El drama de las dos Españas – Por Eloy Torres

Ya hay un español que quiere vivir

y a vivir empieza.

Entre una España que muere

y otra España que bosteza.
Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

Antonio Machado, Proverbios y Cantares.

 

 “La vida te da sorpresas”, cantaba Rubén Blades, en Pedro Navaja, su versión en salsa, de la obra “La ópera de tres centavos” de Beltrod Brecht. Creemos que España, el pasado 23 de julio, se reencontró, una vez más, con su eterno fantasma: la incomprensión sobre sí misma. El sentimiento de la “cainita” la persigue y domina con un discurso absurdo para moldearla política y culturalmente. Ha heredado una narrativa paradigmática de la Revolución Francesa; la cual no fue ni revolución, ni francesa; según creemos interpretar de Tocqueville, pues, ese proceso no podía concebirse, sino como consecuencia, o bien, un efecto directo de un inminente y progresivo impulso para desplazar a la monarquía, o por lo menos reducir su omnímodo poder. Aunque ese proceso signado por la fatalidad de los tiempos, tarde o temprano, hubiese ocurrido, sin necesidad de ese procedimiento excesivo y raudamente violento, emblematizado por la guillotina. Luego, las ideas con las que se afrancesó esa mitológica “revolución”, provenían del exterior. Era el momento de la razón, o, como decía Hegel, era el espíritu absoluto de la modernidad que sacudía las estructuras del ancien régime en Europa y América.   Hoy vemos, reiteradamente, como se destaca en los medios de información, al igual que en las redes sociales, algunos supuestos analistas, vociferando en tono soberbio y petulante que en España “la derecha” ganó y perdió; mientras que “la izquierda” perdió y ganó. Todo un racimo de galimatías.   Veamos, desde 1789, tras la caída de la Monarquía francesa, se organizó una Asamblea Constituyente. En la sala donde deliberaron los miembros de ésta, circunstancialmente, las sillas del lado izquierdo fueron ocupadas por los grupos que promovían, cambios substanciales y radicales, mientras que los contemporizadores y reformistas (cambios graduales, incluyendo a los restos de la monarquía) se ubicaron en el lado derecho. Los de izquierda (dependiendo de donde venga la explicación) se identifican como los buenos y los que representan al “pueblo”; mientras que los de la derecha, son considerados como los malos que apuntalan el statu quo, y éstos, a su vez, observan a los otros, como los diabólicos y perversos personajes que promueven el caos. Es allí, donde, el destino, ubicó a ambos grupos políticos. Ha podido ser al revés. No obstante, desde entonces (1789), el Mundo asumió esa dicotómica expresión que lamentablemente banaliza el discurso político. Esa banalización, como argumento, perturba la realidad política; ella, es siempre es más compleja y un tanto difícil de interpretar. Por los que, aquellos que lo hacen y reducen su discurso a esa relativa expresión, exudan ignorancia, se alimentan de ella, y la extienden más allá.   En todo caso, más allá de conceptualización (de izquierdas y derechas) queda en el fondo el tema central de toda sociedad: la democracia. Ella, como producto de la civilización humana, debe existir en procura de solucionar los problemas sociales en términos de una complejidad. Reducir la discusión a unos apotegmas, la pervierte; por lo que la sociedad está obligada a pensar en  términos elevados para encontrar las soluciones a sus problemas; vale decir, desarrollarse con normalidad.  Ahora, nos preguntamos: ¿si esa normalidad de la democracia debe existir como un elemento fijo y permanente, sin las tensiones que ocurren en cualquier sociedad y se recurre a la banalización referida para usarla, como “chivo expiatorio”, en lugar de encarar la búsqueda de los problemas, en términos de que todos son participes de ella?

La historia, muestra una enorme lista de individuos, bañados todos en la idea que sólo ellos, pueden resolver los problemas sociales. Su carisma, en términos weberianos, ha sido el nutriente con el cual se ha alimentado la democracia, pervirtiéndola, agostándola. Éstos, siempre han utilizado ese apotegma surgido de las entrañas de la así llamada” Revolución Francesa”. Por lo que siempre nos preguntamos: ¿y, la ciudadanía qué hace, tras varios siglos de encuentros y desencuentros?

