Si mal no recordamos fue Kafka quien escribió la frase “Quien conserva la facultad de ver la belleza no envejece”. Ya son 50 años de la Primavera de Praga. Fue un bello movimiento que buscó amoldar los sueños, “por un mundo mejor”. Los revolucionarios de entonces de ese país, creyeron posible una versión democrática. Checoeslovaquia, un país consolidado culturalmente en valores occidentales, por desgracia quedó atrapado en las redes de hierro de la geopolítica de los años 40. Ese país binacional (checos y eslovacos, producto del final de la I guerra mundial y fin de los imperios centrales)  fue un trofeo en manos de Stalin desde el inicio de la guerra fría. En enero de 1968, Dubceck, el entonces líder de ese país, creyó poder reformar al socialismo y brindarle un rostro humano. Craso error. El sistema es diabólico y no permite llevar a cabo ese sueño. Fue una primavera pisoteada por las orugas de los tanques soviéticos T-34, acompañados por los de los húngaros, alemanes, polacos y búlgaros para acabar con ese sentimiento democratizador. El socialismo no podía coexistir con la libertad.

Ese sueño primaveral encantó a muchos. Tras el fracaso del mayo francés de ese mismo año, en Praga se impuso la esperanza y se creyó que era posible, por fin, observarle un rostro humano al socialismo. Un ejercicio intelectual que no pudo cristalizarse. Era imposible. Aprendimos, con el tiempo, que la capacidad de decisión de Checoeslovaquia, es decir, su soberanía estaba limitada por condicionamientos externos. Hoy, 50 años después, nuestro país observa esa reedición sin que ningún tanque T-34 de los que quedan en cierto país antillano, haya ingresado a Venezuela. Ella repite esa condición por voluntad propia. La dirigencia bolivariana ha entregado la soberanía del país.

Pero, éste, por ahora, no es el quid de lo que queremos decir. Checoslovaquia con Alexander Dubceck, encabezó un proceso de reformas económicas  y políticas en 1968. Ello comenzó en enero y terminó en agosto de ese año. El Tratado de Varsovia, repetimos, arrolló, con las orugas de los tanques T-34, las flores que, previamente, habían surgido en Praga. El movimiento bautizado como la Primavera de Praga fue aplastado. Los checos, inocentemente, creyeron que los soviéticos y el comunismo en general los apoyaría. ¡Pura ilusión!

En la URSS, el PCUS y su jefe máximo, el ucraniano Leonidas Brezhnev, desde el inicio del proceso reformador, exudaron preocupación por el efecto dominó que pudiese generar, en los países bajo su órbita, el ejemplo checoeslovaco. Era la fatalidad de la geopolítica. Las esferas de influencia mostraron su férrea dentadura. Basta citar, como referente, un ejemplo histórico; en junio de ese año, calculadamente, los ejércitos del Tratado de Varsovia, realizaron ejercicios militares en Checoeslovaquia. El final estaba cantado, e incluso la forma dependía de la dinámica de los acontecimientos. La dirigencia soviética buscó, mediante negociaciones, detener “pacíficamente” el proceso de reformas económicas y políticas en ese binacional país.

En agosto mismo, días o semanas antes de la invasión, los representantes de los partidos comunistas que gobernaban la URSS, Hungría, Alemania comunista, Bulgaria, Checoeslovaquia y Polonia promovieron una “fraternal “encuentro en Bratislava, la enigmática ciudad eslovaca, para hacer valer su adhesión a “la doctrina marxista- leninista y declarar la guerra contra las desviaciones pequeñas burguesas y contra las fuerzas anti socialistas y antisoviéticas”.

Los representantes del PCUS manifestaron su intención, de intervenir militarmente, si era necesario, para salvaguardar al socialismo del peligro multipartidista. También se expuso la tesis de la subordinación del interés general de cada país a los intereses de la URSS. Nació lo que se llama en las historia de las relaciones internacionales como: La Doctrina Brezhnev.

Cierto es que no todos compartieron la decisión de invadir a Praga. Internamente, en la URSS, hubo factores que tenuemente se opusieron, incluso militares, dieron su opinión, entre ellos varios generales. Internacionalmente, concretamente, desde Rumanía, su entonces líder, Nicolás Ceausescu advirtió abiertamente su rechazo y declaró que esa invasión era una violación al derecho internacional y que a su vez conspiraba contra la esencia del socialismo al irrespetar la soberanía de un país y de su partido comunista. En el interior del propio partido comunista checoeslovaco, hubo posturas encontradas. El reflejo condicionado de los comunistas los llevó a algunos a considerar que la situación en ese país estaba fuera de control; por lo que era necesaria la intervención militar extranjera.

El 21 de Agosto se consumó la invasión. Los soviéticos y su partido arrastraron a los otros partidos, ejércitos y gobiernos en una aventura que acabó con un símbolo que había devuelto la esperanza y el entusiasmo. Pero, no. El comunismo quedó como un régimen que desconoce la disidencia y es intolerante por naturaleza. Hoy, los venezolanos lo sufrimos en carne propia. Los soviéticos ante su desnudo internacional, mostraron una petición firmada por las autoridades checoeslovacas que pidieron esa intervención, incluso armada. Falso. Es  típico de estos regímenes autoritarios: realizan una acción y al día siguiente presentan una carta o un justificativo para dar viso legal a la acción emprendida ilegalmente

Esa ocupación generó una fuga masiva de ciudadanos de ese país. Basta leer a Milán Kundera y su hermosa novela “La insoportable levedad del ser”. Este autor, fue uno de los tantos que huyeron de Checoeslovaquia con sus sueños en una pequeña maleta. Luego, los que marcharon fueron hombres con una alta preparación y formación académica. Et voilá, uno de los efectos de las políticas que ejecutan los regímenes totalitarios. Además, la frustración que genera en la sociedad. Tras la ocupación de las tropas del tratado de Varsovia, las reformas llevadas a cabo fueron anuladas y Checoeslovaquia volvió a ser un país que se desintegraba existencialmente y perdió el ánimo de ser una sociedad abierta, para convertirse en una cerrada; felizmente, el derrumbe de la URSS, permitió que ella se reencontrara y logró un divorcio civilizado entre ambas naciones, pero se mantienen felices, con los problemas naturales de una sociedad que experimenta su crecimiento, pero sin el marcado ejercicio totalitario.

La invasión a Praga cumple 50 años. Fue una desgracia para ese pueblo binacional. Hoy, felizmente, el mundo y los pueblos en general, observan formas más integradas en esquema de cooperación, factibles, en lo posible, para satisfacer su existencia con decoro y como pueblos dignos. Checoeslovaquia es un país dividido en República checa y la eslovaca. Ya su soberanía no está restringida por condicionamientos externos. El siglo XXI ofrece esa oportunidad. Cada país establece el respeto a su soberanía en los mecanismos de integración. Apenas, Venezuela, pues sufre el drama de enajenarse gratuita e inexplicablemente a otros gobiernos. Desde hace 20 años su dirigencia disfruta haciéndolo. Un verdadero drama para este país, el cual siempre instrumentó una política exterior para moverse en la equidistancia de los problemas mundiales; pero, hoy, éste exhibe miseria y desnutrición, no solo en lo alimentario o sanitario, sino en una política exterior independiente y hoy, ella luce enajenada buscando desesperadamente reconocimiento internacional y no lo consigue, gracias a esta versión distorsionada del socialismo. Es un problema. Como dijera en una ocasión Teodoro Petkoff: es el socialismo como problema.

@eloicito

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *