Hace unas semanas fueron anunciados, como todos los años, los ganadores del prestigioso Premio Nobel en sus distintas categorías, y el ganador del Premio Nobel de la Paz, tal como fue reseñado ampliamente en los medios internacionales, fue el Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez, una alianza de organizaciones de la sociedad civil de Túnez que contribuyeron decisivamente en que los actores políticos surgidos a raíz de la “Revolución de los Jazmines”, lograran consensos y acuerdos de convivencia mínimos de cara a la reconstrucción nacional. A partir de ahí, ha sido posible moldear la política tunecina con características muy distintas a la desarrollada en el resto de los países de la región -marcada por sectarismos políticos, étnicos y religiosos.

Lo interesante aquí es que en este proceso político, al igual que otros de la “Primavera Árabe”, se hacen palpables muchas de las tendencias políticas a nivel global, las cuales están moldeando procesos actuales en todas las regiones del Mundo, desde Venezuela hasta Myanmar, pasando por Ucrania y muchos de los Estados africanos.

El Profesor Zbigniew Brzezinski ha expresado que existe un despertar político global, fácilmente ejemplificable en la “Primavera Árabe”, el cual aunque viene gestándose desde los últimos dos siglos, realmente ha tocado techo en las últimas décadas, y está representado en las masas de jóvenes descontentos con los sistemas políticos y las desigualdades en las que viven, lo cual usualmente desencadena procesos de protestas, y en muchos casos violencia, que sacuden el statu quo de los países.

En Túnez, este fenómeno ha chocado y se ha mezclado con otra tendencia importante de la política global: la revolución en el poder de organización en las sociedades y el auge del llamado tercer sector, representado por las organizaciones no gubernamentales, los sindicatos y demás grupos de la sociedad civil. La influencia de distintas organizaciones fuera del Estado en la política interna de los países se ha vuelto un elemento cada vez más normal, y su efecto, sobre todo en Estados que precisamente no gozan de suficiente presencia de estas instituciones además de un sistema político estable, puede ser decisiva.

Entonces la idea de que no solo el despertar político de grandes grupos de personas, sino además la participación en los procesos políticos de organismos no partidistas cuyos intereses son, idealmente, los mismos que los de distintos sectores de la sociedad, se vuelve entonces un factor decisivo en los cambios exitosos en los Estados, dejando muy atrás las revoluciones de élites partidistas que caracterizaron al siglo XX y que eran mucho más susceptibles a la corrupción, clientelismo e ineficiencia.

Si observamos entonces otros casos de la “Primavera Árabe”, como el libio, vemos que aunque las fuerzas populares que mueven los cambios políticos estaban ahí, la falta de una verdadera sociedad civil que generará organizaciones como las que integran el Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez, puede desencadenar resultados adversos, quizás incluso peores que elstatu quo inicial.

Finalmente, habría que concluir que las transiciones políticas no dependen de líderes o grupos políticos, sino de sociedades dispuestas a trabajar y sacrificarse por los cambios necesarios para la mejora de su calidad de vida, y que cualquier figura que pueda surgir en el horizonte, como los políticos que han tomado el protagonismo de la transición tunecina, no deben más que ser líderes que guíen la acción del conjunto de los ciudadanos, pero sin olvidar quienes son los verdaderos protagonistas del proceso. Por eso: ¡Felicitaciones por ese Nobel de la Paz para la sociedad civil!

@IvanRojas92

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