El viaje de Jruschov a Nueva York en 1960, quedó en la Historia de las Relaciones Internacionales, como el viaje del zapatazo. Viajó a esa ciudad, pero fue limitado. Su periplo reducido a pocos espacios. Sus movimientos fueron controlados por los servicios secretos estadounidenses. Él aprovechó y buscó la ocasión para encontrarse con Fidel Castro. El líder cubano vio la gloria en Jruschov. Él sacó sus cuentas y comprendió que comenzaba un juego peligroso, pero del cual podía sacar réditos en beneficio del proyecto que él encarnaba.
Ese primer encuentro con la añorada realidad fue en Manhattan. Luego, llegó a Harlem y se topó con el líder antillano. ¿Fue, cómo preguntamos en un artículo anterior, Jruschov quien embrujó a Fidel o viceversa? Tras ese encuentro, fue sellado un pacto que duró, con pequeños contratiempos, 30 años. Luego, en los pasillos de la ONU, Jruschov se comportó cual propagandista político, o como un estudiante inconforme. Protestó, gesticuló e hizo escándalos, hasta que reaccionó, tras serle llamada la atención por su díscolo comportamiento. Se levantó y se descalzó y utilizó su zapato para golpear el pupitre. Insistió con el mismo tono, pidió la reforma de la ONU, como el traslado de Nueva York a otro país y que la organización fuese dirigida por una troika, compuesta por la propia URSS, por Suiza y por qué no Austria. Propuso una simplificación numérica; es decir, una división, según sus palabras entre dos bloques; el capitalista, el comunista y uno compuesto por los países del Tercer Mundo. Sus palabras fueron consideradas una especie de acto de un perro ladrando a la luna. Esa apreciación lo irritó en demasía.
Para Jruschov el periplo fue un fracaso. Bueno, salvo el acuerdo con Fidel. Aunque el máximo ganador fue el cubano. Por lo que Jruschov buscó recomponer esa derrota. Estaba planteado el tema de Berlín y de la misma República Democrática Alemana; ésta, hechura de los laboratorios jurídicos soviéticos, incluso con su estilo asiático de gobierno. Los alemanes huían en masa de Alemania comunista hacia la otra, la federal. Ello confirmaba el parecer que había en el Mundo sobre esa realidad: La República Democrática Alemana era, como todos los países socialistas europeos, todo un campo de concentración, de donde la gente huye. Tras dos años seguidos de la crisis de Berlín no había solución a la vista.
La pregunta se mantenía en el aire. El joven John F. Kennedy ganó las elecciones al duro de Richard Nixon. Jruschov pensó que su oportunidad había llegado con el triunfo del inexperto presidente. Se deslizó con su sonrisa, de nuevo y propició una entrevista con el citado líder estadounidense. Berlín era el pretexto y se encontró con Kennedy en la bella ciudad de Viena en junio de 1961.
Esta cumbre de los dos líderes sirvió para intercambiar sus opiniones sobre los temas que afectaban la relación entre ambos. Luego, se discutió el tema de las experiencias nucleares y el tema de Alemania. Acordaron mantener un nivel de contacto permanentemente para evitar malos entendidos y para asegurar la paz entre ambos países y la mundial. Kennedy había estudiado, en detalle, el lenguaje corporal, como verbal del líder del Kremlin. El poco realismo de las propuestas de Jruschov marcó negativamente el encuentro. Ante el planteamiento de Jruschov de amenazar con la reglamentación unilateral del manejo de Berlín, incluso militarmente, el Presidente Kennedy, con su sonrisa calma y manejo total del lenguaje corporal de Jruschov, le respondió, entonces que no había nada que discutir y la solución sería una guerra nuclear.
Jruschov fue sorprendido por el manejo de Kennedy con el tema. La supuesta falta de dominio o “inexperiencia” de éste, resultó un fiasco para Jruschov. En tanto que Kennedy mostró un alto grado de racionalidad al apuntar a un objetivo mayor: minimizar a la URSS en sus pretensiones expansivas. Por su parte, Jruschov, fue sorprendido. Hubo de comprender que no podía ir más allá de lo acordado en 1945. Berlín y su realidad, no podía ser modificada unilateralmente. Por lo que Jruschov se encargó de asumir los costos de construir un muro, el de la vergüenza, que rodeó a Berlín hasta que se derrumbó en 1991. Ese muro era más importante que un tratado.
La realidad alemana fue pulsada con tino. Kennedy asumió los riesgos y lo hizo saber en 1963, antes de ser asesinado en Dallas; cuando éste, visitó a la Alemania Federal y visitó Berlín, donde sentenció una frase que se hizo histórica: “Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombres libres, yo con orgullo digo estas palabras Ich bin ein Berliner”. Ello fue una bofetada a Jruschov. Si bien Kennedy resultó habilidoso para solucionar la crisis de octubre por los misiles soviéticos, instalados en territorio cubano en 1962. La visita a Berlín fue la manera de decirle al líder moscovita que la lucha por la democracia era un objetivo de la política exterior de EEUU en cualquier parte del Mundo.
El tema clave de las relaciones entre EEUU y la URSS es el resultado de la exploración de los progresos y retrocesos de la política exterior soviética. Cuba fue un ejemplo de replantear esa relación, pues, el Mundo casi explota por una guerra nuclear entre la URSS y EEUU. Esto, fue un conflicto serio y complejo. Jruschov, decidió provocar a EEUU al instalar unas bases de misiles, aparentemente nucleares, que no un sistema de defensa propio de los soviéticos. No. Esta vez se trató de una base con misiles a fin servir de apoyo al régimen de Fidel Castro. ¿Una provocación o un acto que pudiere servir de estímulo para arrinconar a EEUU? En todo caso las cosas fueron más allá de lo permitido y Kennedy reaccionó. Repetimos, la supuesta “falta de experiencia” del joven Presidente mostró lo contrario. Se creó un liderazgo fresco y nuevo que ofreció una visión paradigmática en EEUU que todavía se añora. La firme actitud de éste, desencajó a Jruschov. Si se lee con atención los detalles de la correspondencia entre ambos mandatarios se podrá observar la firmeza de Kennedy y la debilidad de Jruschov. Cuenta un buen amigo que en una ocasión, durante los momentos difíciles de la negociación (para lo cual había que dialogar) que mientras intercambiaban (vía telefónica y evidentemente con interpretes) sus opiniones, Jruschov bostezó. Kennedy lo sintió y tapó el receptor con la mano y molesto dijo a su intérprete que Jruschov se burlaba de su persona al bostezar. En efecto, el ruso lo hizo; y el traductor estadounidense quien conocía la antropología de los rusos, le aclaró: “¡No, Sr. Presidente, no lo tome a mal, el hombre está contrariado y cansado; por ello bosteza. Usted lo tiene en sus manos. Está muy débil para seguir con la negociación. Es suyo!”.
En efecto Jruschov aceptó la propuesta estadounidense de retirar los misiles de Cuba. Había perdido la partida. Kennedy la había ganado. Su provocación resultó un bluff. Aunque como compensación, EEUU retiraron una base inútil que tenían en territorio turco y que supuestamente amenazaba la zona del Mar Negro de la URSS. El caso es que Jruschov se vio atrapado por la derrota. Para la prensa soviética, se evitó la guerra y triunfó la diplomacia. La sonrisa dibujada en el rostro de todos empujaba a la defenestración de Jruschov. Era cuestión de tiempo. El único que mostró sus molestias inmediatamente fue Fidel Castro quien no participó en las negociaciones y se vio marginado. Él ponderó su realidad en términos de intercambio. Cuba había sido utilizada como moneda de cambio en el complejo tablero de las relaciones internacionales en el marco de la Guerra Fría. El líder cubano quien ganó la guerra de guerrillas se vio débil. Él, para nada acostumbrado a perder, se vio resignado a utilizar su inconformidad con la URSS mediante grafiti en las paredes que rodeaban la Embajada de la URSS en la famosa y bella quinta avenida del lujoso barrio de Miramar en la Habana. Los escritos resumían la picardía cubana: “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”.
Razón por la cual, tras ese incidente, Castro vistió el traje de guerrillero para exportar su revolución como mecanismo de presión sobre EEUU, los cuales se había comprometido con Jruschov a no invadir Cuba. Fidel, jugó con esa carta y en compañía de su amigo argentino, el Che Guevara, se aventuró a exportar su política exterior, la de Cuba, sobre la base de hacer valer, como único, el modelo cubano de revolución. Jruschov no tuvo tiempo para proyectar una política que contrarrestara los intentos voluntaristas de Fidel. El tiempo y la derrota lo alcanzaron. Habría que sumar la muerte de Kennedy, su alter ego, por una mano invisible. Jruschov lamentó su muerte. Ello, fue un argumento más para su defenestración.
Brezhnev inició la conspiración y acabó con Jruschov y su mandato. Todo ocurrió a obscuras. El Kremlin, siempre fue un escenario tenebroso. Se sabe cómo se entra, pero nunca como se sale. Fue acusado de todo: subjetivismo político, revisionismo ideológico, reformismo, soberbia de poder, desprecio por la ciencia y un exagerado voluntarismo; luego, puso en peligro la política exterior soviética. El hombre que pensó acabar con las prácticas de su predecesor, fue víctima de éstas; aunque no lo mataron. Lo pensionaron y vivió con su enfermedad cardiaca hasta que falleció en 1971. Escribió sus memorias, todas ricas en informaciones de orden explosivo, tal como fue su liderazgo. Él condenó la invasión a Checoeslovaquia en 1968. Al morir abjuró del comunismo y dejó sentado que esa idea sólo era posible si se imponía a sangre y fuego; como en efecto lo hizo Lenin hace un siglo. La ambivalencia de Gregorio Melejov, el personaje de la novela El Don Apacible, de Mijaíl Shólojov se observó en los últimos días de Jruschov.
@eloicito