El pasado 14 de julio, finalizó con éxito uno de los más épicos maratones diplomáticos de los tiempos modernos. Tras 20 meses de negociaciones en diferentes ciudades (Ginebra, Nueva York, Bruselas, Lausana y Viena), y con un esfuerzo intenso en la última ronda de 18 días en el Palacio de Coburgo ubicado en la antigua capital imperial de los Habsburgo, fue alcanzado el acuerdo nuclear entre Irán y el G-5+1 (Alemania, China, EEUU, Reino Unido, Francia y Rusia), el cual sólo podrá evaluarse cabalmente a largo plazo. Sin embargo, en principio podemos señalar, que el acuerdo representa un triunfo tanto para el reformista Presidente iraní Hassan Rouhani –que ha prometido a su población liberarla del pesado fardo de las sanciones- como para Barack Obama -que llena de realidad el Premio Nobel de la Paz que recibió en 2009 y logra apuntalar su política exterior.
Irán aceptó el acuerdo debido a los costos acumulados de las sanciones impuestas en una población cada vez más impaciente, así como la guerra cibernética y la eliminación de algunos de sus científicos. Para EEUU y la Unión Europea, el acuerdo es una salida obligada, una vez que se ha entendido que nuevas sanciones tampoco frenarían el programa nuclear iraní y que la opción militar para destruirlo era inviable -las principales instalaciones nucleares están fuera del alcance de las bombas más potentes, y su número y dispersión obligaría a una campaña aérea a gran escala sin garantía de éxito. En consecuencia, el objetivo perseguido con el acuerdo se ha limitado a contener el programa nuclear iraní durante una década, abriendo la posibilidad de ensayar un entendimiento más amplio entre Washington y Teherán. Además, en línea con su enfoque de “Liderar desde atrás” (leading from behind) y como consecuencia de su autonomía energética, la Administración Obama busca evitar su implicación directa en los conflictos de Medio Oriente. De ahí que le interese jugar al equilibrio de poder entre Tel Aviv, Teherán, Riad, El Cairo y Ankara, tratando de neutralizar las ambiciones de unos con las de los otros, y de hacerlos responsables en la gestión de los problemas del convulsionado Medio Oriente.
En materia petrolera, el acuerdo hace posible que Irán regrese al mercado aunque no hay consenso sobre su magnitud, velocidad e impacto. Con la imposición de sanciones, la producción petrolera iraní descendió desde 3,61 millones de barriles diarios (MMBD) en 2011 a 2,77 MMBD en 2015 –con una caída de sus exportaciones en alrededor de 50%; desde 2,5 MMBD en 2011 a 1,2 MMBD en 2015. Recientemente, el Ministro de Petróleo persa, Bijan Zanganeh, ha dicho que Irán podría aumentar su producción en 1 MMBD en 6 meses hasta alcanzar el nivel pre-sanciones, con la meta a largo plazo de alcanzar 5 MMBD en 2020 –nivel similar al que producía antes de la caída del Sha en 1979. Para ello, ha prometido contratos atractivos y ha empezado a conversar con las empresas BP, Shell, Total y ENI. No obstante, esto parece muy optimista en el contexto de un mercado con exceso de oferta, precios deprimidos y la necesidad de fuertes inversiones y tecnología. Por ello, Platts, Reuters y Commerzbank estiman que Irán aumentará 1 MMBD pero en los próximos 18 meses, reduciendo los precios en 10 $/Bl.
El Departamento de Energía de EEUU y la Agencia Internacional de Energía son más moderados, y estiman que tras el acuerdo, Irán buscará liberar al mercado los 30 millones de barriles que tiene almacenados en sus 25 buques tipo VLCC en el segundo semestre de 2015, lo cual se traduce en una oferta adicional de entre 160 y 180 mil barriles diarios (MBD). Esto reducirá los pronósticos de precios entre 1 $/Bl y 3 $/Bl para 2015. Además, con el levantamiento de sanciones a mediados de 2016, Irán estaría en capacidad de producir por lo menos 0,7 MMBD adicionales para finales del próximo año, de los cuales 0,6 MMBD es capacidad cerrada y 0,1 MMBD sería capacidad nueva. Esto implicaría una reducción en los pronósticos de precios entre 5 $/Bl y 15 $/Bl para 2016. Con un nuevo marco regulatorio e inversiones apropiadas, Irán podríaalcanzar 4 MMBD para finales de la década –nivel que tenía en 2008.
La consultora Wood Mackenzie es mucho más pesimista, y considera que Irán sólo podrá incorporar 120 MBD a finales de 2015 desde su almacenamiento flotante. Asimismo, estima que podrá elevar su producción en 260 MBD en 2016 y 220 MBD en 2017. En suma, habría aumentado su capacidad de producción sólo en 0,6 MMBD hasta alcanzar 3,37 MMBD en 2017 debido a la degradación del sector, y alcanzaría 4,4 MMBD en 2025 sólo si logra atraer la inversión –al menos 50 millardos de dólares- y tecnología necesarias. Mientras para Citigroup, Goldman Sachs y la consultora PIRA, Irán sólo podrá aumentar 0,5 MMBD para finales de 2016 –siendo problemático hacerlo más allá de este nivel ya que necesitaría inversiones por el orden de 100 millardos de dólares- y el aumento de la demanda dejaría los precios estables en su nivel actual de 60 $/Bl.
En conclusión, el acuerdo firmado es el mejor de los posibles entre adversarios que no tienen opción real para imponerse. El tiempo dirá si lo pactado ha servido para estabilizar Medio Oriente o si, por el contrario, ha permitido a Irán avanzar en sus apetencias geopolíticas a costa de futuros conflictos. Además, clarificará si ha supuesto un punto de inflexión en un mercado petrolero bajista, que ahora debe absorber el retorno gradual del crudo persa. Venezuela, por su parte, debe rectificar su modelo económico y elaborar un plan financiero de contingencia que tome en cuenta un horizonte más amplio con precios del petróleo deprimidos; seguir realizando esfuerzos para mantener la cohesión de la OPEP con base en el cumplimiento estricto del techo de producción colectivo acordado y el regreso a las cuotas nacionales; así como emprender una revisión estratégica de su política exterior a partir de los grandes cambios del entorno. ¿Y usted qué opina?
@kenopina
Publicado originalmente en El Mundo Economía y Negocios