La derrota de Occidente y el triunfo del nihilismo – Por Enrique Fojón
Una crisis terminal de Occidente y, más concretamente, estadounidense, pone en peligro el equilibrio mundial.
El día 11 de enero de 2024, Emmanuel Todd publicó La défaite de l’Occident en el que el sociólogo, demógrafo e historiador francés -que parece querer continuar la saga que Oswald Spengler inauguró en 1918 con El Declive de Occidente-, anuncia que describirá e intentará comprender lo que está sucediendo en Ucrania y enunciará hipótesis sobre lo que estima que probablemente sucederá no sólo en Europa sino en el Mundo. También pretende desentrañar el misterio fundamental que constituye la incomprensión mutua de los dos protagonistas de la Guerra de Ucrania: Rusia y Occidente. De entrada, apela a Raymond Aron:
“La existencia histórica, tal como se la vive auténticamente, opone individuos, grupos, naciones, en lucha por la defensa de intereses o ideas incompatibles. Ni el contemporáneo ni el historiador están en condiciones de imputar sin reservas el error o la razón a unos o a otros. No es que ignoremos el bien y el mal, pero ignoramos el porvenir y toda causa histórica acarrea iniquidades”.
Todd aporta una interpretación de los antecedentes, sucesos y las, hasta ahora, consecuencias de la Guerra de Ucrania, que difieren de la narrativa que ha imperado en Occidente desde que estalló la guerra y que varios de sus elementos esenciales perduran hoy en día, aunque con matices esenciales alterados. Parte del supuesto de que la implosión de la URSS, en 1991, volvió a poner en marcha la Historia, visión opuesta a la del “fin de la Historia”, la tan difundida tesis de Francis Fukuyama. Rusia se sumió en una violenta crisis, algo que se venía encubando desde los años 80 y que dio como resultado un torbellino geopolítico que absorbió a EEUU y que produjo la expansión de un Occidente, la denominada post-Guerra Fría, algo así como el “paraíso prometido” que se marchitaba a medida que se agrandaba. “Occidente parece haberse congelado en algún punto entre 1990 y 2000, entre la caída del Muro de Berlín y un breve momento de omnipotencia”. Ahora luce extraviado. “¿Tiene sentido seguir hablando de Occidente como un actor estratégico?”, se pregunta el autor.
La acelerada desaparición de la filosofía protestante como base moral de la sociedad estadounidense, llevó a EEUU del neoliberalismo al nihilismo. Entre 2004 y 2022, el nihilismo occidental se fusionó con el de Ucrania, producto de descomposición de la esfera soviética. Con este telón de fondo, EEUU y Ucrania se han enfrentado a una Rusia estabilizada, que habría vuelto por la senda de gran potencia, con rasgos conservadores que ofrecen una imagen tranquilizadora ante la parte del Mundo que no quiere seguir a Occidente en su declive. Muestra de ello es que, a la vez que se celebraba la “Cumbre” de Davos, tenía lugar en Kampala, Uganda, la Cumbre del Movimiento de los Países No Alineados (MNOAL) del 15 al 20 de enero y reunió a 120 Estados, con la presencia de 30 Jefes de Estado y unos 1.500 delegados. De manera consecutiva, la capital de Uganda también acogió una “Tercera Sur” como foro del G77+China, los días 21 y 22 de enero, que reunió a 134 naciones.
Como la mayoría de las guerras, especialmente las mundiales, la Guerra de Ucrania no se ha desarrollado según lo previsto, y ya nos ha deparado muchas sorpresas. Todd ha enumerado diez de las principales.
La primera sorpresa fue el propio estallido de la guerra en Europa, una guerra real entre dos Estados, un acontecimiento sin precedentes para un continente que creía haberse instalado en la paz perpetua. Según la versión rusa, se decidió detener la presión que se ejercía desde Europa, desafiaron a la OTAN e invadieron Ucrania. Movilizando “los recursos de la economía crítica, la sociología religiosa y la antropología de las profundidades”, Emmanuel Todd nos ofrece un recorrido por el Mundo real, de Rusia a Ucrania, de las antiguas democracias populares a Alemania, de Gran Bretaña a Escandinavia y EEUU, sin olvidar al resto del Mundo cuya elección decidió el sesgo que ha ido tomando la guerra.
