El fin del experimento democrático en Egipto – Por Kenneth Ramírez
Los egipcios se han dirigido a las urnas esta semana para votar una nueva constitución -la segunda en poco más de un año-, la cual pretende legitimar el golpe de Estado del 3 de julio de 2013 contra Mohamed Morsi y los Hermanos Musulmanes.
En el referéndum constitucional de 2012 se produjo una participación de 33% del padrón electoral, con una votación a favor del “Sí” de 64%; mientras en el referéndum constitucional de 2014, las cifras que se han adelantado a través de los medios de comunicación oficiales apuntan a una participación de 37%, con más del 90% de los votos a favor del “Sí”. En consecuencia, los resultados de este referéndum constitucional de 2014 llaman mucho la atención, ya que con una participación ligeramente superior al anterior –a pesar del llamamiento al boicot de los Hermanos Musulmanes-, se está hablando de un altísimo porcentaje a favor del “Sí”, lo cual recuerda las elecciones fraudulentas de los tiempos de Mubarak -quien casi siempre obtenía 90% o más de los votos. De manera que, la nueva Constitución nace bajo el signo de la sospecha y la exclusión, proporcionando un aval limitado al golpe de Estado de 2013.
Así parece cerrarse, al menos por ahora, el primer experimento democrático en la historia del país del Nilo. Recordemos que las masivas protestas de los egipcios desde la Plaza Tahrir -con ayuda de la presión externa sobre el Ejército- lograron la caída del dictador Mubarak en 2011, para luego volver a propiciar el derrocamiento del Presidente Morsi electo democráticamente en 2013. Esto último, con la ayuda del Ejército y los jueces -miembros del “Estado Profundo”-, los cuales esperaron el momento propicio para retomar el poder.
El problema en resumen, fue que la celebración de elecciones democráticas en Egipto no llevó a un demócrata al poder. Mohamed Morsi en particular y los Hermanos Musulmanes en general, fallaron las pruebas más básicas de la apertura y diálogo, y más preocupante aún fueron sus ataques al Estado de Derecho y al laicismo. Todo lo cual aunado a la incompetencia para luchar contra la crisis económica e incapacidad para alcanzar acuerdos con el Ejército, reactivaron las protestas en la Plaza Tahrir y desembocaron en un nuevo golpe.
Muchos aplaudirán la nueva Constitución de Egipto por la retirada del islamismo. Recordemos que la Constitución de 2012 impulsada por Morsi consagraba la jurisprudencia de la Sharia como fuente de derecho y otorgaba a la institución teológica Al Azhar la potestad de interpretarla, lo cual generó preocupación y descontento. Pero lo que la Constitución de 2014 le falta de islamista, le sobra en nuevos instrumentos para apoyar el regreso de la dictadura militar.
Hoy por hoy, el General Abdel Fatah al-Sissi –líder militar del golpe contra Morsi- se ha convertido en el nuevo hombre fuerte de Egipto, y parece estar sopesando presentarse a las elecciones presidenciales que se celebrarán en breve con la imagen de un “nuevo Nasser”. Su voluntad y los intereses del Ejército están detrás de la nueva Constitución que limita las protestas pacíficas, la disidencia y el activismo político. A partir de ahora, el Ministro de la Defensa y el presupuesto militar serán responsabilidad del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, escapando de cualquier control parlamentario. Esto por no hablar, del amplio margen que tendrán los tribunales militares para enjuiciar a civiles, la imposibilidad de formar partidos políticos de base religiosa y de recibir fondos externos.
El Ejército se ha esforzado en fortalecer la sensación de orden, reprimiendo las protestas –lo cual ha llegado incluso al allanamiento de universidades-, y criminalizando a los Hermanos Musulmanes como terroristas, siendo ahora nuevamente como en los tiempos de Mubarak los culpables de todos los males de Egipto. Sin embargo, todo esto, resulta una afrenta para aquellos que están cansados de vivir bajo el yugo de la opresión militar y han aprendido el valor de la protesta. Asimismo, resulta muy peligroso, ya que los Hermanos Musulmanes como organización disciplinada con gran penetración social y pericia en la resistencia contra la dictadura, podrían radicalizarse y generar una espiral de violencia en un Medio Oriente convulso.
Por el momento, muchos egipcios han decidido que vale la pena echar por la borda sus libertades a cambio de la estabilidad y laicismo que promete la nueva Constitución. EEUU y Europa parecen mirar hacia otro lado, mientras las petro-monarquías del Golfo y Bashar al-Assad desde Siria -por paradójico que parezca- aplauden el nuevo orden egipcio. Turquía como aliado de los Hermanos Musulmanes ha quedado aislada, tras la abdicación del Emir de Qatar.
¿Será el Egipto de Sissi más estable que el Egipto de Mubarak? En el largo plazo no parece que sea así. Los ingredientes que generaron la Primavera Egipcia en 2011 -detención arbitraria, estancamiento económico, alto desempleo y la corrupción- permanecen. Y los Hermanos Musulmanes y demás islamistas descontentos no se quedarán de brazos cruzados. En definitiva, ni Sissi es Nasser, ni 2014 es 1956. Entonces, ¿qué debe hacer la Comunidad Internacional? La respuesta parece clara: impulsar una reconciliación nacional y redoblar su apoyo a liberales e islamistas moderados que lideraron la Plaza Tahrir.
La cancillería venezolana debe tomar nota de esto y diseñar una estrategia coherente, evitando seguir dando bandazos respecto a Egipto como lo ha hecho desde 2011, bien por razones del debate político doméstico como por una política exterior anti-estadounidense automática e irreflexiva.
Recordemos que el finado Presidente Chávez y el otrora Canciller Maduro recibieron la caída de Mubarak con simpatía inicial al ser un aliado de EEUU; pero luego la calificaron de “golpe de Estado” y optaron por el recelo, cuando analistas políticos empezaron a establecer comparaciones entre la situación política de ambos países. La llegada de Morsi al poder fue percibida con cierta cautela por su apoyo a los rebeldes sirios contra Assad, pero luego la cancillería venezolana empezó a percibirlo con cierto interés cuando estrechó vínculos con Irán y lucía más autónomo frente a EEUU. Finalmente, las nuevas comparaciones que quisieron establecerse entre ambos países a raíz del golpe contra Morsi en 2013, llevaron al ya Presidente Maduro a retirar a nuestro Embajador Victor Carazo; para meses después pasar a designar como nuevo Embajador venezolano a Juan Antonio Hernández y manifestar su voluntad de estrechar las relaciones bilaterales, cuando afloraron diferencias entre el nuevo gobierno egipcio tutelado por el Ejército y EEUU por la dura represión de los Hermanos Musulmanes, y cuando se produjo un nuevo acercamiento entre El Cairo y Damasco. En definitiva, una política errática que debe corregirse.
@kenopina