Una lección de Francia para la Venezuela actual – Kenneth Ramírez

Charles Maurice de Talleyrand fue un aristócrata francés nacido en una casa arruinada a mediados del siglo XVIII. Cursó estudios eclesiásticos, fue Obispo de Autun; abandonando luego la Iglesia Católica para participar en la Revolución Francesa. Sobrevivió a los Estados Generales, la Convención, el Terror, el Termidor, el Directorio, Napoleón, la Restauración de los Borbones, y la Monarquía de Julio. Llego a ser Ministro de  Asuntos Exteriores tanto de Napoleón como de Luis XVIII. Por ello, Talleyrand tuvo mala fama entre sus coetáneos, muchos de quienes le consideraron un cínico. Una anécdota cuenta que Chateaubriand viendo caminar una vez a Talleryrand sostenido del brazo (generalmente lo hacía porque era cojo) de Joseph Fouché, el famoso Ministro de Policía y también político sobreviviente, exclamó: “¡El vicio apoyado en el crimen!”.

Hoy por hoy, los franceses reconocen a Talleyrand como un patriota que salvó a su país cuando, tras la derrota de Napoleón en 1815, consiguió que el Congreso de Viena reconociese a Francia como una potencia que no debía ser desmembrada como algunos pretendían, logrando preservar sus “fronteras naturales”; y además mantener un Ejército fuerte y evitar gravosas compensaciones económicas. Talleyrand sacó provecho de las diferencias entre las potencias europeas y utilizó el principio de la legitimidad (de las cabezas coronadas) que apuntaba en contra del Imperio Napoleónico, a favor de la Francia restaurada. Nunca concibió a Francia como potencia menor a pesar de haber sido derrotada por los ejércitos de la “Séptima Coalición”. Tras las primeras difíciles negociaciones, comunicó victoriosamente al Rey Luis XVIII: “Ahora Señor, se suprimió la Coalición y eso para siempre. Francia ya no está aislada en Europa. Está en común acuerdo con las dos más grandes potencias, y tres Estados de segundo orden; y pronto todos seguirán principios y máximas diferentes a los principios revolucionarios. Será Vuestra Majestad el verdadero jefe y alma de esta reunión, cuyo fin es la defensa del principio de legitimidad que ha sido el primero en proclamar”. Talleyrand nos muestra así que no cualquiera es buen diplomático. Se requiere inteligencia, creatividad, habilidad, pero sobre todo, patriotismo.

La hazaña de Talleyrand volvería a repetirla el General Charles de Gaulle, cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, se inventó una Francia que, en vez de asumir que fue una nación ocupada y humillada durante toda la conflagración, se presentaba a última hora como una de las grandes potencias triunfadoras. Y convenció al Mundo entero de que no podía ser de otra manera.

Francia no había sido invitada a participar en la Conferencia de Dumbarton Oaks en agosto de 1944 porque, en ese momento, todavía era un satélite nazi y poco aportaba el Gobierno Provisional de Francia en el exilio, encabezado por el General De Gaulle, al esfuerzo de guerra de los aliados. Días después, el progreso de los ejércitos anglo-estadounidenses permitió al Gobierno Provisional instalarse en París. Vale la pena recordar que la primera iniciativa diplomática del General De Gaulle fue buscar una alianza formal con la Unión Soviética, antes de molestarse en negociar cualquier acuerdo formal con el Reino Unido o EEUU. Al reconocer lo poco que el General De Gaulle tenía que ofrecer, Stalin lo rechazó, y los franceses fueron excluidos de la Cumbre de Yalta en febrero de 1945. Se empezó a hablar formalmente de los Big Four (Reino Unido, EEUU, la Unión Soviética, y China).

Entonces, la delegación francesa se presentó en la Conferencia de San Francisco en abril de 1945, llena de quejas sobre el plan de Dumbarton Oaks. Los diplomáticos franceses encabezados por el Canciller Georges Bidault hicieron esfuerzos para movilizar la oposición de otras potencias de segundo orden y pequeños Estados, representando un serio dolor de cabeza para la delegación estadounidense. Francia protestó por la injusticia de la hegemonía de los Big Four sobre los Estados pequeños y simultáneamente insistió en que no podía tolerar la interferencia de la ONU en sus posesiones coloniales. El General De Gaulle incluso envió tropas francesas al Mandato de Siria y Líbano, en medio de la Conferencia, ocasionando la llamada “Crisis de Levante”. El envite francés se resolvió en la mesa de negociación: una vez que se le aseguró a Francia que podía ocupar un puesto permanente con poder de veto en el Consejo de Seguridad, cambió de tono y votó con las grandes potencias a favor del resto del plan de Dumbarton Oaks. Así, el Big Four se transformó en Big Five.