La versión rusa de los antecedentes inmediatos al conflicto queda claramente expuesta. Desde un puro cálculo realista, Moscú alegó legítima defensa para “justificar” la operación ofensiva que aprovechase el desequilibrio de capacidad militar favorable a Moscú. Había llegado el momento de que Rusia actuase al disponer de misiles hipersónicos, lo que le otorgaba superioridad estratégica. Todd califica la reacción occidental como el resultado de falta de previsión, considerándola total en París y Londres, y sólo relativa en Washington y Berlín. Carencia de estrategia se considera la figura en geopolítica.
La segunda sorpresa son los dos adversarios implicados en esta guerra: EEUU y Rusia. Durante más de una década, EEUU había identificado a China como su principal enemigo y el tablero asiático como el principal teatro geopolítico. Ahora, a través de los ucranianos, asistimos a un enfrentamiento entre EEUU y Rusia en el tablero europeo.
La tercera sorpresa: la resistencia militar ucraniana a la invasión que impidió una rápida conquista rusa, ya que Moscú minusvaloró la potencia de combate que tendría que emplear. Desde la toma de Crimea, en 2014, Ucrania había sido equipada con armamento occidental, pero el hecho de que un país en descomposición fuese capaz de ejercer tal resistencia sirve como referencia histórica. Lo que nadie podría haber previsto es que Kiev encontraría en la guerra la justificación de su propia existencia.
Los más sorprendidos de la reacción de Kiev fueron los propios rusos, ya que, al igual que la mayoría de los occidentales, eran conscientes de la realidad: Ucrania era algo parecido a un estado fallido. Desde su independencia en 1991, se estima que había perdido unos 11 millones de habitantes a causa de la emigración y disminución de la fertilidad. Era una oligarquía en la que la corrupción alcanzaba niveles increíbles. En vísperas de la guerra, Ucrania también se había convertido en el paraíso de la maternidad subrogada barata.
La cuarta sorpresa surge al constatar la resiliencia económica y financiera de Rusia. Se había divulgado profusamente que las sanciones, en particular la exclusión de los bancos rusos del sistema de comercio interbancario Swift, llevarían al país a claudicar. Los rusos habían aprendido de las sanciones de 2014 y se prepararon para ser autónomos en los sectores bancario y de tecnología de la información. Todd evidencia que la Rusia de Putin es algo muy diferente a la autocracia neo-estalinista, modelo de referencia de la prensa europea. Todd reconoce en Rusia a un país de una gran flexibilidad tecnológica, económica y social; en resumen, un adversario al que hay que tomar en serio.
Todd cree que Rusia, que define como “democracia autoritaria”, se ha recuperado económica, social e industrialmente (en parte gracias a las sanciones occidentales), aunque su baja tasa de fecundidad lleva a Putin a saber que dispone de sólo cinco años para ganar la guerra de Ucrania pues no se puede permitir una mayor movilización. Pero ve una Rusia estable y ello porque el `sistema Putin’ es “producto de la historia rusa y no obra de un solo hombre.” Por el contrario, “Occidente, dominado por oligarquías liberales, no es estable; incluso está enfermo”.
La quinta sorpresa: el colapso de la “voluntad” europea. Todd identifica a la UE con la “pareja” franco-alemana que, desde la crisis de 2007-2008, Berlín ejerció como marido dominante. Pero incluso bajo la hegemonía germana, se pensaba que Europa conservaría cierta autonomía. Sin embargo, a pesar de algunas reticencias al otro lado del Rhin, incluidas las cábalas del Canciller Scholz, la UE abandonó rápidamente cualquier deseo de defender sus propios intereses, mediante el enfrentamiento directo con un socio natural, tanto energético como comercial: Rusia. La Francia de Macron, con sus problemas internos, convertidos en vulnerabilidad nacional, hizo mutis por el foro de la escena internacional incluyendo la retirada del Sahel, mientras Polonia se convertía en el principal agente de Washington en Europa, reemplazando aparentemente en este cometido al Reino Unido, que había quedado fuera de la UE tras el Brexit. El tradicional eje París-Berlín ha sido ocasionalmente sustituido por el de Londres-Varsovia-Kiev, tutelado por Washington. El hecho de que Europa no sea un actor estratégico ha quedado en evidencia, a pesar de los intentos de conformar su autonomía estratégica y de predicar la cualidad geopolítica de su naturaleza.
