Almagro, magro agente de Guyana – Por Eloy Torres Román (*)
Todas las cosas son ya dichas, pero, como nadie escucha,
es preciso comenzar de nuevo.
André Gide
Desde el Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI) hemos reiterado nuestros esfuerzos por hacer valer la defensa de nuestras posiciones históricas y nuestros intereses nacionales como la integridad territorial de la República. Cada uno de sus miembros directivos tiene su opinión al respecto. Expondré la mía.
Yo busco en la geopolítica las razones de nuestra reclamación del Esequibo y la defensa de la Fachada Atlántica, y no en el derecho internacional. Encuentro en ella elementos a observar con detenimiento. Por ejemplo, veamos la opinión poco feliz de Luis Almagro, Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), primero, vía red social X (Twitter) el 20 de septiembre de 2023, y luego mediante un comunicado publicado el 23 de septiembre de 2023, donde llama a respetar el llamado Laudo de 1899 que está en revisión judicial, con lo cual incurre en una abierta contradicción; y defiende el supuesto “derecho soberano” de Guyana a explotar recursos en áreas marinas y submarinas por delimitar, asumiendo por arte de magia poderes arbitrales para establecer una frontera marítima inexistente. En suma, haciendo una intromisión flagrante en una controversia sin que las Partes se lo hayan solicitado y excediéndose en sus competencias. En lugar de ofrecer los buenos oficios de la Secretaría General de la OEA para disminuir tensiones entre las Partes, se ha alineado abiertamente con una de ellas al impugnar la defensa que realiza Venezuela ante la agresiva actitud de Guyana.
En consecuencia, sus declaraciones resultan impertinentes para un funcionario internacional y políticamente absurdas, pues parece haberse dejado llevar por la animadversión contra el gobierno de Maduro (no quisiera pensar en algo más), dejando a un lado la existencia de un Estado-nación llamado Venezuela que le trasciende; porque a pesar de la propaganda oficial, Venezuela no es Maduro, y por tanto, cuestionar nuestra histórica reclamación y llegar al colmo de dar por establecida una inexistente frontera marítima con Guyana que le daría derechos a explotar recursos, constituye una agresión gratuita a todos los venezolanos.
Escribo intuitu personae, para afirmar que causa extrañeza esas declaraciones del más alto burócrata (lo digo en términos benignos) de esa Organización, que a pesar de ello, no puede hablar por la misma porque no tiene competencias para hacerlo. Este burócrata internacional ha asumido una postura en defensa de Guyana, con lo cual violenta sus atribuciones establecidas en la Carta de la OEA, que le exige no sólo actuar con equidistancia e imparcialidad, sino que además, banaliza una discusión cuyo fondo aún no se ha resuelto, la cual tiene, muy a pesar de nosotros, un escenario planteado: la Corte Internacional de Justicia.
Definitivamente, observamos una tendencia, en determinadas personalidades a aparecer, en los medios de comunicación social, cuándo no son tomados en cuenta, con actitudes tremendistas; no cónsonas en este caso con su cargo, con las que, en lugar de cumplir con la generación de un clima diplomático, más bien enrarecen las complejas relaciones venezolano-guyanesas y hemisféricas en general.
Más allá, la actitud de Luis Almagro parece obedecer a un intento de reaproximación a la Comunidad del Caribe (CARICOM) que le ha cuestionado justamente por utilizar el cargo en forma inapropiada (tanto por sus reiteradas intromisiones en asuntos de los Estados miembros como por conductas poco éticas en relación a cierto personal femenino bajo su cargo), e incluso intentó evitar su reelección en 2020. Hoy cuando luce magro en la recta final de su mandato, utiliza inapropiadamente su cargo para alinearse con las tesis de Guyana en sus controversias pendientes con Venezuela, con el único propósito de apaciguar a la CARICOM y tener cierta estabilidad en el año y pocos meses que le quedan al frente de la Secretaría de la OEA (insisto no quiero pensar que hay también algo más menudo).
He participado con el Dr. Kenneth Ramírez y otros colegas en la elaboración de las declaraciones del COVRI en defensa del Esequibo y la Fachada Atlántica, en los cuales hemos hecho del conocimiento de la opinión pública nuestro ánimo por ejercer la defensa de nuestro país. Por tanto, tras esas absurdas declaraciones, como miembros de la sociedad civil, nos vimos obligados a responder al exabrupto de Luis Almagro.
Las declaraciones del personaje en cuestión, bien exudan ignorancia en el buen sentido de la expresión, o bien responden a un juego peligroso de ser benevolentes con Guyana, para así castigar al inquilino de Miraflores (insisto no quiero pensar que hay algo más) y mantener un piso político que le genere estabilidad institucional en la recta final de su mandato al frente de la Secretaría de la OEA. Por transmutación alquímica, Luis Almagro coloca a nuestro país en el banquillo de los acusados, siendo que ha sido Venezuela el país agredido por Gran Bretaña en el siglo XIX y ahora por Guyana en el siglo XXI, la primera con su tesis terrestre maximalista espoleada por la fiebre del oro, y ahora la segunda con su tesis marítima maximalista alentada por las ambiciones petroleras. De tal palo, tal astilla.
Fue Gran Bretaña la que humilló y arrebató el Esequibo a Venezuela, primero por la vía de los hechos, y luego mediante un procedimiento amañado (el llamado Laudo de París), el cual tuvo en primera instancia que aceptar Gran Bretaña por “recomendaciones” del Presidente Cleveland de los EEUU, que para ese entonces era una potencia en ascenso, la cual se mostraba deseosa de consolidar su esfera de influencia exclusiva en el Hemisferio. No obstante, en el camino Julian Pauncefote logró enderezar las cargas con Richard Olney mediante tratativas diplomáticas secretas, y el escenario quedó servido para la farsa de París en 1899.
El caso es que mientras Venezuela confiaba en el derecho internacional, Gran Bretaña con pensamiento geopolítico, alimentaba paulatina y reiteradamente esos territorios con contingentes de sus hoy herederos (traídos, mayoritariamente del África, como de la India y China) para poblar esa zona con mano de obra semi-esclava para buscar oro, y se movía al tiempo con habilidad diplomática para colocar una hoja de parra que legalizara al despojo. Un territorio que nos fue arrebatado por la ambición imperial británica, y por lo cual, siempre (y no hoy, en 2023) ha sido reclamado por Venezuela.
Venezuela tuvo un inusitado desprendimiento geopolítico, al brindar reconocimiento a esa masa amorfa de pobladores, cual si fueran una nación cualquiera que buscaba su independencia. Luego, firmó el Acuerdo de Ginebra de 1966, rubricado por Venezuela, Gran Bretaña, y representantes de la colonia de la Guyana Británica (en el entendido que Guyana se haría Parte automáticamente tras su independencia), con el propósito por demás bien explicito, que había que encontrar un medio idóneo y práctico para una salida negociada que generara satisfacción a ambas Partes.
Luego, en mala hora, Venezuela, no sólo no ayudó al menos el levantamiento indígena en el Esequibo en 1969, sino que acto seguido firmó una póliza de vida a ese régimen racista y perseguidor de los ciudadanos que no tuvieran origen africano. La póliza de vida se llamó el Protocolo de Puerto España en 1970, el cual “congeló” por 12 años, nuestra reclamación. Venezuela, ya que inocentemente, se creyó que los guyaneses actuarían de bona fide, de respetar lo acordado. Los circunstanciales ejecutores de la política exterior de ese entonces olvidaron el concepto hispano-francés de “Pérfida Albión”, como llamaron nuestros antepasados a Inglaterra por manipular las realidades a su favor. Bueno los guyaneses han sido magníficos herederos y alumnos, que han ejecutado al pie de la letra las clases impartidas desde el Westminster. Y aquí estamos, ahora sufriendo las pretensiones de Guyana de usurpar nuestra Fachada Atlántica.
Ese amasijo de pobladores constituidos en República Cooperativa de Guyana, desde el primer momento, iniciaron una estrategia para negar la posibilidad de encontrar una solución práctica y negociada, tal como lo indica el Acuerdo de Ginebra. Desde entonces Guyana se ha burlado de Venezuela. Ahora, cabe la pregunta: ¿quién es el agresor, o quien viola lo acordado en Ginebra en 1966?
Luis Almagro parece tenerlo claro: Venezuela es la agresora y Guyana la agredida. ¡Tremenda sindéresis jurídica y diplomática, inserta en una profunda dimensión del desconocimiento histórico! Una gran manipulación diplomática generada por la desfachatez e intereses espurios.