Talleyrand y De Gaulle representan una gran lección de Francia para los políticos y diplomáticos de la Venezuela actual: la de un país que ha sabido preservar una política exterior digna y autónoma desde los tiempos del Cardenal Richelieu, más allá de las veleidades de la fortuna y del poder. Tal ha sido el secreto de Francia para salir airosa de todas sus catástrofes políticas y geopolíticas. Creer en su eterna grandeur, y actuar en consecuencia.

En Francia, o en cualquier país con una proyección exterior sólida, no se incurre en la puerilidad de esperar a ver qué dice un aliado para alinearse a lo que plantea o defender por mero reflejo lo contrario que sus rivales. La política exterior de un país necesita empezar por el auto-respeto y el pensamiento propio para que sea considerada con seriedad. Por ello, Talleyrand en sus Mémoires aseguró: “Nunca he traicionado a un gobierno que no se hubiera traicionado primero a sí mismo”. Primero estaban los supremos intereses de Francia, luego todo lo demás.

La Venezuela actual cuenta con aliados muy valiosos para impulsar nuestra transición a la democracia, algunos incluso muy admirados como EEUU, pero esto no debe implicar seguirles siempre acríticamente, sobre todo en ataques al multilateralismo, como ocurrió recientemente con el asalto a la Presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo realizado por la Administración Trump. Más allá del debate de principios, cabe destacar, que nuestro país no ganó absolutamente nada con ese triste exabrupto. Tampoco puede darse aquiescencia a algunos actos de nuestros aliados que ignoran nuestros derechos soberanos sobre la Guayana Esequiba y la Fachada Atlántica; como ocurrió con el anuncio hecho recientemente por el Ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, sobre la reactivación del proyecto de carretera Boa Vista-Georgetown que atravesaría parte de la Guayana Esequiba.

El General De Gaulle nos enseña, que por más abatidos que estemos tras un colapso como el que estamos viviendo, y por más poderosos e importantes que sean ciertos aliados para el triunfo de nuestra causa, debemos mantener la dignidad y cultivar la autonomía, mediante la diversificación de relaciones y utilizando con asertividad todos los instrumentos de política exterior. El Príncipe Talleyrand nos muestra a su vez, que aún desde una posición de debilidad, puede y debe defenderse la integridad territorial del país con habilidad diplomática.

La futura política exterior de Venezuela debe construirse desde el auto-respeto a nuestra Nación y su rica historia, debe ser capaz de ver al Mundo desde nuestra propia mirada y actuar en defensa de nuestros valores e intereses, que no siempre coincidirán con los de nuestros aliados. Debe ser capaz de construir capacidades y oportunidades en forma inteligente, para así ir recuperando gradualmente nuestra autonomía estratégica. No puede diseñarse una nueva política exterior al servicio de los venezolanos asumiéndonos como una suerte de protectorado. Esta es la puerta ancha y el camino espacioso que lleva a la perdición.

Muy claro lo tenía también Rómulo Betancourt, quien a pesar de estar rodeado de las dictaduras que oprimían a la mayor parte de los pueblos de América Latina y El Caribe, y estar urgido del vital apoyo de EEUU para consolidar el proyecto democrático venezolano en el marco de la Guerra Fría, afirmó en su discurso de toma de posesión del 13 de febrero de 1959: “Con los Estados Unidos mantendremos cordiales relaciones que deberán situarse en un plano diferente de la sumisión colonialista y el desplante provocador”. Recordemos que el Presidente Betancourt también tuvo tiempo y coraje para enviar al Canciller Marcos Falcón Briceño a pronunciar su histórico discurso en la ONU el 12 de noviembre de 1962, donde fueron expuestas las razones de nulidad del Laudo Arbitral de París de 1899, a pesar de estar enfrentando a guerrillas comunistas y militares reaccionarios. Gracias a esto, el Reino Unido aceptó conversar sobre la reclamación venezolana.

No es una cuestión de que lo urgente no deja tiempo para lo importante; ni de evitar enfrentamientos en nombre de la prudencia con nuestros aliados. Se trata de mantener la dignidad y la defensa de nuestros valores e intereses, a pesar del naufragio. Se trata de ser conscientes de nuestro destino histórico nacional y saber emplear el arte de la diplomacia. Sólo creyendo en nosotros mismos, saldremos adelante.

@kenopina

One thought on “Una lección de Francia para la Venezuela actual – Kenneth Ramírez

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *