decimonónicos tiempos de las montoneras. Ojalá la nueva Asamblea Nacional encuentre tiempo para impulsar la reconstrucción y reinstitucionalización de la política exterior y su principal instrumento: la diplomacia, ésta, por supuesto, sin adjetivos.

@eloicito

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