Tenemos incrustados en nuestro ADN ese concepto, esa visión que nos moldeó. La democracia siempre fue, para decirlo en palabras de Aristóteles, un pacto entre los ciudadanos para deshacerse de los tiranos. La democracia ateniense estructuró sus instituciones: la Ekklesía, Asamblea que funcionaba como órgano principal y soberano de Atenas; la Boule, conocida como el consejo de los Quinientos. Este era una especie de poder ejecutivo, cuyo principal objetivo era realizar el acto del poder del gobierno, para decidir los temas a discutir en la Ekklesía; y, la Dikasteria, la cual no era menos importante, formada por hasta 500 individuos constituían la rama judicial de Atenas.

No cabe duda de que la democracia griega fue un gran desarrollo para la historia de la civilización occidental, y que las democracias actuales toman muchos elementos de ella, pero en su forma más avanzada y humanista. Además, y por mucho que pueda sorprender, en la época también surgieron voces quienes se mostraban críticas a lo que era democrático en su momento. Filósofos como Platón y Aristóteles vieron fallas en este sistema de gobierno.

El modelo democrático siempre ha sido un desiderátum de buena parte de la humanidad, pues, éste pone el acento en la libertad y por ello el hombre lucha. Mientras que otros ponen su acento en la desigualdad. ¿Libertad o igualdad? Una diabólica dicotomía que desvirtúa a la democracia. La evolución de la democracia se ha visto afectada y siempre ha salido airosa, aunque con dificultades. El optimismo democrático se observó en plena ebullición con la caída del Muro de Berlín. “El fin de la historia” vociferaron, algunos respetados filósofos y politólogos. Los vientos transformadores modificaban el espacio en determinadas regiones. ¡Falso!  Mucho de esos países no sabían, ni experimentaron la democracia, como un valor. Por lo que, aquellos que proclamaron el fin de la historia y el triunfo de la democracia, exudaron un vital optimismo reiterando una absoluta seguridad sin tomar en cuenta lo señalado por Tocqueville quien advirtió acerca de los peligros de la democracia mal entendida. La simple, como inevitable creencia en la democracia no es suficiente para considerarse demócratas. Ella, no es un fin en sí mismo.

La democracia hoy, como proyecto civilizatorio 

Por lo que la democracia debe observarse como un proyecto civilizatorio. Ésta, todavía con elementos de modernidad y que se nutre con la posmodernidad, requiere de esfuerzos. Ella, es el régimen político más idóneo para los países, especialmente para aquellos que se ha alimentados de la savia de la Ilustración: respeto a los derechos humanos, libertad expresión y opinión, Estado de Derecho, respeto a la diversidad, creación de mecanismos económicos que estimulen los esfuerzos del hombre para alcanzar su bienestar. Es posible que esto sea utópico. Es cierto, pero, como proyecto, vale la pena hacer el esfuerzo. Es así como vemos a la política. Ella debe desarrollarse en tanto que elemento dinamizador y no como un obstáculo de la sociedad. Hay individuos que surgen, de repente, para presentarse cual salvadores o Mesías, los cuales comprometen a ese proyecto civilizador. Ya Platón llamó la atención por el juicio a Sócrates, dónde una mayoría, enferma de demagogia, sacrificó al hombre más inteligente y noble que hubo conocer Atenas. Éstos, son los enterradores de la democracia, una pandilla de demagogos que sacrifican la racionalidad por imponer sus criterios en términos de voluntarismo, en nombre de una mayoría.

España, desorden u orden acordado.

