I

Propongo una nueva reflexión, en y para tiempos difíciles, sobre ese mundo tan presente y tan distante, tan excesivo y tan ausente, familiar y desconocido al mismo tiempo, que todavía damos en llamar “lo internacional”. Y el artículo neutro que lo califica e identifica no es casual. Tal vez lo haya sido para quien quería definir algo próximo a lo ignoto, a lo inédito, pero lejos de mí y tan cerca al mismo tiempo detenerme en estas coyunturas del lenguaje o del idioma para neutralizarlo como quien detiene a un enemigo o tiene miedo por lo desconocido o toma precaución y distancia de criterio frente a una realidad compleja, esquiva, que está más allá de mí, fuera de mi control, difícil e interrogante.

Veamos. Imagino que, en principio, lo exterior era lo que no era “yo”. Que fue bastante lo que el hombre debió haberse tardado en darse cuenta de su individualidad. En su desconcierto por conocer, ya que tenía cerebro pensante, comenzó por sentir que “carecía”. La necesidad fue su más íntima compañía: hambre, sed, sexo, dolor, insatisfacciones, ausencia de preguntas y respuestas. La necesidad junto al miedo, acompañados por el instinto de sobrevivencia hicieron de ese individuo que aún somos, un ser agresivo, violento, despiadado, clasificador implacable hasta para comer carne humana si así las circunstancias lo requerían. Pero aparecieron unos mitos, tabúes, códigos, castigos, límites para cuidar lo colectivo de los apetitos individuales, para proteger la permanencia, para sobrevivir juntos, que era ya una manera de existir distinta. Imagino que los miedos de interacción y los tabúes ya se habían instituido aunque precariamente más allá del golpe y el hachazo y el hombre había comenzado a pensar más allá de sí mismo, de su carne y huesos y comenzó a interiorizar, a hacer suyo el mundo, a percibir y clasificar, siglos y siglos lentos, a ser más poroso, a probar y equivocarse e inventar, a insistir, que es volver a probar, a desaprobar sin destruir, a ser más elástico, comprensivo si se quiere, acercarse al otro, oler, ver, oír, miedo gradual, ya no terror inmediato y reacción violenta y cruel. Se compadeció de la sangre, de la lágrima, y comenzó a ser humano, afectivo.

Lo exterior se fue entonces formando más allá de sí; se hizo vínculo, apareció la destreza para ir haciendo al límite de lo desconocido más flexible. La inmensidad se contrajo; el yo se expandió no solo afuera sino adentro. La posibilidad dejó de ser un imposible; apareció la conciencia, la mente se explayó como instrumento, el ser se abrió como las semillas del campo. El río cercano devino en vínculo, la montaña endiosada y siniestra, una curiosidad. ¿Qué habrá más allá? Un despertar, una sombra entre la oscuridad del miedo. Fue, es, un camino largo, tortuoso, incomprendido, que fue definiendo lo que somos ahora, lo que nos falta, la humanidad que vamos siendo.

Así entiendo en principio lo exterior: como una completud más que una complejidad ajena. Un irse haciendo mayor, más grande, más consciente de lo finito que somos. Internalizando, poseyendo también lo que no es mío, sin necesidad de robar, compartiendo. Las religiones facilitaron la aparición de ese espacio, lo hicieron suyo, y dicen monopolizaron, alienaron la posibilidad de ser libres sin intermediarios, pero fue así. ¿Ganar perdiendo? El tema está planteado y no es que desee soslayarlo pero es que no tengo tiempo para más sino para dejarlo aquí como un interrogante. ¿Habrá otra salida?

II

De brinco ahora entiendo que hablar de relaciones internacionales es tener pues por dado el hecho de la presencia del Estado. Un grupo no lo es porque sí, una tribu tampoco, una región por más apartada, singular y precisa que sea, tampoco porque sí. Se requiere de unos detalles: poder, territorio y población, dicen los libros de texto que son sus condiciones existenciales. Alegan además que se necesitan algunos aliños: idioma, creencias y valores, símbolos comunes (banderas, himnos, escudos, por ejemplo), y otros adobos más, no menos importantes. Pero coincidamos en lo esencial.

“Patria” es concepto distinto, más íntimo, pasional, no sé si necesario pero sí a veces, más peligroso y agresivo. Llena de oscuros resortes esta idea aparece y desaparece entre nosotros siendo los patriotas los buenos y los demás escoria, escuálidos, porque patria, lo que se dice patria, es cuando se le deja, invasiva y sangrienta. Suele ser el regreso a ciertas cavernas.

Pero Estado es un concepto y una realidad moderna, una vocación histórica para unir y para diferenciarnos. Lo interior y lo exterior. Lo nuestro y lo de ellos. Límites, fronteras, aparte. Y son esos Estados los que tienen relaciones exteriores, tienen no necesariamente sino que las establecen por necesidad, miedo, prudencia, inteligencia en suma, que es el intermedio entre atacar y ser atacado. La diplomacia en este sentido es la ciencia de la gradualidad para lograr objetivos a través del diálogo, la negociación, el silencio conveniente o el susurro convincente. Los Estados, dicen, no sienten sino que calculan. En todo caso lo importante y pertinente aquí es que se hace alusión a los intereses que tiene un Estado en mantener relaciones, en principio, con sus vecinos, próximos y prójimos, que son el extremo geográfico más inmediato al cuerpo social que identifico como mi Estado, la República a la que estoy vinculado, que me representa como individuo perteneciente a una comunidad, no solo lugar, religión, pedazo de tierra, sino que me siento adherido, vinculado, apegado a ella por ciertas formalidades y sentimientos e intereses también, que comparto no sé si en igualdad de condiciones con mis pares, pero sí de sentimientos con los otros, que a lo lejos parecemos semejantes o al menos identificados por algunas características externas, palabras, gestos, fondos, formas, maneras, magnitudes y aspiraciones.

Y así estableció, ese yo en plural y legítimo, el Estado, relaciones con vecinos próximos y más allá todavía, que tienen esa misma condición y cualidad: la de ser Estados legítimamente establecidos. Y en esa coincidencia de hechos y criterios se conformó el mundo que hoy conocemos y está en crisis, incluyendo también al derecho internacional, las organizaciones internacionales, y las decisiones supra estatales y su reconocimiento por parte de los Estados miembros. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, palabra corta ésta de la paz, que tiene forma de paragua o de anzuelo con el que disuadir a los demás de sus bondades. Convencer en lugar de vencer. Alejar la guerra como posibilidad; controlarla; hacer ciencia de ella hasta para predecirla. Para hacer de la defensa y la seguridad otra posibilidad. Control, planificación, ejércitos, armas, despliegue bélico, disuasión. Pero al mismo tiempo, imperialismos, socialismos, guerras entre civilizaciones, militarismos, perros de la guerra, corrupción, riqueza, poder nuclear, destrucción, fin posible de la historia.

Ese escenario de lo internacional invoca un elemento de previsión, de estrategia, de acercamiento a otros con el fin de lograr, con el fin de evitar, de planificar el hoy, el mañana. Y a todas éstas, el Estado se va convirtiendo en una abstracción, la burocracia, ella, un instrumento más, los líderes una realidad biológica y moral, es decir, una ética sobre dos patas. Y el pueblo, un animal sin pies que abre la boca.

III

Estado, burocracia, gobierno, pueblo y líderes: cinco puntos cardinales, cinco esferas en constante hipertensión, cercanas al colapso, inestable relación de imágenes cuyas fuerzas se atraen y repelen al mismo tiempo, máxime cuando dentro de cada una de ellas conviven elementos de carga positiva y negativa, dependiendo de las circunstancia. Aquí la racionalidad es un vicio que nada más sirve de hilo conductor para entender lo inexplicable, sea esto en el mundo del mercado o de la política, como existen y funcionan en la práctica, ya que la ética estorba a los entendidos en el vicio. Tanto para la política interna como para la exterior es una constante, con bemoles y sostenidos, que cada uno tire para su lado sin noción de unidad, sin noción de Estado. Casi como en el campo de la guerra, gramo a gramo, esa tensión desgasta. Y ese vicio es parte del cálculo que hay que labrar para entender la racionalidad de los actores, ese juego de fuerzas que se supone, si acudimos a la física, dará un resultado.

De allí puede que acerquemos una explicación al problema, ¿problema o solución?, del presidencialismo o del autoritarismo o a la crisis de la democracia como sistema de elaboración de decisiones públicas. ¿No es en definitiva este personalismo resultado de la imposibilidad de los Estados para tomar decisiones coherentes y a tiempo en materias de alta prioridad que las burocracias y las luchas cuasi tribales dentro del Estado o del gobierno existen y paralizan su función primordial?

Otros, no pocos, opinan que este personalismo al que aludimos aquí no es más que un rasgo connatural al ser humano y que las condiciones del entorno hacen posible su expresión. Los líderes llegan a ser dictadores por razones histórico-sociales que conjugadas con las biológicas generan estos especiales especímenes humanos.

En todo caso allí hay una situación sin resolver sobre la cual hay que detenerse y mirar con paciencia porque sea cual sea nuestro campo de actividad, nos acompañará toda la vida. Los egoísmos, los protagonismos, egocentrismos, individualismos, habrá que aprender a manejar y controlar. En principio pienso que a más y mejor democracia, estos elementos perturbadores deberían disolverse más fácilmente.

IV

Ahora quiero referirme específicamente a los líderes. No a los embalsamados que aún andan por ahí más vivos que antes. No es pues sobre Nerón, o Churchill, Napoleón o Lenin, sobre quienes deseo discurrir sino sobre los personajes que en la actualidad llevan ese nombre y sobre cuyos hombros parecen reposar el destino del incierto presente y la existencia de la humanidad toda. La crisis del Estado parece estarle dando supremacía al papel que juegan los individuos a la hora de estimar nuestro futuro. El terrorismo es un ejemplo. Todo lo institucional ha hecho crisis frente al caudal de exigencias de lo público y lo privado, los partidos políticos como maquinarias para procesar decisiones, están en entredicho. Los grupos de interés otro tanto. Lo mismo las iglesias, sindicatos y otras entidades colectivas cuya crisis ha dado paso a la aparición de “Estados Paralelos” como lo son por ejemplo las ONG, (organizaciones no gubernamentales), para procesar demandas, solicitudes, desamparos individuales y colectivos. La proliferación y manejo de los instrumentos que la tecnología y la cibernética han puesto en nuestras manos ha suplantado en buena medida aquellas viejas armazones a las que pedíamos respuesta y en las que ahora no confiamos.

Vivimos una época engorrosa, gris y de desencanto. En lo político, moral, religioso, económico, institucional, nos sentimos desasistidos. El poder de aquellas viejas armatostes ha cedido frente al impulso y agilidad de esas nuevas formas societales. Desencanto e ilusionismo se han convertido en la pareja explicativa de esta narración en clave de Twitter de nuestras miopías. La utopía de la tecnocracia con sus pretensiones de mérito ha cobrado ya no pocas víctimas. Y mientras la desconfianza generalizada crece, más creemos en el poder del dinero plástico y en el Facebook cual cédula de identidad, que en el billete deteriorado que lleva impreso un supuesto héroe que no sabemos quién es y que no cuida para nada de nuestro bolsillo patrio.

Pero a pesar de todo esto, que está a la vista, los líderes políticos siguen teniendo su gran público, su mercado cautivo, siguen siendo pues una necesidad.

Líder y dictador, es bueno aclararlo, no son necesariamente lo mismo, aunque en sociedades pobres sin estructura ni organización, un pequeño líder o golpista puede convertirse en dictador y los hay hasta que ganan elecciones, se disfrazan de demócratas y andan sacando a cada rato la constitución de la república para dar luz verde a sus tropelías.

Nunca antes las relaciones internacionales se habían encontrado en niveles de inestabilidad mayor como ahora. Sigue habiendo, cómo no, líderes por doquier, pero la cantidad y calidad de realidad que deben administrar y controlar es mucho mayor y se mueve más rápido que sus oxidados instrumentos y sus tecnologías de punta. Además, cuando un líder deja de respetar a las instituciones, deja de serlo. Pero, cómo respetar a unas instituciones que no existen. Lo que ocurre en las democracias occidentales actuales, es ejemplo evidente de lo que digo. Lo que ocurre en Europa es expresión de lo que digo. Lo que ocurre en América Latina es expresión de lo que digo. Lo que ocurre en Venezuela es expresión de lo que digo.

Con estas circunstancias de colofón, la política exterior y las relaciones internacionales dejaron de tener aquél rasgo sublime y encantador de otros tiempos y los chismes de salón se convirtieron de manera abrupta en los Assange y Snowden, entre otros, de la actualidad. Los conventos están al descubierto; hasta la pedofilia anda por la calle del medio. El poder del secreto es ahora una necedad. ¿Será que los espías volvieron a ponerse de moda?

Además, ¿dónde queda la política exterior? La política exterior ha muerto, al menos como la entendíamos antes de paeltó, corbata y cartas credenciales. Eso quedó para los románticos con olor a naftalina. Lo que hay ahora es pura política interna, vecinos interiores. Las cancillerías se convirtieron en viejos submarinos, navegando surrealistas sobre desiertos de papel. ¿O es que lo del Medio Oriente sigue lejos? ¿O es que el tsunami del Japón y la crisis nuclear allí producida no está en nuestras narices? La geografía también dejó de serlo, el turismo también y más con tanto loco suelto. Todo queda a mi alrededor, en la punta del dedo, en el espejo retrovisor, en la pantalla de mi computadora. Estamos más incomunicados que nunca, pero tenemos la posibilidad de ir tan lejos como pretendamos, o dicho de otra manera, pudiendo ir tan lejos como queramos, estamos más solos que nunca.

¿Y esto es bueno o es malo? Pregunta clásica. ¿Sirve de algo? ¿Orienta? ¿Aclara? Creo que no. Estamos en épocas de grises y estos son múltiples y asombrosos.

V

Frente a estas evidencias no queda más que cambiar la sensibilidad, los radares, los objetivos y los medios con los que estudiamos la realidad. Informarnos más para cambiar la información. Ya los cinco sentidos no son ni suficientes ni los más importantes para comprender. Son básicos, nadie lo pone en duda, pero que la costumbre y la inercia han hecho implantar como suficientes y no lo son. La realidad, el mundo ha dado pasos de cambio sustantivo y nosotros nos hemos quedado detrás con nuestras instituciones inservibles, con nuestras ideas inservibles, con nuestros patrones de conducta inservibles, nuestra capacidad de respuesta insuficiente ante estímulos cada día más complicados y desconocidos. Hace falta una regeneración, deconstrucción, o transformación, como Usted guste, pero en todo caso, es necesario un cambio, palabra empobrecida pero en el fondo cierta. Es necesario también un cambio en el lenguaje que es una forma de definir la realidad. ¿Y si la realidad cambia más rápido que el lenguaje, cómo resolveremos este problema? ¿O será imposible, inaudito, tratar de solucionarlo? ¿O será que ese término “resolver” entendido como dar por terminado, ya no es válido? Nada, nada en el mundo de la política o de la economía, o de las ciencias sociales, o de las relaciones personales, se resuelve definitivamente. Resuelvo una fórmula o un problema de aritmética, pero de lo profundamente humano, lo dudo.

VI

Por ello es tan importante el estudio de la transición como tema filosófico y político. Si nada es en definitiva, quiere decir que todo está en permanente transformación. Nada se destruye, todo se transforma, y se sigue transformando ad infinitum. Si esta es común conclusión, entonces no queda otro camino que adentrarnos en ese mundo, conociéndolo teóricamente, en la práctica, habremos dado un paso importante en la construcción de la nueva sensibilidad. Los líderes que necesitamos deben estar protegidos y protegernos con esa sensibilidad. Y ser sensibles en nuestra concepción no es un síntoma de debilidad o de minusvalía como muchas veces se le entiende. Al contrario.

Creo firmemente que es necesario que las sociedades asuman este asunto como una responsabilidad de destino, que la preocupación por lo transitorio se convierta en sistemas de enseñanza y aprendizaje y de planes concretos para llevarla a cabo. Nuestra práctica cotidiana como persona, individuo, ciudadano, parte de una familia, si se tiene, de una escuela, si se va, de un trabajo, si se logra, ganaría en felicidad y plenitud (otras palabras insuficientes), si tuviéramos como norte, lo transitorio, lo evolutivo, lo deseable, lo que puede ser mejor, lo que puede llegar a ser a través de mi voluntad y esfuerzo.

Pero todo esto está por definirse. ¿Dónde está el diccionario de la transformación para encontrar definiciones, es decir, orientaciones válidas, para desplazarme en el mundo de la realidad que deseo cambiar? La religión tiene sus catecismos, la democracia sus leyes e instituciones, las dictaduras sus silencios y su poder sobre todo y sobre todos. Cambiar el mundo, el país, el barrio, la casa donde vivo, yo mismo, el lugar donde estamos parados que es mi primer y tan vez único punto de apoyo. Lo otro es el sueño, el ideal, la mística (otras palabras desgastadas), hacia donde se deben dirigir los pasos y la acción. ¿Cómo lograrlo? Con perseverancia (palabra desusada o en ruinas), con unidad de criterios, que no excluya la disidencia, con emoción, honestidad; todo lo bueno.

Finalmente, la idea de transformación nos da una visión de nosotros mismos, del contexto, de las debilidades, de las fuerzas, de las posibilidades, de la necesidad de convencer al otro, de nuestra propia transformación, de nuestra pasajera e importante travesía a través de la perplejidad que tenemos en nuestras manos como por ejemplo, la responsabilidad de construir raíces profundas con las que vivir lo transitorio. Parece paradójico pero no lo es, pues si lo transitorio es lo permanente, no hay nada mejor que raíces instaladas profundamente. ¿Por qué se caen los imperios? Porque la red de raíces sobre las que estaban instalados dejaron de cumplir su función de soporte. Se pudrieron las raíces, se deshilacharon sus conexiones, se corrompió el jergón sobre el que reposaban ilusiones, creencias, valores, y todo se vino abajo como un castillo de naipes borrado por la fuerza interviniente y complementaria del viento externo. Crisis interna más influencias externas. He allí lo básico para comprender la derrota de individuos que se creyeron eternos y no lo fueron.

@leandroarea

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