No se trata de dictar cátedra sobre los objetivos del Cuerpo Diplomático. No obstante, hay que aproximar alguna respuesta para satisfacer la curiosidad de gente no avisada en el área. Los diplomáticos ejercen sus funciones en los países encomendados. Éstos son el escenario donde deben realizar su trabajo el cual consiste, fundamentalmente, en observar detalladamente lo que acontece en el escenario delegado a fin de transmitirlos a sus centros, léase, los respectivos Ministerios de Relaciones Exteriores para los cuales trabajan, para que desde allí se tracen los lineamientos a seguir.
No es fácil ese ejercicio. Sobre todo, como señala el Embajador Oscar Hernández: “No hay funcionario diplomático que asuma su vocación dignamente, que no impregne en la huella de su partida el más profundo malestar por dejar su país, su familia y sus amigos”. Yo agregaría: los afectos que ese funcionario, deja por donde transita. Digo esto pues, en efecto, el diplomático se compenetra con los espacios donde trabaja y teje toda una red de relaciones hasta alcanzar, incluso, una relativa asimilación de la manera de pensar y sentir de los pobladores de esos espacios.
El Cuerpo Diplomático acreditado en Venezuela, seguramente, debe observar el espíritu democrático del venezolano. Como también debe hacer lo propio al ver los desmanes que realizan los partidarios de este gobierno. Cada país, evidentemente, coloca a sus diplomáticos a observar, pero jamás inmiscuirse en los asuntos internos. E incluso aquellos países que se benefician directa o indirectamente del gobierno bolivariano deben hacerlo y evaluar prudentemente las dificultades que el gobierno coloca en el camino de los sectores democráticos, desmanes que sus propios gobiernos no permitirían. Bueno, esa es la vida, diría un poeta.
Sin embargo, hay que tomar en consideración que estos sectores democráticos, hoy vapuleados por un gobierno que irrespeta, con violencia, su propia Constitución, mañana podrían ser gobierno, por lo que deben ser ponderados correctamente en esos términos. Lo que me viene a la memoria una anécdota, cada vez menos “anecdótica”. Se trata de un momento cuando Allen Dulles, -quien con el tiempo, sería el primer director de la CIA -trabajaba como diplomático en Berna en el año 1916, donde fue designado en su primera misión de inteligencia y le tocó atender a un grupo de exiliados rusos. Dulles rechazó considerar sus propuestas. Él, en su informe, deslizó que éstos no llegarían a ninguna parte, especialmente su líder, hombre pequeño que guarnecía su calva con un gorro, además con una mirada de rasgos asiáticos. Según Dulles éste era un alocado anarquista. Se trataba de Vladimir Ilich Lenin.
@eloicito