La jornada de los comicios realizada el 20 de Mayo se caracterizó por el rugido del silencio popular, ya que los electores venezolanos se negaron a ser utilizados y quisieron marcar claramente su rechazo a un régimen que en dos décadas destruyó todas las instituciones del país. Con esa abrumadora opción de rechazo, podríamos parafrasear la frase repetida por Chávez sobre “la voz del pueblo” para afirmar que ese domingo “la voz del silencio del pueblo, fue la voz de Dios”.
Nada les valió a las autoridades del continuismo usar el ventajismo electoral, la compra de votos con el carnet de la patria, los puntos rojos, el voto asistido abusivo, las amenazas a los funcionarios públicos, el uso de los recursos del Estado para la campaña oficialista, ya que el ciudadano se llenó de valentía, dignidad, altura y lucidez al negarse a convertirse en comparsa de una falsa democracia, reclamando con su silencio aplastante, el cambio de rumbo al que aspira la inmensa mayoría del país
Pero además de la asimetría política ventajista, existía algo más grave aún. La convicción de que la voluntad popular no sería reconocida debido a las reglas de dominación impuestas por un árbitro electoral parcializado e identificado con el Gobierno. Esta preocupación sobre la inutilidad del voto, no solo fue lo que indujo la inmensa abstención a nivel del elector venezolano, sino también hizo que a nivel internacional más de medio centenar de Gobiernos del mundo entero se pronunciaran para rechazar el fraude evidente, y para rechazar la ficción electoral al afirmar que no reconocerían el resultado de esos comicios fraudulentos y que impondrían nuevas sanciones si el Gobierno no cumplía con lo acordado en varios Tratados Internacionales como la Carta Interamericana Democrática. Por supuesto ante la obstinada posición oficial, no puede alegar ahora que fuera una sorpresa que el 21 de Mayo los Gobiernos cumplieran con lo señalado.
Estas advertencias deberían haber sido suficientes para que el Gobierno entendiera que tenía que usar el arte de la diplomacia para no seguir aislándose de la Comunidad Democrática de Naciones y evitar que se siguiera profundizando el caos humanitario, económico, social y ético que ha llevado a Venezuela a la pesadilla actual. Pero no fue así. El discurso militante de la Presidenta del CNE hizo del acto de falsa proclamación no un Acto de Estado, sino un Acto del PSUV, mientras que Maduro prometía radicalizar la revolución a pesar de los resultados desastrosos de la aplicación del modelo bolivariano y expulsar en un tono agresivo al Encargado de Negocios de los Estados Unidos mientras que Jorge Rodríguez hacia ejercicio de una prestidigitación numérica para tratar de demostrar con cifras manipuladas que se trata de la elección más democrática del mundo argumentado que esos resultados eran apoyados por democracias tan solidas como las de Erdogan en Turquía, de los Ayatolas del Irán, de los demócratas de Raúl Castro, Evo Morales, Ortega y otros similares.
Ante el desgaste colosal, el reto que tienen los dirigentes es escuchar ese rugido del silencio, para encontrar el camino de un Gobierno de Transición que tendrá la tarea nada fácil, de evitar que el país vaya al precipicio final, y que, si no actuamos de manera unitaria, tendríamos de manera irremediable las graves consecuencias de una implosión o una explosión social de dimensiones desconocidas, que producirían más que una solución, nuevos problemas. Ese es el reto de todos.
@milosalcalay