El autor, como sexta sorpresa admite que considera al “resurgir” del Reino Unido como un actor anti-ruso. Durante la guerra, el Ministerio de Defensa británico se ha encargado de la información/propaganda del conflicto; puede considerarse que no ha sido muy afortunado. El Reino Unido preconizó el envío a Ucrania de misiles de largo alcance y carros de combate pesados, lo que ayudó a posibilitar el, no siempre exitoso, ánimo ofensivo ucraniano.
La séptima sorpresa la relaciona Todd con la sexta. A los colegas del entusiasmo belicista británico, Noruega y Dinamarca, hay que unir a Finlandia y Suecia que, al percibir la amenaza directa rusa, corrieron a ampararse en la OTAN, como único garante de su seguridad. Puede considerarse este hecho como algo que precisamente no ensalza la Defensa Europea.
Todd considera la octava sorpresa como la más importante: la “debilidad” de EEUU. La vulnerabilidad se expresó oficialmente en junio de 2023 en numerosos informes y artículos cuya fuente era el Pentágono: la deficiente industria militar estadounidense, una superpotencia mundial incapaz de garantizar el suministro de proyectiles, u otro material, a su proxy ucraniano. Se trata de un fenómeno completamente extraordinario y más si tenemos en cuenta que, en vísperas de la guerra, el producto interior bruto (PIB) combinado de Rusia y Bielorrusia representaba el 3,3% del occidental (EEUU, Canadá, Europa, Japón, Corea del Sur). Si con el 3,3% se ha sido capaz de producir más armas que el mundo occidental, se plantea un doble problema. Por un lado, la incertidumbre del resultado de la guerra, por la carencia de recursos materiales y, por otro, la crisis científica reinante en Occidente, consecuencia de las continuas referencias al PIB, un concepto que se considera obsoleto, algo que requiere una reflexión sobre la adecuación de la economía política neoliberal a la realidad.
Como novena sorpresa, Todd trae a colación lo que denomina la “soledad ideológica” de Occidente y el desconocimiento de tal circunstancia por los occidentales a los dos lados del Atlántico. Acostumbrados a pontificar los valores que el Mundo debía de suscribir, en su soberbia epistemológica, los occidentales creían que todo el planeta compartiría su indignación contra Rusia. A medida que la guerra progresaba, se iba detentando un apoyo cada vez más ostensible y generalizado a Rusia. Era de esperar que China, designada por los estadounidenses como el próximo adversario de su lista, no apoyara a la OTAN.
Todd preconiza que, a ambos lados del Atlántico, los comentaristas, influenciados por el pilar ideológico desinformativo, han logrado machacar durante más de un año con el tópico de que China podría no apoyar a Rusia. La negativa de la India a involucrarse fue aún más decepcionante, dado que, al ser la democracia más grande del Mundo, no cuadraba con las “democracias liberales”. En el caso de Irán, la rapidez con que se decantó de parte de Rusia contrasta con la tardanza de la prensa occidental en expresar el verdadero significado de este acercamiento. Acostumbrados a considerar mediáticamente a los dos países en el mismo bando, el de las “fuerzas del mal”, se obvió el pasado. Esta situación es un indicio de la magnitud de la agitación geopolítica en curso. Turquía, miembro de la OTAN, parece cada vez más comprometida en una relación fluctuante con la Rusia de Putin, una relación que combina oportunistamente, en torno al Mar Negro, un entendimiento real con rivalidad.
