Putin y el plebiscito, un autoritarismo conservador y expansionista – por Carlos Luna Ramírez
Definitivamente estamos en un mundo en transformación, signado como ya lo hemos dicho por tres tendencias bien claras en lo que respecta a la política internacional en esta fase de globalización: populismo, radicalismo y miedo.
Atrás quedaron las confrontaciones por ideología entre el capitalismo y el socialismo como ‘cosmovisiones’ totalizantes que caracterizaron la Guerra Fría (de 1945 a 1991), y ahora entramos en una etapa donde la democracia, desde el punto de vista formal, es la lengua franca y práctica generalizada –al menos en el mundo occidental–, con la convocatoria periódica a elecciones o a procesos de consulta ciudadana sobre los asuntos públicos.
Sin embargo, esta es una visión restringida que deja la puerta abierta a líderes populistas y autocráticos para generar cambios a su favor, para su permanencia y perpetuación en el poder, en el marco de su ejercicio, a través de ‘cuatro arenas’ (en palabras de Levitsky y Way) como son: la arena legislativa, la arena judicial, la arena electoral y la arena de los medios de comunicación.
Los principios de la democracia representativa liberal, que hoy son manejados como un “valor exportable con el que se podrá lograr la paz, el bienestar y la prosperidad en el mundo” –según el mundo occidental en su mayoría– defiende el respeto a la constitucionalidad y al estado de derecho; a la división, autonomía y equilibrio de los poderes públicos, al respeto cabal a los derechos humanos y a las libertades –tanto individuales como colectivas– (libre mercado, libre comercio, libre iniciativa, libertad de expresión, de información y pensamiento), y sobre todo, el pluralismo y la alternabilidad en el poder en el marco de la competitividad electoral, donde la victoria la obtengan quienes logren captar los apoyos de la mayoría, pero que al mismo tiempo se respete la representación de las minorías.
Vladimir Putin, gobernante de Rusia, convocó a un plebiscito a celebrarse el 1 de julio de 2020 (originalmente estaba convocado para el 22 de abril, sin embargo, por la pandemia debió ser reagendado) para consultar al pueblo sobre un conjunto de reformas en el texto fundamental (en total 206 para ser exactos) aprobadas por el Tribunal Constitucional, que giraban en torno a los siguientes temas: 1. Los nuevos requisitos que deberá cumplir el presidente del país; 2. Los miembros del gobierno y del Parlamento y 3. Los altos cargos relacionados con la soberanía y la seguridad nacional.
El principal tema sobre la mesa fue la fijación del límite máximo de dos mandatos presidenciales de seis años, salvo para Putin, que podría permanecer en el cargo más allá de 2024, con lo cual podría perpetuarse en el poder y reafirmarse como ‘el hombre fuerte de Rusia’, un país cada vez más dependiente de la imagen del líder que actúa tratando de retomar las banderas del imperio ruso, reafirmando su fortaleza territorial y capacidad de expansión en busca de mares calientes, extendiendo su frontera occidental, a la vez que, con las nuevas enmiendas, se prohíbe expresamente la secesión de los territorios que integran Rusia.
Asimismo, dentro del plebiscito, donde el “sí” fue respaldado por el 75,7% de los rusos, frente a un 23,3% a favor del “no”, se aprobó un conjunto de medidas que hacen más conservadora la sociedad rusa, y que dejan atrás el pasado comunista de la extinta Unión Soviética.
Primero, la inclusión de Dios en la Constitución, el matrimonio “heteroparental”, es decir, como la unión de un hombre y una mujer, con lo cual no se reconocen las comunidades LGBTI, y la prevalencia de la Ley Fundamental Nacional sobre el derecho internacional, lo que significa la preeminencia del derecho interno sobre el derecho internacional, cerrando la puerta a la posibilidad de que un ciudadano ruso responda ante la justicia internacional, lo cual es una vuelta a la visión ‘Wesphaliana’ de la soberanía; contraria a las tendencias de la universalización del derecho internacional público a través de los principios de Ius cogens, para la defensa de los derechos humanos.
De esta manera, se impone un modelo personalista y autocrático en Rusia, enmarcado en un proceso nacionalista y conservador a nivel político-jurídico, que nada tiene que ver con los procesos propios de la interdependencia compleja, el liberalismo y la globalización, y que marca un efecto diferenciador una vez más, con Estados Unidos, en el desarrollo de un comportamiento revisionista del liderazgo hegemónico de la potencia estadounidense a nivel mundial.
Vemos una lucha por el poder internacional a tres bandas: Por un lado EE.UU. que continúa abrazando la ‘tesis de la paz democrática’, de la mano del excepcionalismo y la promoción de las libertades individuales; por otra parte está Rusia, que promueve una visión imperial tradicional de expansión del poder, a partir de la fortaleza territorial y de una visión geopolítica centrada en el control del ‘Heartland’ en Eurasia, a partir de un hombre fuerte, y finalmente, pero no menos importante, se encuentra China, que ha puesto en marcha un modelo mixto de autoritarismo y control de las libertades en lo político y que ejerce un proceso de liberalismo económico comercial creciente.
Queda la expectativa de los movimientos tácticos y estratégicos de cada uno en el gran tablero global multidimensional, donde lo que se avisora son tiempos de conflictos (considero que se enmarcarán en las llamadas ‘nuevas guerras’ siguiendo a Mary Kaldor, es decir, en guerras de cuarta y de quinta generación; ciberconflictos; conflictos bacteriológicos, químicos; procesos de competencia y lucha de inteligencia, contrainteligencia y postverdad), ya que a fin de cuentas se cumple con la máxima de que “los cambios dentro de la estructura internacional se dan a partir de una Gran Guerra”. Solo que pareciera que el campo de batalla se mueve de lo tangible a una dimensión cada vez más imperceptible para todos los que vivimos en esta aldea global.