Más allá de quien esté sentado en el Palacio de Miraflores y los errores diplomáticos que han cometido, debemos tener claro, que es Guyana quien violenta lo acordado y pretende ir más lejos; evidentemente, gracias a las técnicas aprendidas de su antigua potencia colonial, la Pérfida Albión.
Guyana es protegida por la ambición de factores extraños a este espacio geográfico, los cuales están deseosos de obtener réditos económicos del petróleo hallado en la zona. No importa si se viola el derecho internacional y lo acordado en el tiempo. No importa si ahora se miente descaradamente, y se olvida la generosa cooperación que Venezuela ha dado a Guyana y la CARICOM por décadas. Esto es algo que indigna, pero que no nos extraña. Así ocurre siempre en la política internacional, no hay aliados eternos ni enemigos perpetuos, sólo intereses, como dice la máxima de Lord Palmerston.
Esta doblez en el actuar, la ha tenido bien clara Luis Almagro, quien pasó de ser un lambón de Hugo Chávez cuando era Canciller de Uruguay y llegar a la Secretaría General de la OEA con el apoyo de Nicolás Maduro, a entregarse a la Administración Trump y ahora a Guyana.
Más allá de sus intereses subalternos, Luis Almagro ha sentado un precedente tenebroso para el futuro de las relaciones hemisféricas: la Secretaría General de la OEA ha dado cobijo a la post-verdad y ha dado licencia para hacer leña del árbol caído, siempre que genere pingües beneficios. Venezuela atraviesa un proceso complejo de dificultades institucionales, económicas y sociales, similares a los del año 1899, y Guyana se aprovecha de ello con el respaldo de Luis Almagro. Pero, tarde o temprano, nos repondremos para reivindicar nuestros derechos con otros ánimos y capacidades. Eso sí, a Luis Almagro le olvidaremos, y acaso algún curioso de las historia de las relaciones internacionales como lo somos nosotros, le recordará por destruir con los pies, lo que intentó hacer con las manos; demostrando que nunca ha seguido realmente principios ni le ha importado la suerte de Venezuela, sino sus propios intereses particulares en un momento determinado. Luis Almagro ha hecho muy suyo a Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.
La OEA, como organización que tiene su origen, primero incluso que la ONU, está animada por los propósitos de afianzar la paz y la seguridad de la región; prevenir las posibles causas de conflictos y asegurar la solución pacífica de las controversias que surjan entre los Estados Miembros; organizar la acción solidaria de éstos en caso de agresión: procurar la solución de los problemas políticos, jurídicos y económicos que se susciten entre ellos, y promover, por medio de la acción cooperativa, su desarrollo económico, social y cultural. En este contexto, el Secretario General de la OEA tiene como funciones, por demás, muy específicas, entre las cuales destacamos: ejercer las funciones que le atribuye la Carta de la OEA, los tratados y acuerdos interamericanos, e igualmente cumplir lo encomendado por la Asamblea General y realizar reuniones de consultas con los representantes de los Estados miembros.
Ahora con estas declaraciones, Luis Almagro ha pisoteado las normas e institucionalidad hemisférica, opinando con ligereza acerca de asuntos vinculados a la controversia del Esequibo y la controversia marítima pendiente entre Guyana y Venezuela, sin tener bases históricas ni jurídicas; pero debido a su cargo, sus opiniones buscar revestir de cierta legitimidad política a las tesis territoriales de un Estado miembro de la OEA (Guyana) en contra de otro (Venezuela, que además está temporalmente ausente y no puede defenderse dentro de la OEA).
Luis Almagro ha incurrido en un error, por el cual será acusado por el Tribunal de la Historia al establecerse su responsabilidad por sus ligeras opiniones y actuaciones. En este caso en particular, soy de la tesis y repito, hablo a título personal, que su actitud enturbia el drama jurídico- diplomático planteado entre Guyana y Venezuela, debilita a la OEA, y complica el retorno de Venezuela a la Organización.
El siglo XXI encierra un panorama geopolítico complejo, para lo cual hay que ser cuidadosos y actuar, con prudencia, especialmente aquellos que ocupan funciones en las organizaciones internacionales. No se debe jugar al tremendismo, sino por el contrario corresponde trabajar para minimizar el aumento de las tensiones.
La geopolítica se mueve. El siglo XXI se engalana con un traje lleno de tensiones, revisionismos, y revanchismos. Basta citar el libro de Robert Kaplan “La venganza de la geografía. Cómo los mapas condicionan el destino de las naciones” (2013). Aquí siempre estará Venezuela, al lado de Guyana.
Ahora bien, desde el punto de vista de nuestra realidad hay que aceptar que la geopolítica cambia y se transforma, bien sea para engrandecer o empequeñecer a los actores internacionales. Venezuela, lamentablemente ha sido un país que ha actuado a lo largo de su existencia, inserta en un idealismo político de diferentes colores, que ha terminado llevándonos a esta adversa realidad. Ayer “pluralismo ideológico”, hoy “diplomacia de paz”. Y aquí están los resultados… Felizmente, hoy comienza a observarse críticas y aportes que dejan abierta la posibilidad de modificar ese paradigma en la política exterior del futuro. Construir poder.
Está planteado estimular el natural deseo de nuestro país por recuperar el Esequibo a fin de evitar que sea cercenada nuestra salida al Océano Atlántico. Debemos ponderar con criterio geopolítico, todos los medios disponibles con inteligencia y sentido de oportunidad. El derecho internacional es un medio y no un fin en sí mismo, así como la guerra es un medio y tampoco es un fin en sí mismo. Esto no significa que pretendamos jugar a esta última. Pero, demasiado tiempo basamos nuestra política exterior en idealismos de diferentes colores, mientras que otros se han movido para cercenar nuestro territorio, con aviesa intención. La otrora Gran Bretaña y sus herederos guyaneses son un claro ejemplo. Basta ver el mapa de la Capitanía General de Venezuela antes de su transformación política a partir de 1810 y el que hoy tenemos. No es retozar con el belicismo, por el contrario, es actuar tal como actúan los actores internacionales que se hacen respetar.
Luis Almagro se ha enredado con la realidad venezolana, en aras de enfrentar a Maduro y obtener beneficios personales, ha atacado a toda una nación y a la paz y seguridad regionales. Venezuela no es Maduro quien sólo detenta temporalmente el poder.
Las realidades, repito, cambian, y Venezuela, tiene en sus archivos suficientes títulos que demuestran que es dueña del Esequibo. Además, ha demostrado históricamente que es capaz de recomponerse.
Es muy grave que un burócrata internacional se entrometa en nuestros asuntos, con una elación difícil de comprender en alguien que llegó a ese cargo, supuestamente por sus méritos diplomáticos, e indudablemente gracias al apoyo de Maduro hay que reiterarlo. “Sorpresas te da la vida”, canta Rubén Blades…
Por último, me siento obligado a hacer un llamado para que todos (tirios y troyanos, como quien dice) repensemos al país a fin de desideologizar la política exterior y comprender que lo que hacemos hoy, se nos revertirá positiva o negativamente, más adelante. Razón por la cual, debemos defender el Esequibo y la Fachada Atlántica, más allá de la retórica y las acciones efectistas sin repercusiones internacionales, por cierto.
Antiguos aliados de Venezuela, Chávez y Maduro le convirtieron en enemigos. El ejemplo más palpable, EEUU y las empresas petroleras transnacionales. Hoy estos actores, obviamente abrazan a Guyana, por el petróleo, y ante tanto agravio continuado. Ellos salvaguardan sus intereses como es natural; mientras que los que detentan el poder le siguen colmando (ahora con impotencia), con gritos e insultos, y repitiendo la cartilla de Cuba, que por cierto mira hacia otra parte y no respalda a Venezuela en estos asuntos. Todo esto ha sido un craso error que ha debilitado la reclamación y ha envalentonado a Guyana, que con esos respaldos diplomáticos ahora pretende arrebatarnos hasta la proyección del Delta del Orinoco. Los pájaros tirándole a las escopetas. El Mundo al revés… Ni en los sueños más húmedos de Forbes Burnham pudo prever un escenario más favorable, y toda la responsabilidad histórica la tienen quienes han detentado el poder en estos últimos casi cinco lustros. En este contexto, señalamos a Luis Almagro como un magro agente de Guyana.
(*) Historiador. Diplomático de carrera retirado. Profesor de la UCV. Miembro de la Junta Directiva del COVRI.