Argentina: La lesión, la elección y la lección – Por Pedro Camacho

La lesión

En su libro “La Argentina Inconclusa”, Juan Archibaldo Lanús, exembajador de Argentina en Francia, habla de lo que encarnó ese país a principios del siglo XX, de los logros económicos y culturales de su gente y como se granjeó un lugar privilegiado en el mundo, pero posteriormente se pasea por la desarticulación del orden político, el tambaleante y cambiante sistema económico y el aumento de la pobreza en un país con abundantes recursos.  El incremento exagerado del gasto público de gobiernos paternalistas condujeron a la formación de un Estado fuerte. Argentina no escapó del remolino de viento que causó la ideologización de la política en la cual se embarcaron también algunos países de América Latina.

En los últimos 20 años el país se había acostumbrado a vivir en crisis políticas y, mas reciente aun en los tiempos kirchneristas, se empecinó en un aislamiento internacional. Una nación ensimismada, despreocupada de su ambiente exterior, sumida en un marasmo económico al evitar por razones ideológicas incorporarse a la dinámica global. Se aproximaba a una calle ciega al irse alterando en forma negativa todos los indicadores económicos y sociales a causa de la rigidez del esquema político. Los hacedores en la toma de decisiones no se percataron, o no quisieron darse cuenta, que estaban afectando seriamente a un grupo importante de la sociedad. Solo se pensó en el disfrute en tránsito de un tren de vida que cada instante se hacía insostenible.

El periodita Jorge Fernández Diaz en La Nación del 28 de mayo de 2017, critica una rueda de prensa de Cristina Fernández de Kirchner al comentar que “dejó una nación en default y estancamiento con astronómico déficit fiscal, sin reservas y con cepos (controles cambiarios); una de las tres inflaciones más altas del planeta, 12 millones de pobres…una profunda división social y un tendal de casos de corrupción escandalosa como nunca había conocido la era democrática…”. Durante los 8 años del mandato de Cristina se fue esbozando un Estado omnipresente. La orientación consistió en atajar las fuerzas del mercado, como si de esa manera se lograría desaparecerlas. La consecuencia inmediata fue la imposición de un esquema político estatizado que condujo al país a desatinos, divagaciones sin concierto y yerros sociales a granel. De acuerdo con Juan Gasalla de INFOBAE, Cristina entregó las riendas del poder con la “mayoría de los indicadores en retroceso con un CEPO impuesto en junio de 2011”, instrumento perverso si se prolonga indefinidamente.

El rostro horadado y triste de Argentina que encuentra Mauricio Macri al llegar a la presidencia de la República es digno de examinar. Macri buscó espacios y nuevos derroteros a través de vías no muy populares porque la lesión heredada era enorme y   su deber era iniciar un proceso de sinceración de la economía. Su objetivo fundamental fue enhebrarse en el mundo globalizado para sacar a flote un país que había dirigido su acción hacia adentro. “Cristina le regaló el presente a los argentinos, pero les robó el futuro”, afirmó en una ocasión.

La interrupción de los controles la llevó a cabo sin apuros. Entendió que las fuerzas del mercado embozadas por tanto tiempo no resolverían por sí solas la nueva coyuntura económica. La superioridad del Estado sobre el Mercado no debía considerarse premisa o regla general en materia política por lo que ambas fuerzas debían hacer las paces si el objetivo era destrabar la maraña socio-económica existente. No obstante, Macri se dio cuenta de que al quitarle el bozal a las fuerzas del mercado luego de un largo tiempo, las mismas podrían morder y hasta destruir la salud política de la nación. Pero, aun así, insistió. Trató de combatir la pérdida de autoestima y el derrotismo melancólico. Aunque resulte paradójico, se esmeró porque las actitudes conflictivas a nivel político, muchas veces irreconciliables, debían servir de punto de apoyo para lograr el concurso de voluntades. Una prueba de su intención consistió en actuar de país anfitrión de la reunión de mandatarios del G-20 celebrada en diciembre del año pasado en Buenos Aires para destacar que “somos capaces de tener buenas relaciones con todos…Hoy tenemos una Argentina conectada al mundo como nunca antes”.

En el ínterin, el Fondo Monetario Internacional le otorgó un préstamo a Macri por un monto de alrededor de 50.000 millones de dólares con el propósito de enderezar la economía. La deuda externa crecía, la inyección de dinero en el circuito económico aumentaba y la depreciación del peso se intensificaba. Al ajuste económico le faltó tiempo, quizás unos 4 años más para terminar de poner orden en la casa.  Con el país golpeado por un pasado oscuro, en 3 años y medio Macri no pudo bajar la inflación y la pobreza se ubica en el “debe”. Si bien Macri no cumplió con algunos compromisos del FMI, según el economista Amílcar Collante del Centro de Estudios Económicos del Sur (CESUR), dejó un nivel de reservas relativamente holgado, unas finanzas públicas transparentes, una situación no muy comprometedora de la deuda externa y una tasa inflacionaria manejable, pese a que el último año el peso argentino se desplomó en un 56% respecto al dólar. La inesperada fuga de divisas obligó a Macri a imponer un control de cambio para evitar, aunque sin éxito, que fuesen retirados depósitos bancarios a causa del pánico de un “corralito”, cuya huella aun reverbera en la mente de los argentinos.

No obstante, Macri dejó por sentado una mejor calidad democrática, mayor libertad de expresión, adecentó el gobierno mucho más que como lo recibió y estableció una política exterior basada en la “inserción inteligente” de Argentina en el mundo “abierta y centrada en nuestros intereses”, como lo decretó el Canciller Jorge Faurie.

La elección

El 27 de octubre de 2019 se celebraron las elecciones generales resultando ganador, como se esperaba, Alberto Fernández, un “progresista” como él mismo se define y peronista de centro-izquierda. Su vida política comenzó con Raúl Alfonsín de quien se expresa con estima. Recorrió todos los gobiernos como un hábil operador político y, en ese andar, muy posiblemente acogería la frase lapidaria de Perón según la cual “en política hay que volar como las águilas”. Ascendió hasta llegar a la etapa de los Kirchner y con Cristina asumió la cartera de Director de Gabinete.

Diferencias en el manejo político vinculadas a actos de corrupción en sectores del gobierno lo llevaron a distanciarse de ella hasta principios de este año en el cual, Cristina, con la astucia que la caracteriza, le propone la formación de una llave para las próximas elecciones: él, presidente y ella, vicepresidente. Alberto aceptó la propuesta y Cristina por razones constitucionales automáticamente ejercerìa la presidencia del Senado, circunstancia que la libraría de las imputaciones por actos de corrupción durante su gobierno que están bajo investigación de la justicia. No extrañaría que algunos de esos casos en la actualidad en curso contra ella, su hija y otros altos funcionarios de su gobierno, pudieran ser revisados por vías oscuras o caminos verdes.

Luego de las primarias o PASO, transcurrieron dos meses de campaña electoral y se inició una suerte de “detente” entre los dos candidatos. Cristina desapareció del escenario político con la excusa de visitar a su hija en Cuba que se encuentra aún con quebrantos de salud. Alberto Fernández ganó las elecciones con el 48% de los votos y Macri obtuvo el 40%. Una nítida victoria, pero con una diferencia de votos mas estrecha de lo previsto.

El nexo político entre los dos Fernández ha dado lugar en Argentina a especulaciones de diferente naturaleza. El periodista Franco Lindner, en su libro   “Fernández & Fernández: Historia secreta de una relación peligrosa”, se hace las siguientes preguntas: “¿Cómo piensan compartir el poder? O mejor dicho, ¿piensan compartirlo? ¿Quién se impondrá en la inevitable guerra que viene? ¿A qué se refería el nuevo presidente cuando, enemistado con su ahora vice, aseguraba que Cristina tenía ‘una enorme distorsión de la realidad’, vivía en ‘su mundo dual’ y debía ‘recuperar la cordura?’ Alberto avisa: ‘sabe que no me puede manejar. Un día ya le renuncié y estuvimos diez años peleando’. Cristina no se conforma con dejar de mandar”.

Para nadie es un secreto que la coyuntura política permitió que los Fernández se apoyaran mutuamente. Alberto no hubiera podido llegar a la primera magistratura sin el soporte de Cristina y, al mismo tiempo, Cristina no hubiera podido capear la tempestad que se le aproxima si no hubiese llegado de nuevo a la cima.

La lección

Se le presenta “cuadro cerrado” a Alberto Fernández y él lo sabe. Se ve amenazado por un ambiente interno nada halagüeño y una atmósfera exterior febril. Volver al pasado kirchnerista que muy bien conoce y ha sido criticado por él mismo, significarìa un descalabro político. El presente se encuentra al voltear la esquina y las mieles del triunfo van quedando atrás. “El equilibrista” es llamado en rincones porteños. Bailar en la cuerda floja por mucho tiempo podría resultar un boomerang.  Muchos compromisos debió haber asumido para llegar a la presidencia con un equipo heterogéneo autocalificado como peronista. Además, el presidente electo no debería pasar por alto que el 40% del voto a favor de Macri supondrìa una pesada carga política sobre sus hombros. Al contrario, debería calibrar el tono del tempo y proceder a apretar las clavijas en la búsqueda de un acorde en sintonía con la nueva etapa que tiene ante sí.