Hoy, España ve amenazada su, muy sui generis, democracia (ésta, vista bajo una forma, de monarquía constitucional acordada en 1978), Ésta, experimenta el acoso de unas fuerzas políticas bañadas de populismo, centradas y ancladas en el recuerdo de la guerra civil, una guerra que generó casi un millón de muertos y otra cantidad similar de exiliados. Esas fuerzas buscan reencontrarse con ese pasado, mientras se alimentan de la cainita. La facción dominante hoy, del PSOE y su líder, junto a otras fuerzas menores, pero también de izquierda, actúan cual vengadores revanchistas. Ellos, hoy se comportan, cual señores feudales, como si estuvieran en el sitio que ocupaba la derecha en Francia en 1789; en tanto que los grupos de la así llamada derecha y ultraderecha se comportan, cual creadores del Estado-nación, como aquellos de izquierda del mismo año en Francia. Basta citar ese empeño de los izquierdistas, en desmembrarla con esa absurda idea comunista (visión soviética) de colectivizar a la sociedad española, acosándola con abusadoras políticas fiscales (igual que la monarquía de los Borbones) desconociendo la propiedad privada, impulsando políticas, reñidas con el sentido común (empeño en trastocar la realidad política, al pretender acabar con la acordada Monarquía, en nombre de un republicanismo impertinente) y luego, repudiando la realidad, con un pujante voluntarismo, para imponer una ideologización total sobre todos los elementos propios de una sociedad normal, entre ellos la educación, de la cual los niños son el principal objetivo. Se comportan, cual Borbones, no aprenden ni olvidan. Válido invocar el apotegma, según el cual “El hombre es un zoo politikom” de Aristóteles, pero, hay que destacar que esa sociabilidad del hombre, gracias a la racionalidad de la Ilustración, se elevó hacia estadios civilizatorias modernos y así superar la forma monárquica desde 1789. Hoy, esa izquierda española, en nombre de la “igualdad”, se comporta cual representante del ancien régime, superado en los años  señalados más arriba. En tanto que la derecha de hoy, defiende los elementos conquistados durante ese período mencionado y que explotaron con la modernidad: propiedad privada, respeto a los derechos humanos, educación centrada en la elevación del nivel cultural del ciudadano, luego, el empeño en devolver a éste, su papel protagónico, en tanto que individuo, dueño de sus decisiones y no ser un miembro más de un grupo adoctrinado por una ideología que lo substituye por una masa amorfa de partes, edificando un socialismo trasnochado. En una ficticia realidad adornada con antivalores, negadores de la racionalidad y además con la clara intención de presentarse como expresión de aquellos valores acerca de “la felicidad del hombre”, pues representan al “pueblo”, a los “más necesitados”, a los que nada tienen; reproduciendo toda una sinfonía de ideas que desnaturalizan la realidad. Esos individuos que se llenan la boca, gritando: ¡no más desigualdad!, son justamente los que la promueven y se benefician de ella. Ellos se presentan como los adalides de la igualdad, supuestamente de Marx, pero, olvidan o, no han asimilado que Marx, en los años finales de su vida se compenetró con el pensamiento de Charles Darwin y a quien pretendió dedicar El Capital, su obra máxima. Hubo respeto y admiración, entre ambos, pues Darwin también le expresó admiración y respeto por sus ideas. ¡Justamente el  pensador más odiado por esas hordas de pensadores de la izquierda española y en el Mundo!  Esos sectores en la España del 2023 expresan la aquiescencia a un experimento que está recorriendo al Mundo: el populismo. Ella es acosada por unos ambiciosos individuos, por demás, farsantes que buscan ideologizar en extremo a España. No queremos decir con esto, que la ideología como elemento dinamizador no deba estar presente. Es sano que ella exista para insertar y entusiasmar al individuo; pero esto se debe hacer con ideas del siglo XXI, y no reciclando extremismos del siglo XIX y XX. Creemos que esa intención de elevar la apuesta de la política, en España y globalmente, a partir del vetusto discurso de las “derechas y las izquierdas” hace mucho daño. Con esas prácticas demagógicas han despertado los monstruos respectivos de la contraparte, esas dos Españas que fueron conjuradas con mucho esfuerzo en 1978, para que eclosionara la tercera España democrática. Por ello, recurrimos a Machado y los usamos como epígrafe. Las futuras generaciones comprobaran como la historia, tarde o temprano, los ubicará. No obstante, la tercera España que tanto trabajo costó para que naciera, será la que sufrirá esta pesadilla de este PSOE en manos de su actual líder, aliado con esos grupos minoritarios (ultraizquierdistas y nacionalistas) enemigos de España y empeñados en agostarla.  En realidad, ellos, no son sino unos confiscadores de los derechos, no sólo de los que más tienen; sino, incluso de los que no tienen nada. Son una especie de Chichikov, personaje de “Almas muertas”, la novela de Nicolas Gogol. Ese individuo era un usurpador de las almas (los nombres) de los muertos, para hacerlos pasar como parte de su nómina de empleados y así no pagar impuestos por no tener el número de empleados que establecía la burocracia zarista del Imperio Ruso. En eso se han convertido algunos socialistas en el Mundo. España, es un claro ejemplo de cómo se juega irresponsablemente con la así llamada “justicia social”. Creemos que la justicia no requiere de apellidos. Ella es justicia o no lo es.

Estas consideraciones, podrán herir ciertas susceptibilidades; no obstante, ya lo cantaba Joan Manuel Serrat, quien se permitió citar en paráfrasis, poética y magistralmente al poeta Antonio Machado: “No es que duela la verdad, es que no tiene remedio”.

@eloicito

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