Kissinger, el próximo orden mundial y Venezuela – Por Eloy Torres
El orden mundial, para Kissinger, emana directamente de la voluntad de aquellos individuos que ejercen posiciones claves en los Estados más poderosos del Mundo. En este sentido, se requiere un nuevo orden mundial en la actualidad.
Tenemos décadas escuchando distintas versiones acerca de un orden mundial, nuevo, distinto, basado en la justicia social, defensor de los derechos humanos, la democracia y el progreso social y el derecho al desarrollo de los pueblos. Siempre nos topamos con la granítica realidad de su imposibilidad; por lo que emerge la pregunta: ¿Cuál es el sentido y por qué sería necesario la edificación de un orden mundial?
El orden debe resultar de un equilibrio de poder y un mecanismo con reglas comunes para resolver las disputas internacionales, limitar las guerras, así como resolver pacíficamente los conflictos de intereses. Todo ello nos conduce a construir un sistema internacional estable para responder gradualmente a las exigencias de garantizar los derechos fundamentales del individuo. Kissinger sostuvo que en ello juega un papel fundamental, la diplomacia. Kissinger invocó en pocas ocasiones la urgencia de reeditar el Concierto Europeo construido en 1815 después de las Guerras Napoleónicas.
Esa singular construcción, según señala la historia de las relaciones internacionales es el resultado de Estadistas, como lo fueron Metternich y Castlereagh hace dos centurias. Su médula axiológica fundamental se centró en algo simple: si un sistema es construido sobre el poder, pero no goza de legitimidad, entonces no se mantendrá en el tiempo debido a la oposición generalizada; y si sólo se construye sobre normas legítimas sin ninguna base de poder, mucho menos lo hará, será débil y efímero, como lo fue la Paz de Versalles. En conclusión, se requiere entrelazar ambas realidades para construir un orden mundial duradero.
Sin embargo, el propio Kissinger nos advirtió: “Una ley física es una explicación y no una descripción, y la historia enseña por analogía, no por identidad. Esto significa que las lecciones de la historia nunca son automáticas, que sólo pueden ser captadas por un patrón que admita la significación de un conjunto de experiencias, que las respuestas que obtengamos nunca serán mejores que las interrogantes que planteamos” (Un mundo restaurado, FCE, 1973, pp. 420-421)
Hoy por hoy, nos encontramos con la cruda realidad mundial donde el caos amenaza en medio de una interdependencia que no tiene precedentes. La globalización de la economía mundial se ha venido ralentizando acompañada de amenazas que traspasan las fronteras, como el terrorismo, la proliferación nuclear, la desintegración de Estados, las consecuencias del Cambio Climático, la persistencia de conductas genocidas y la difusión de las nuevas tecnologías disruptivas como la Inteligencia Artificial. Sin embargo, al tiempo que la prosperidad y los problemas mundiales están cada vez más entrelazados, aumentan también los conflictos geopolíticos interestatales tradicionales, desde la Guerra de Ucrania hasta el enfrentamiento Irán-Israel.
¿Cómo podemos crear un nuevo orden a partir de tan diferentes sistemas políticos, culturales y religiosos, aunados a tendencias preocupantes como la dispersión de armas nucleares, el persistente terrorismo, y auge del populismo y el autoritarismo? Esta realidad nos lleva a vernos enfrentados a una situación alarmante para la paz mundial. Kissinger se movió en los últimos años entre la esperanza y el pesimismo.
En su libro Orden Mundial. Reflexiones sobre el carácter de las Naciones y el curso de la Historia (2014), planteó algo que, en definitiva, es realpolitik, pero a escala regional, en vez de mundial. Vivimos en un mundo de regiones, en el que distintas potencias buscan afirmar esferas de influencia, a veces contrapuestas y a veces no. Es una perspectiva completamente verosímil y, a juzgar por los hechos recientes, parece que nos encaminamos en esa dirección. Será un mundo competitivo, en el que unas regiones mantendrán la estabilidad mejor que otras. Al Hemisferio Occidental no le iría mal, dado su aislamiento de las zonas geopolíticas más calientes. Para Eurasia y Medio Oriente, el futuro se avizora más convulso, en un mundo con normas más débiles sin árbitros comunes. La zona de más incertidumbre es Asia, con el máximo potencial pero con la posibilidad de sufrir los conflictos más graves.
En suma, para Kissinger, la búsqueda contemporánea de un orden mundial requerirá una estrategia coherente para establecer un concepto de orden dentro de las diversas regiones y relacionar estos órdenes regionales entre sí en un orden mundial con mecanismos de concertación de mínimos. Estos objetivos no son necesariamente reconciliables: el triunfo de un movimiento radical podría traer orden a una región y al mismo tiempo preparar el escenario para la agitación en y con todas las demás. La dominación militar de una región por una potencia, incluso si da la apariencia de orden, podría producir una crisis para el resto del Mundo.