Visto desde Occidente, la única interpretación considerada fue que estos compañeros dictadores obviamente tenían aspiraciones comunes. Pero, desde que Erdoğan fue reelegido democráticamente en mayo de 2023, esta línea se ha vuelto difícil de mantener. Tras de un año y medio de guerra, es el mundo musulmán el que parece considerar a Rusia como un socio y no como un adversario. Está cada vez más claro que Arabia Saudita y Rusia se contemplan mutuamente como socios económicos y no como adversarios ideológicos cuando se trata de gestionar la producción y los precios del petróleo. En términos más generales, día tras día, la dinámica económica de la guerra ha aumentado la hostilidad hacia Occidente en el mundo en desarrollo, porque unos y otros sufren sus sanciones.
Todd describe la décima y última sorpresa como algo que se intuye, que está a punto de materializarse: la derrota de Occidente. Considera que esta derrota, aun sin consumarse, es una certeza porque Occidente se destruye a sí mismo desde dentro, sin necesidad de ser atacado por Rusia.
Todd recomienda ampliar nuestra perspectiva y dejar por un momento la emoción que legítimamente despierta la violencia de la guerra. Estamos en la era de la globalización total, en ambos sentidos de la palabra: máxima y finalizada. Hay que adoptar una visión geopolítica: Rusia, en realidad, no es el principal problema. Con un territorio demasiado vasto para una población en declive, sería incapaz de tomar el control del planeta y no tiene ningún deseo de hacerlo, es un poder normal cuya evolución no es misteriosa. Ninguna crisis rusa desestabiliza el equilibrio global. De lo que se trata es de una crisis terminal de Occidente y, más concretamente, estadounidense, algo que pone en peligro el equilibrio mundial. El oleaje que produce tal desequilibrio choca con la resistencia rusa, un Estado-nación clásico y conservador.
El autor considera a los EEUU, y sus posesiones, como un Estado post-imperial, porque, aunque Washington conserve la maquinaria militar imperial, ya no ejerce ímpetu, o carencia de él, reflejo de una cultura que transmita sabiduría. Lo que queda le impulsa a acciones irreflexivas y contradictorias, como una exagerada expansión diplomática y militar en un contexto de contracción masiva de su base industrial, sabiendo que “la guerra moderna sin industria” es un oxímoron.
Todd señala al año 2003, con la Guerra de Irak, como la referencia del declive de los EEUU, tras su apogeo de 1945 a 1990, frente a la URSS. Mientras que señala el año 2015, con la aprobación del matrimonio igualitario en la mayoría de sus estados como el fin de la ética protestante y el inicio de la decadencia moral.
Todd recurre a lo que en el fondo constata, un fenómeno histórico bastante general: la irreversibilidad de la mayoría de los procesos fundamentales. Este principio tiene aplicación al caso en varios campos esenciales: a la secuencia “escenario nacional, ámbito imperial y finalmente el post-imperial”; al declive religioso que en última instancia condujo a la desaparición de la moral social y del sentimiento colectivo y a un proceso de expansión geográfica centrífuga que se combina con una desintegración del corazón original del sistema.
Occidente, liderado por EEUU, está agotado y exhausto. Tampoco aboga Todd por un retorno de este al cristianismo/protestantismo debilitado como solución.
Como se pregunta Larry Siedentop en su libro Inventing the individual: “¿Tiene sentido hablar de Occidente? La población que vive en naciones, tradicionalmente descritas como cristianas, ahora denominado el Mundo post-cristiano, sufre una profunda desorientación moral”.
Robert Kaplan preconiza que estamos en un Mundo en el que una crisis provoca una reacción en cadena con otra, y conduce finalmente a un cambio dinámico en la geopolítica. A esto a veces se le llama “policrisis”. Pero ese término no representa del todo la estruendosa inestabilidad militar que está empezando a tener lugar. Aunque esto se ha reproducido periódicamente en la Historia, actualmente, debido al desarrollo de la tecnología de las comunicaciones en todas sus manifestaciones, el ritmo de los acontecimientos se ha acelerado. ¿Cuál será el resultado?…