El futuro de Venezuela se sintetiza en una palabra: petróleo. Encabezamos la lista de los diez países con mayores reservas probadas en el mundo. Con un factor de recobro del 20% tenemos garantizada la extracción de 300 mil millones de barriles en la Faja del Orinoco. No obstante con los adelantos tecnológicos el factor de recobro podría llegar a 35%, lo cual se traduciría en una capacidad de extracción de 504 mil millones de barriles. Planteado en esos términos no habría razones para no ser optimistas de cara al futuro.
Las cosas, sin embargo, son más complicadas. El petróleo confronta tres conjuntos de amenazas. Primero, los avances en las técnicas extractivas que hacen económico al petróleo no convencional. Segundo, una expansión tecnológica en áreas diversas que converge en la sustitución del petróleo como matriz energética predominante. Tercero, la concepción y desarrollo de una logística que integra a los factores que persiguen la sustitución de la actual matriz energética.
La primera de dichas amenazas se ha materializado ya con la competencia proveniente del petróleo de lulita. En 2014 se estimaba que, en base a este último, la producción petrolera de Estados Unidos podía llegar a 14,2 millones de barriles diarios en 2020. Ello se traduciría en una era de precios petroleros bajos. Para evitar la materialización del escenario anterior Arabia Saudita lanzó un ataque preventivo, por vía de la sobreproducción, en contra de la rentabilidad del petróleo de lulita. El mismo, sin embargo, no solo se ha evidenciado infructuoso sino que está propiciando una mayor racionalización y eficiencia productiva de dicha industria. Lo único que Arabia Saudita pareciera estar logrando es adelantar en varios años la era de los precios petroleros bajos.
El petróleo de esquistos o lulitas constituye, desde luego, la más benigna de las amenazas planteadas. En lugar de propiciar la sustitución de la matriz energética petrolera, busca tan solo repotenciarla. Gracias a la fracturación hidráulica y a la perforación horizontal, la producción petrolera estadounidense podría incrementar entre 100 y 200 por ciento su potencial productivo para 2025. Ello, sin duda, consolidaría a esta fuente energética. El problema para Venezuela es que lo haría sobre la base de precios estructuralmente bajos.
La segunda de las amenazas enumeradas es inmensamente más grave. Allí el salto tecnológico se hace sentir con toda su fuerza por caminos distintos pero confluyentes. Algunos datos pueden dar idea de lo planteado. El costo de la energía solar ha caído en 85% desde el 2000, mientras el de la energía eólica (viento) ha caído en 85% desde finales de los noventa. En ambos casos se está replicando de cerca la Ley de Moore, identificada con la tecnología de la información, doblándose cada dos años la capacidad de la industria de la energía solar y cada dos años y medio la de la eólica. De acuerdo al más renombrado futurólogo de nuestros días, Jeremy Riffkin, ambas industrias avanzan aceleradamente hacia el espacio del cero costo marginal, mientras detrás de ellas vienen las energías de la biomasa, la geotérmica y la de las olas. Estas últimas deberán estar alcanzando su verdadero despegue en una década, proyectando a la energía renovable en una curva exponencial.
El Plan de Energía Limpia lanzado la semana pasada por Obama tiene inmensa significación. El mismo pone el acento en la energía renovable en un país que, hasta este momento, había basado su revolución energética en la industria del esquisto. Pero más allá de la energía renovable el precio de las baterías de litio ha caído en 40% desde 2009, mientras su capacidad de almacenamiento ha aumentado drásticamente. Ello comienza a brindar competitividad a los vehículos eléctricos frente a los de pistón. A la vez, la biotecnología avanza en la sustitución del petróleo para la elaboración de plásticos y fertilizantes. La energía de la biomasa, de su lado, está dejando atrás la fase de fertilizantes intensivos y tierra y agua abundantes, para adentrarse en una segunda generación de biocombustibles mucho más económicos y limpios.
La última de las amenazas planteadas se expresa por vía del proyecto de la “Tercera Revolución Industrial” que desde hace algunos años adelanta la Unión Europea. El mismo se apoya en cuatro pilares. El primero es el desarrollo intensivo de la energía renovable que para 2050 deberá representar 70% de su matriz energética. El segundo sería el de edificios que, en lugar de ser consumidores voraces de energía, se transformasen en plantas autónomas generadoras de energía (vía paneles solares u otras fuentes de energía renovable). El tercero sería el del almacenamiento de la energía obtenida por la vía anterior a través de la tecnología del hidrógeno. El cuarto sería el de una red eléctrica europea bidireccional que funcionase bajo los mismos parámetros de Internet, es decir, que permitiese el intercambio y la interconectividad de la energía generada por infinidad de fuentes autónomas. Esta misma red alimentaría, desde luego, a los vehículos eléctricos.
El reto es inmenso.
Publicado originalmente en El Universal