Alberto Fernández, como buen operador político y por su ductilidad activista en sus años de experiencia, podría apartar las aguas alborotadas que perturban al argentino común. Su disposición y carisma podrían lograr que su gobierno tendiera al punto de equilibrio tan deseado y así, demostrar al mundo que sí se puede gobernar en tiempos desfavorables.

Con ciertos vaivenes y tropiezos que probablemente se aclararían al ejercer el mandato constitucional, Alberto ha tratado de bailar al son de la música y, no es para menos, si se toma en consideración los intempestivos sucesos políticos acontecidos en Chile y Bolivia que han trastocado la región. Raúl Alfonsín lo llevó del brazo y, a mi modo de ver, la forma bonachona y convincente de Alberto la aprendió de su maestro. En mi artículo “Alfonsín y la democracia argentina” del 11 de mayo de 2009 en ocasión de su fallecimiento, me referí a la “técnica de la mano” o la palmadita que Alfonsín utilizaba para seducir al adversario. Alberto usó la “técnica del dedo” durante los debates televisivos con sus contrincantes políticos, ademán, que contribuyó a aumentar su popularidad.

En mi criterio, el presidente electo tendría una excelente oportunidad para limar asperezas con su mirada hacia el futuro y afrontar el presente que tanto agobia. Evidentemente, el riesgo estaría muy cerca y podría “agitar discordias y regresar al oscurantismo desafortunado que dejó la etapa kirchneriana”, como escuché decir. Su habilidad podría indicar el camino hacia un pragmatismo deslastrado de dogmatismo, cuyo ejemplo,  podría ser la impronta que le impregne a la nación y guíe a Argentina a ejercer un liderazgo firme que tanto necesita la región. Recuerdo haber leído una vez en una exposición de Yoko Ono en el Guggenheim de Bilbao: “un Estado no puede encontrar la armonía sin considerar el Estado opuesto”. El torbellino regional le hace la vida muy difícil a Alberto Fernández. Si bien la arena se siente movediza, un país embarbascado puede desenredarse siempre y cuando se cuente con un buen “armador” y  el nuevo presidente tiene esa virtud. No obstante, una eventual ideologización de su política exterior podría llevar al país a puerto incierto.

Durante el período postelectoral, Alberto se ha convertido en un buen malabarista al opinar acerca de una interminable gama de temas que siembran dudas sobre su futura actuación. Algunos de estos temas han sido muy controvertidos y podrían hacerle perder el balance que se anhela en estos tiempos revueltos.  Casi simultáneamente, cuando Trump le extendió la mano, realizó su primer viaje a México en cuya capital se entrevistó con López Obrador; reiteró su clamor para liberar a Lula lo que conllevó a un reclamo de parte de Bolsonaro; su equipo tiene un doble standard respecto a la situación con Venezuela; expresó críticas al Grupo de Lima; no descartó integrarse al Grupo de Contacto Internacional;  convocó al Grupo de Puebla a celebrar una reunión en Buenos Aires; le ofreció asilo político a Evo Morales y viajó a Uruguay para darle el apoyo al candidato oficialista Daniel Martínez. Por otra parte, sostuvo finalmente, un encuentro con Cristina y su hijo Máximo y cortó el débil ciclo de conversación que sostenía con el gobierno de Macri. Todo lo anterior conformaría una suerte de “juego de los foros”, como llamó Manuel Pérez Guerrero en Naciones Unidas a la táctica dilatoria que los países industrializados llevaban a cabo para distraer a los países en desarrollo, al tratar los mismos temas en diferentes encuentros sin llegar a fijar posición definitiva.

Frente a este estado de cosas, lo que diga Cristina es “cotillón” para ciertos analistas. Lo fundamental es lo que Alberto estaría dispuesto a hacer. Lo que debería quitarle el sueño es cómo conducirse en la dinámica geopolítica actual para que Trump le remueva los obstáculos en la negociación con el FMI. Una pirotecnia verbal entre los dos mandatarios debería soslayarse. La calistenia política  se va adquiriendo con el paso del tiempo y, por supuesto, con la experiencia y astucia en el accionar político. Si es cierto que la marea puede atrapar al reciente mandatario y no salir de ella, empero a juicio de muchos, podría estar en condiciones de ubicar a Argentina  en el centro estratégico de la región y no en el centro ideológico.

Alberto Fernández podría mostrar a nivel regional que puede servir como interlocutor válido al colocar en el meollo de la discusión a la democracia desvinculada de dogmas y sectarismos y, de esa manera, excluir las excentricidades y el fundamentalismo político de otros gobernantes. “Toda ideología dominante es empobrecedora, estrecha el horizonte y seca las fuentes de espíritu”, advirtió el historiador Arturo Uslar Pietri en 1988. “Quien la posee se cree en posesión de la verdad y siente no solamente que no necesita buscarla mas, sino que debe mirar como dañinos y desviados a otros que pretendan buscarla en otra parte y por otras vías”.

La intransigencia que podría rayar en fanatismo estaría altamente cuestionada. El tema social debería permanecer sobre el tapete y ser analizado y evaluado constantemente para evitar sobresaltos en sociedades que cada día aspiran a una movilidad social ascendente. Los indicadores económicos, por altos que sean, no pueden tapar el sol que no siempre ilumina a todos. El respeto a las instituciones, a veces con cimientos endebles, debería fortalecerse y jugar un rol esencial en cualquier esquema político. La lucha por las libertades políticas debería ir aparejada a una acción decidida de reivindicaciones sociales.  Lo contrario también es válido: el espíritu reivindicativo de una sociedad estaría garantizado institucionalmente por un modelo que asegure las libertades políticas. Pero no se podría alcanzar ese objetivo con un conformismo dogmático No se trataría de comprimir el modo de actuar en política sino de encontrar el balance adecuado teniendo en cuenta que vivimos en un mundo estrechamente interrelacionado donde confluyen distintos factores de poder. Fulminante es la expresión del escritor y exguerrillero Américo Martín al decir que “no suelo usar mucho la parejita Izquierda-Derecha porque el manoseo oportunista la ha desprestigiado”.

A riesgo de equivocarme, el bagaje político de Alberto Fernández le permitiría combinar los colores, tonos y expresiones de manera tal que podría ser el hombre idóneo para dirigir al país sin llegar a situaciones extremas que pudieran alterar la confianza que los argentinos han depositado en él. A propósito, el expresidente español Felipe González en El País el 14 de noviembre de este año, al referirse al reciente acuerdo suscrito entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias afirmó que “ojalá hagamos un gobierno estable y con mayorías no solo de izquierdas o derechas. Si creen que se van a solucionar los problemas con el eje izquierda y derecha se van a equivocar”. Recordó que en su gobierno “siempre me entendí mejor en la construcción europea con el democristiano Helmut Kohl que con los laboristas británicos”.

¿La lección de Alberto Fernández?  No regresar al pasado nefasto comentado en el primer capítulo de este escrito que dejó una Argentina lesionada que hasta la fecha ha costado mucho esfuerzo en restañar. Podría dar también una lección a la región que tanto necesita en estos momentos donde se aprecia un eventual default democrático en algunas naciones. Podría ejercer un gobierno que de puntadas con dedal al hacer una costura en el tejido social cuyo objetivo sea recuperar una Argentina vertebrada y no zarandeada por los moretones regionales. Podría incluso llevar adelante un liderazgo en América Latina cuya orientación se dirija a todos los gobiernos democráticos independientemente de su color político, dándole consistencia y cohesión a la región.

Son instantes de transición, no instantes de izquierda o de derecha. El excanciller Simón Alberto Consalvi, en un artículo en El Nacional del 9 de mayo de 2004 acerca del inexorable desenlace de la Unión Soviética, ubicó a Mijail Gorbachov como el estadista que “comprendió la inevitabilidad de los cambios históricos” y lo tildó como el hombre clave en el “obstinado duelo entre reformadores y dogmáticos que tuvo un desenlace dramático en el verano de 1991: el golpe de estado”. Alberto Fernández no las tiene fácil. “Ningún mar en calma hizo experto a un marino” y él ha atravesado aguas borrascosas y ha sabido salir a flote. La carga financiera es pesada y debería afrontarla mediante una renegociación de la deuda con el FMI.

El grupo de Puebla ejercerá presión sobre su gobierno y el fragor de la reunión celebrada en Buenos Aires forzó a fijar posición sobre temas delicados, pero, como bien decía un comentarista, un asunto es actuar como presidente electo y otro como presidente en ejercicio. Es innegable que el trance económico que atraviesa la nación dificultaría la gestión del presidente electo. Nunca se imaginó que al iniciar la construcción de su futuro, una vez ganada las elecciones, las bases de las edificaciones de sus vecinos no estaban tan sólidas como parecían. Se habla acerca de medidas. Algunas se deslizan, otras se intuyen, pero no hay nada claro. Impaciencia y expectativa se respiran en Buenos Aires.

 

 

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