Para EEUU en particular y las democracias en general, este escenario requerirá pensar en dos niveles aparentemente contradictorios. La celebración de los principios universales debe ir acompañada del reconocimiento de la realidad de las historias, culturas y puntos de vista de otras potencias respecto al destino de sus regiones y su propia seguridad. Al respecto, Kissinger señaló que la historia no ofrece respiro a los países que dejan de lado su sentido de identidad en favor de un camino menos arduo y tampoco asegura el éxito de las convicciones más elevadas en ausencia de una estrategia geopolítica integral.
Ahora bien, debemos poner en duda una hipótesis fundamental en la que se basa predicción de Kissinger: ¿tiene sentido olvidarse por completo de la escala global en nuestros pronósticos a futuro? Es razonable pensar en un escenario donde el orden mundial puede dividirse en esferas de influencia y órdenes regionales. Sin embargo, tenemos delante la enorme incertidumbre que envuelve el futuro de las relaciones entre EEUU y China.
Si las dos potencias globales logran empezar a coordinarse ante muchas de las crisis internacionales, la fragmentación del mundo en regiones de influencia que predice Kissinger no se produciría. De hecho, la entente EEUU-China podría servir de base para un orden mundial al estilo del Concierto Europeo que tanto gustaba a Kissinger como futuro retro en libros anteriores como La Diplomacia (1994).
En el caso opuesto, el antagonismo entre las dos potencias podría agudizarse tanto que las diversas esferas de influencia en el Mundo acabaran por repartirse entre dos opciones radicalmente contrarias que obligarían a muchos países a elegir. Esa situación sería mucho más conflictiva y tendría similitudes geopolíticas con la Guerra Fría 2.0 de lo que ya hablan copiosamente analistas desde las páginas de la revista The Economist hasta varios think tanks de EEUU.
¿Qué lugar le corresponde a otras potencias como Rusia o India en ese futuro? En muchos sentidos, a estos actores le interesa que las predicciones de Kissinger, aunque pesimistas, resulten ciertas. En un mundo de regiones, Rusia o India pueden diversificar y proteger sus intereses estableciendo múltiples pactos. En una situación de posible conflicto entre EEUU y China, a India le sería difícil elegir entre la proximidad y la importancia económica de China y los valores y el sistema de gobierno de EEUU. Rusia podría terminar de junior partner de China. Incluso en un orden de colaboración entre los dos, Rusia e India podrían salir perjudicadas, porque China tendría mayor influencia más grande en Eurasia. A medida que los dos países más poblados del planeta sigan creciendo, aumentarán las disputas por los recursos naturales, el agua y los alimentos. Rusia e India podrían ser víctimas de acuerdos entre EEUU y China que implicaran concesiones estadounidenses a cambio del apoyo chino en las cuestiones mundiales más acuciantes.
Por otra parte, Kissinger se mostró resignado ante la idea de que Europa no es capaz de cambiar de verdad. Cree que se ha propuesto “sobrepasar el Estado” con un proyecto supranacional que se ha quedado corto y que eso ha provocado “un vacío interno de autoridad y un desequilibrio de poder en sus fronteras”. Kissinger insistió, de hecho, en su famosa afirmación de que Europa “no tiene una dirección” ni un número de teléfono al que llamar. Aunque eso sigue siendo verdad, Alemania ofrece muchos argumentos para que se le atienda la llamada. De aquí a un tiempo, una Unión Europea encabezada por Alemania podría cambiar por completo la orientación europea, quizá para reforzar la relación transatlántica o quizá para debilitarla y acercarse mucho más a China. La Guerra de Ucrania ha arrojado a Scholz a los brazos de Biden, pero la industria alemana le exige equilibrios frente a Beijing.
Kissinger acertó al describir la descomposición del orden mundial. Sus predicciones indican lo que pensaba sería el provenir más probable: un Mundo de regiones geopolíticas. Empero, la tremenda volatilidad geoestratégica que se cierne en el horizonte, no nos permite avalar completamente el escenario que propuso en sus últimos años vida.
En cualquier caso, Kissinger murió mostrando una vitalidad intelectual, propia de un hombre renacentista. Lo que lo coloca en el Olimpo de los grandes pensadores de las Relaciones Internacionales. Repetimos, él no fue la Madre Teresa de Calcuta, tampoco un Gandhi. Fue un individuo que buscó comprender al Mundo para la estabilidad y la paz. Era lo que le interesaba. Las generaciones futuras lo evaluarán como un Estadista con una visión a largo plazo. Fue un hombre que comprendió que las Relaciones Internacionales no es una conversación entre ángeles. El Mundo es tal como es: crudo, donde reina la codicia, la crueldad y la desmedida ambición por dominar, lo cual debe refrenarse con equilibrios y normas legítimas básicas.
El complejo y movedizo escenario geopolítico también debemos tomarlo en consideración muy seriamente para poder re-institucionalizar con éxito a nuestra Venezuela en el próximo sexenio.
@eloicito