Las señales de alarma sobre el comportamiento reciente de la economía china han llevado a una reconsideración general sobre el papel mundial de los así llamados “países BRICS” y sobre sus posibilidades autonómicas en el contexto de la pos-Guerra Fría.
La configuración de los países BRICS es el resultado de la compleja discusión que se abrió en los primeros años de este siglo sobre la necesidad que tenían algunos autores y diplomáticos de superar el esquema bipolar para la comprensión de la actual realidad internacional. Se trataba entonces de definirla como en una transición hacia lo multipolar. A esta reflexión se le añadió el reconocimiento del papel llevado a cabo por los sectores multilaterales y transnacionales en esta nueva estructura mundial.
No se trata tan solo de puntualizar los problemas de China, añadiendo el tema de su aspiración militar en el Océano Pacífico. La pretensión rusa de reconfigurar la geopolítica europea y mundial también es observada con ojo clínico, al intervenir directamente, luego de muchos años de pasividad, en el juego del poder. Véanse en particular, tanto los casos de Ucrania y Siria, como la controversial toma de Crimea.
India se debate entre su desarrollo constante de su economía y los problemas sociales que experimenta ese subcontinente, la herencia de unas tradiciones milenarias y del peso de la dominación británica. De igual modo, Brasil presenta tanto problemas de legitimidad de su gobierno como una crisis de productividad y de crecimiento. Sudáfrica es una caldera social a punto de estallar.
Los problemas ya citados han llevado a una especie de devaluación sistemática de la apuesta por los BRICS. Esto no significa necesariamente que estamos ante la presencia de un mundo unipolar o bipolar. Se trata tan sólo de señalar lo relativo que es el poder de esos países y cómo se sobrevaluó su potencial en el momento en que se planteó, con un sobrado optimismo, una nueva configuración global.